Amadeo vive hoy en Intuto, alto Tigre, cultivando su pequeña chacra y tejiendo crisnejas de irapay las cuales vende. Foto: Euclides Hidalgo |
El sábado 08 de noviembre la prestigiosa revista Somos, del diario El Comercio, publicó un artículo de José Álvarez Alonso sobre el drama de Amadeo, el último indígena Taushiro. Lamentablemente, los editores recortaron la parte más "polémica" del artículo, en que se habla de la esperanza de Amadeo en que haya todavía taushiros no contactados en alto Pucacuro.
Tampoco se menciona la obstinación del Gobierno en no reconocer la propuesta de una reserva territorial para indígenas en aislamiento voluntario formulada por la organización AIDESEP para la zona. Por ello, entregamos el texto original completo, en el que al final se habla de este tema, y que ha sido proporcionado por el autor.
Amadeo, el último de los Taushiros
Por José Álvarez Alonso
La selva en la que la gran nación de los Taushiro prosperó por miles de años se engulló su último pueblo, en la Quebrada Aguaruna, alto Tigre, allá a mediados de los 90. La malaria, una enfermedad desconocida para los Taushiro hasta la llegada de los caucheros y ante la que resultaron ineficaces los remedios tradicionales, se llevó consigo a tres de los cuatro últimos Taushiro. Amadeo se salvó porque vivía en Intuto, capital del distrito de El Tigre, a día y medio en canoa aguas abajo de su pueblo, donde recibió tratamiento para la letal enfermedad.
A su antiguo pueblo se fue Amadeo por última vez para traer a su hermano enfermo, Juan, el penúltimo de la raza, quien había enterrado poco tiempo antes a su padre y a su tía. Allí quedaron cuidando las tumbas las decenas de perros que acompañaron a los Taushiro durante sus últimos años. Dicen los cazadores que ocasionalmente visitaban la zona que los perros aullaron durante semanas al lado de las tumbas frescas, hasta que murieron de hambre, fieles a sus últimos dueños. Quizás los Taushiro criaban tantos perros para llenar el vacío de los niños que nunca volverían a corretear por las calles vacías de un pueblo fantasma.
Juan se había salvado de milagro de la primera embestida de la malaria que había acabado con su padre y su tía apenas unos días antes. José Hualinga, un cazador Kichwa-Alama que viajaba por el río Tigre, distinguió entre las brumas de la noche una canoa que bajaba al garete, aparentemente abandonada. Cuando se acercó a mirar, descubrió en su interior a Juan, casi agonizante por la malaria. Lo llevó hasta Intuto, donde con el tratamiento de cloroquina consiguió recuperarse con gran dificultad. Lo visité varias veces en casa de Amadeo. Hablaba apenas unas palabras de castellano, y no era muy conversador, pero me contó que, tiritando de fiebre de la malaria, y con las últimas fuerzas que le quedaban, había tenido que enterrar hacía unos días a su padre y a su tía; luego se había embarcado en su canoa y se había dejado llevar por la corriente de la Quebrada Aguaruna hasta el río Tigre, pensando que sería su último viaje.
Juan no podía acostumbrarse a la vida en Intuto y, a los pocos días, una vez recuperadas sus fuerzas, se volvió a su deshabitado pueblo en la Quebrada Aguaruna. En unos meses la malaria volvió a atacar y se llevó al penúltimo de los Taushiro. Hoy Amadeo es el último de raza pura y hablante del idioma Taushiro.
Cazador de otros tiempos
Amadeo sale de caza ocasionalmente con escopeta, pero se queja de que ahora los animales son muy escasos y están muy lejos en la selva. Foto: Euclides Hidalgo, Intuto, 2008. |
La primera vez que vi a Amadeo, en enero de 1984, me impresionó mucho: venía caminando por una calle del pueblito de Intuto, alto Tigre, con la escopeta al hombro y con una chompa negra con cuello alto. Me produjo una impresión de orgullo y dignidad que no es muy habitual entre los indígenas amazónicos. Yo sabía de él desde mucho antes, por el misionero español Tomás Villalobos, que trabaja en Intuto desde principios de los 70, y quien me había hablado mucho de Amadeo y de la triste historia de su pueblo, al borde de la extinción.
Amadeo tenía y tiene fama de gran cazador, y dada mi afición a la selva, aproveché sus conocimientos heredados de miles de años de sabiduría acumulada del pueblo Taushiro, para aprender sobre los animales y la selva. Siempre me impresionaron sus conocimientos y su habilidad para detectar animales, identificarlos e interpretar sus, para mí imperceptibles, signos en el suelo del bosque y en los troncos de los árboles.
Amadeo me cuenta cómo cazaban tradicionalmente los Taushiro: "Entonces cazábamos con lanzas o rejones de pona los animales más grandes, sajino, huangana, sachavaca, y la pucuna con flechas envenenadas con ampiri (curare) servía para las aves y los monos". Para cazar a los sajinos y venados, los Taushiro también elaboraban una trampa cavando grandes hoyos en el suelo, en alguno de los caminos recorridos habitualmente por dichos animales, tan bien conocidos por ellos. En el fondo ponían unas puntas de pona bien afiladas, en las que se clavaba el animal al caer al hoyo, cuya boca era disimulada con ramitas y hojas secas.
"Ahorita ya no puedo cazar con "pucuna" (cerbatana) y lanza, quedan pocos animales y son muy mañosos; ahorita sólo se puede cazar con retrocarga (escopeta de calibre 16) y bien al centro, caminando un día", se lamenta Amadeo. Luego rememora con nostalgia los viejos tiempos, cuando aprendió las artes de la caza y la pesca con su padre y con sus tíos. Le emociona particularmente revivir las cacerías de huangana y sajino, cuando varios hombres arreaban a las manadas de estos agresivos animales hacia la fila de cazadores que esperaba con sus lanzas listas para atravesar con habilidad a los animales a medida que pasaban despavoridos por su lado. Y recuerda la alegría en el pueblo cuando llegaban los cazadores cargando los pesados animales a hombros; ése era un día de fiesta, en que todos comían carne hasta saciarse, durante varios días.
Lanzas, pucunas, virotes envenenados y otras artesanías de Amadeo. Foto: José Álvarez |
Amadeo, quizás como un gesto de conexión con un pasado que sabe no volverá, ha seguido fabricando ocasionalmente lanzas de pona, pucunas y gargajos con sus virotes, que me envía a Iquitos; a cambio, le envío algunas cosas que necesita, como ropa, cartuchos, pilas, machetes, etc.
Amadeo también recuerda muy bien la abundancia de animales y de maderas en la selva cuando era joven, y las hermosas canoas que hacían de cedro e, incluso de caoba, que duraban décadas. "Los Taushiro cuidaban el bosque, porque el bosque nos daba de comer. No talábamos los árboles como hacen ahora los mestizos para juntar sus frutos; los Taushiro eran muy buenos escaladores, subían incluso los árboles grandes, como leche caspi y charichuelo", me cuenta.
Con pena me informa que los árboles gigantes de leche caspi que dieron de comer por años a los Taushiro en los alrededores de su último pueblo fueron posteriormente derribados por cazadores de la comunidad "28 de Julio", en el río Tigre. Otros árboles de maderas finas fueron extraídos de la quebrada Aguaruna por los madereros de Intuto y Nauta, y los animales exterminados por los cazadores profesionales que se lucraron vendiendo sus pieles, dejando a veces pudrir su carne en el monte. Hoy el bosque de los Taushiro está, como muchas otras regiones de la selva peruana, depredado y casi vacío de animales grandes y maderas finas, y es difícil encontrar un árbol decente para hacer una canoa. Para cazar un sajino o una huangana los cazadores tienen que internarse en la selva durante varios días.
El mijano, o migración de los peces a principios de la vaciante, es también algo que Amadeo recuerda muy bien, así como la fiesta que significaba para su pueblo la abundancia de pescado. Hoy apenas se puede encontrar peces pequeños en cantidades pequeñas. El río fue contaminado por las compañías petroleras, que tienen pozos en el alto Tigre y el Corrientes desde los años 70, y las grandes redes de nylon de los pescadores comerciales ayudaron a acabar con esa riqueza.
De Amadeo sus hijos
Amadeo tuvo cinco hijos con Margarita Machoa, una indígena Kichwa-Alama, que luego le dejó; según se dijo en ese entonces, la razón que dio es que Amadeo era "auka", indio, porque los suyos recién tuvieron contacto con la civilización y "mudaron ropa" en los años 40. Una misionera-lingüista evangélica, del Instituto Lingüístico de Verano - ILV, que había trabajado con los Taushiro en los años 80, cuando retornó a su nativo Puerto Rico le pidió a Amadeo que le encomendase sus hijos pequeños, a los que llevó a su país. Se esfumó entonces la última esperanza de que alguien aprendiese y hablase el idioma Taushiro. Los muchachos fueron criados en un ambiente ajeno a la Amazonía y al pueblo Taushiro, y lo que habían aprendido del idioma de su padre en sus primeros años pronto lo olvidaron en las calles de San Juan de Puerto Rico. Su conexión con su padre era a través del Hno. Tomás Villalobos, y algunas cartas esporádicas. Cuando llegaron a la adolescencia, dos de los muchachos (Jonathan y Daniel) resultaron tan inmanejables para la misionera portorriqueña que los devolvió a Intuto. Los conocí entonces, con unos 14-15 años. Villalobos los aceptó en su internado para jóvenes indígenas en Intuto, donde tuvieron serios problemas para adaptarse.
Amadeo en su cama, gravemente enfermo, en su humilde choza (1995). Pensando que iba a morir, lloró por el desapego de sus hijos y el ocaso de su etnia. Foto: José Alvarez |
Un día fui a visitar a Amadeo en su casita, donde vivía solo en un extremo del pueblo. Me habían dicho que estaba bastante enfermo. Efectivamente, no sólo estaba enfermo, estaba muy deprimido. Desde su desvencijada tarima de pona, me habló llorando de sus hijos, que no querían ni ir a verle, que no le ayudaban en nada, que no querían prácticamente saber nada de él, ni de su origen Taushiro, ni de su idioma ni de su cultura. Me sentí tan extremadamente acongojado, que también lloré con él: en aquel hombre macilento, empequeñecido por la enfermedad y el modesto entorno de un tambo a punto de desmoronarse, estaba resumido el ocaso del antiguo pueblo Taushiro. Sentí en esos momentos el inmenso dolor que probablemente sentía ese hombre, el último de los Taushiro, de pensar que con él definitivamente se acababa la saga de su pueblo, una historia antigua e irrepetible. Sentí el inmenso dolor, el milenario dolor de un hombre que resumía en su figura empequeñecida el dolor de un pueblo agonizante, que no tenía ya con quien conversar en su propio idioma, y que sabía que nunca lo tendría, que nunca más vería a una nueva generación, ni siquiera a un bebé, balbuceando sus primeras palabras en el idioma Taushiro y aprendiendo las leyendas de sus antepasados.
Llamé a sus hijos y, delante de la cama de su padre enfermo, con la autoridad que me daba la amistad que me unía con él y mis años de trabajo social en la zona, les increpé su comportamiento y les insté a ayudarle, a reparar el techo del tambo, que estaba totalmente desportillado. Les hice prometer que lo visitarían frecuentemente, que tratarían de aprender el Taushiro de nuevo con él. Me escucharon silenciosos, cabizbajos, aceptaron a regañadientes que tenía razón, pero no me quedé muy convencido de su compromiso. Luego su padre me contó apenado que las cosas seguían casi como antes. Sus hijos pronto siguieron sus propios caminos y apenas tienen una relación esporádica con su padre. Uno se fue a Lima, otro vive en el río Tigre todavía, y el resto sigue en Puerto Rico. Amadeo me dice que siente mucha pena por ellos, y que no quiere morir sin ver a sus hijos reunidos por última vez.
Amadeo y la Biblia
Firma de Amadeo en una carta a José Álvarez: "Gracias, ñaño" (hermano) |
Una de las últimas conexiones con su pueblo y con su idioma estuvo, curiosamente, en la Biblia. Amadeo, que no tiene ya con quien conversar en su propio idioma, se refugiaba en la lectura del Nuevo Testamento en Taushiro que tradujeron hace años los lingüistas del ILV, los que también le enseñaron los rudimentos de la lectura. Todos los días, como si de un ritual sagrado se tratase, se calzaba con cuidado sus lentes de aumento y leía algún fragmento de su destartalado pero precioso libro, rememorando quizás otros tiempos de largas conversaciones en Taushiro con su gente.
En 1997 un amigo común en Intuto, Jorge Coral, me comunicó por radio desde Intuto que se había producido una desgracia: Amadeo había perdido sus preciados lentes de leer, no podía leer su Biblia y estaba muy triste. Me pedía que le enviase desde Iquitos unos nuevos. Obviamente esto no era posible, necesitábamos saber las medidas de su vista, así que no quedaba otra que Amadeo bajase a Iquitos a medirse la vista. Conseguimos convencerlo de que viajase en la siguiente lancha, acompañado con nuestro común amigo Jorge Coral.
Amadeo se alojó en mi casa. Al día siguiente le pregunté que tal había descansado, y me confesó que no pudo dormir en la cama (que tenía un colchón de resortes) y había tenido que dormir en el suelo, ya que estaba acostumbrado a dormir sobre un simple emponado (piso de tronco de palmera). El calzado fue otro problema: Amadeo siempre había caminado descalzo y, para ir al monte de caza, con botas de jebe. Para ir oculista le presté unas zapatillas deportivas, pero sus anchos y encallecidos pies no se acostumbraban, y luego de caminar unos metros se las tuvo que sacar y caminar descalzo: prefería quemarse las plantas con el cemento calcinado por el sol que torturar sus pies con las zapatillas.
Le conseguí unos nuevos lentes el mismo día, pero se sentía tan incómodo en la ciudad, que a cada rato preguntaba por la lancha para Intuto, que se demoró varios días en zarpar. Cuando por fin se embarcó para Intuto, juró no volver a la ciudad jamás.
Hoy Amadeo ya no cuenta más con ese su último vínculo con el idioma Taushiro. La humedad y el comején, que devoraron las últimas casas y las cruces de las tumbas de sus parientes en Aguaruna, acabaron destruyendo su preciado Nuevo Testamento en Taushiro.
La última batalla de los Taushiro
Vista aérea del territorio originario de los Taushiro |
Como muchos otros pueblos indígenas que fueron en el pasado autónomos y controlaron un extenso territorio, los Taushiro tuvieron su época de autonomía y gloria, pero fueron doblegados por la sociedad occidental y sus "adelantos" de oropel. Allá por los años 50-60, cuando todavía los Taushiro contaban con varias decenas de familias, y deseosos de "mudar" ropas occidentales y acceder a herramientas y otros bienes de consumo, tuvieron su "patrón", como se estilaba en la época entre los indígenas, llamado Felipe Vásquez. Éste les hacía trabajar duro, sacando madera, pieles de animales u otros productos selváticos, a cambio de proveerles de algunos bienes occidentales como sal, fósforo, ropa y querosene.
El Hno. Tomás Villalobos, que conserva en su memoria algunas de las últimas historias sobre los Taushiro escuchadas de ancianos hoy fallecidos, cuenta que este patrón era bastante mala gente, maltrataba a los indígenas y abusaba cuando quería de las jóvenes, e incluso de las mujeres casadas. El último Apu o jefe de los Taushiro, cansado de sus abusos, agarró un día una lanza de pona de unos tres metros, de las utilizadas para cazar sajinos, y se la enterró en el pecho. Para suerte del patrón, la lanza se clavó justo en el esternón, pero tan firmemente que no pudieron sacársela. Le cortaron el mango y le evacuaron a Iquitos en un viaje de varios días en un bote con motor "peque-peque", para que se la extrajesen con una operación quirúrgica. En Intuto todavía hay gente anciana que recuerda la escena del patrón con el pedazo de lanza enterrada en su pecho. Por supuesto, no volvió a explotar a los Taushiro, pero esto no evitó su decadencia.
Ésta fue la última batalla de los Taushiro, el último gesto de rebeldía de un pueblo doblegado por la avasalladora civilización occidental. Las enfermedades, la emigración de jóvenes en busca de "mejores oportunidades", los matrimonios mixtos, sobre todo de las mujeres, con hombres de otras razas y culturas, acabaron por reducir a los Taushiro a una sombra de lo que fueron.
Todavía algunos ancianos Alama de Intuto recuerdan los primeros encuentros con los Taushiro a principios de los años 40. Cesáreo Hualinga, Félix Palla y otros Alama del pueblo de Bolognesi (en el alto Tigre), entonces jóvenes, raptaron a cuatro jovencitas Taushiro, después de emboscarlas en el bosque, aprovechando del poder que les daban sus escopetas frente a las lanzas y pucunas de los "aukas". De ellas, que nunca volvieron a su pueblo en la Quebrada Aguaruna, tuvieron numerosos hijos, hoy adultos. Sin embargo, la mayoría son inconscientes de su origen y nadie tiene noción ni del idioma ni de la cultura Taushiro. Varios de los primos y otros parientes de Amadeo emigraron posteriormente a Intuto y otros pueblos cercanos, y hoy sus genes están mezclados en varias familias de los ríos Tigre y Corrientes, pero el gran pueblo Taushiro, como raza y como cultura, quedó reducido a un solo hombre, Amadeo García. Del encuentro con la sociedad occidental les quedó a los últimos Taushiro el apellido García: era costumbre entre los indígenas, cuando se bautizaban, ponerse el apellido del hombre blanco o mestizo que les apadrinaba...
Una tenue esperanza: ¿Quedarán también Taushiros entre los Aukas?
Amadeo nunca perdió la esperanza de encontrar un último relicto del pueblo Taushiro entre alguno de los pequeños grupos indígenas que todavía viven en aislamiento voluntario en la frontera entre Perú y Ecuador, los que son conocidos en la zona del Tigre como los "calatos" (=desnudos) o "aukas" (=salvajes, en Kichwa-Alama). La esperanza reverdeció cuando un joven Alama del internado de Tomás Villalobos trajo a Intuto una pequeña tinaja de barro que había encontrado con su padre en un tambo abandonado de indígenas "aukas" cerca de la frontera con Ecuador. Esta tinaja era muy similar a las toscas tinajas que fabrican los Taushiro.
Por un tiempo, a mediados de los 90, planificamos con Amadeo una expedición a esta zona para averiguar si se trataba de Taushiros, pero luego rechazamos la idea por los riesgos que implicaba, no sólo para nosotros (es conocida la agresividad de los indígenas aislados contra foráneos) sino para ellos, debido a la susceptibilidad que tienen para enfermedades transmitidas por foráneos. El recuerdo de lo que había pasado recientemente con la malaria a los tres parientes más cercanos de Amadeo nos convenció aún más de dejar las cosas como estaban.
Sin embargo, el Gobierno peruano no quiere aceptar que estos indígenas existen, y ha rechazado la creación de una Reserva Territorial para Indígenas en Aislamiento Voluntario propuesta para esta zona por la organización indígena Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP). Son muchos los intereses en juego en esta región: aquí se encuentran quizás los mayores yacimientos de petróleo en territorio peruano, y las compañías petroleras (Barret inicialmente, hoy Perezco) ya están planificando la construcción de un oleoducto para transportar los millones de barriles de crudo descubierto recientemente entre la cuenca del Curaray y la del Pucacuro (Lote 67).
Se dice que REPSOL también habría encontrado grandes reservas en el Lote 39, que cubre prácticamente toda la propuesta de reserva territorial presentada por AIDESEP. Recientemente un juez de Iquitos falló en contra de la acción de amparo presentada por esta organización contra el Estado Peruano en defensa de los indígenas en aislamiento voluntario. Curiosamente, nadie de los pobladores locales que han visitado estas zonas, madereros y cazadores, tanto en el Curaray y Arabela, como en el alto Tigre y Pucacuro, dudan de la existencia de estos grupos indígenas aislados, y se ríen cuando los petroleros dicen que nunca los han visto. "Con la bulla que meten por el monte, y con lo hediondos que son esos shishacos, qué les van a esperar los aukas", he oído que comentan algunos burlonamente... Pero esto no les importa ni al Estado peruano, que sigue negando su existencia y no hace esfuerzo alguno por investigar y verificar los indicios presentados por AIDESEP.
Actualmente el Pucacuro es una zona reservada, creada por el INRENA a propuesta del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP), que impulsó actividades de conservación y desarrollo sostenible en la zona en años pasados. Ambas instituciones, con fondos de Finlandia, están iniciando ahora un proyecto de apoyo a la implementación de esta joven área protegida y de apoyo a las comunidades locales vecinas, y Amadeo será sin duda un gran aliado en este trabajo.
Amadeo sigue soñando que algún día aparecerá un grupo de Taushiros de los "aislados" y podrá volver otra vez a conversar en su idioma con su gente. Sueña con que quizás volverá a participar de nuevo con su gente sus añoradas partidas de caza de sajino y huangana, y volverá a utilizar las lanzas de pona y los virotes cebados con ampi, que ahora labra con tanto mimo, a sabiendas que nunca serán utilizadas en un animal. Sueña con que su pueblo volverá a tener un territorio propio, lleno de animales y de maderas finas para sus canoas, con quebradas llenas de peces, con pueblos llenos de niños alegres correteando por sus calles y escuchando las historias de los antiguos de la boca de los abuelos en idioma Taushiro. Quizás en el alto Pucacuro, donde es posible que el Estado peruano reconozca en el futuro la existencia de los indígenas en aislamiento voluntario, o quizás en el curso medio del río Tigre, donde todavía hay extensos bosques de libre disponibilidad, antes de que el prurito del "desarrollo" se los entregue a compañías madereras o los transforme en plantaciones de palma aceitera...
El hecho de que el alto Pucacuro esté ahora protegido legalmente representa una tibia esperanza para Amadeo, que me comentó un día: "Aunque yo nunca les encuentre, de repente quedan algunos Taushiro por la frontera, y algún día volverá mi pueblo a vivir como antes en estos montes".
Indígenas amazónicos, un exterminio anunciado
Desde la llegada de los Españoles al Perú a principios del siglo XVI, los indígenas amazónicos, acosados por enfermedades foráneas para las que no tenían defensas, y por explotadores de todo tipo, han ido perdiendo territorios y población hasta quedar reducidos a una fracción de lo que fueron. El P. Manuel Uriarte, jesuita que trabajó en las reducciones del Marañón a mediados del siglo XVIII, calculaba en más de un centenar los pueblos indígenas con lengua y cultura diferentes que habitaban los dominios de la Misión Jesuítica (aproximadamente la mitad de lo que hoy es el departamento de Loreto).
Hoy quedan 57 grupos indígenas (etnias) en toda la Amazonía peruana. Varios de ellos, además de los Taushiro, se encuentran al borde de la extinción como pueblo; otro caso dramático es el de los Resígaro, en el bajo Napo, de los que quedan sólo apenas tres personas ancianas hablantes del idioma. En el Perú entre 1950 y el 2000 desaparecieron 11 pueblos aborígenes amazónicos. En el año 1500, a la llegada de los primeros europeos, se calcula que había unos 2,000 pueblos o naciones indígenas en toda la Amazonía continental. En el año 2000 quedaban menos de 400.
Los Taushiro son uno de esos pueblos de cuyo idioma no se conoce filiación alguna (no pertenecen a ninguna familia lingüística), al estilo del vascuence en España. Son lenguas llamadas "aisladas", un misterio en términos lingüísticos. En 1950 había 50 hablantes de Taushiro, en 1960, apenas quedaban 20. Un investigador relata que en 1975 todavía quedaban 8 niños en la comunidad Taushiro de la quebrada Aguaruna. Varios de ellos se casaron con indígenas Kichwa o con mestizos, y sus hijos ya no hablaron el Taushiro. Aunque los genes Taushiro están regados por varias familias indígenas y mestizas en las cuencas del Tigre y del Corrientes, su cultura, su idioma, los conocimientos sobre el bosque acumulados y atesorados por cientos de generaciones y miles de años, y todo aquello que les dio identidad desaparecerá probablemente con Amadeo, el último Taushiro puro.