Por Susana Andrade
Llegado otro dos de febrero no es necesario ser creyente para sentir que el clima se predispone a algo especialísimo que, como hecho cultural, trasciende a fieles y profanos. Nuevamente es la fiesta del mar en Uruguay e igual que todos los años y en forma creciente, el país entero se apresta a revivir los festejos relacionados a nuestra Gran Madre del agua: Yemanjá.
Es que la reina de los océanos es muy imponente para pasar inadvertida. Su propia imprescindibilidad hace que no pueda ser ignorada. ¡Qué haríamos sin el agua!
En cuanto a la dimensión espiritual o religiosa que se otorgue al momento, es un plano por demás subjetivo y por supuesto, sagrado. Yemanjá orixá africano, es la energía del mar para nosotros los afroumbandistas. Nace del religare yoruba que al servicio del dios único; Olorum u Olodumaré; concibió divinidades o porciones del Creador en las diferentes manifestaciones de la naturaleza de la cual se nutría para sobrevivir.
Así es que necesitando cosechas abundantes cultivó a Exu dueño de la fertilidad de la tierra; en las aguas de ríos y lagunas que permitían la subsistencia a su gente vio a sensuales mujeres a las que personificó como Naná, Oxum o la propia Yemanjá; en el verde de la campiña y la selva al cazador Oxosse; en los fenómenos climáticos como la tormenta, el rayo, el arcoiris o el viento reconoció al rey Xangó, a Oxumaré, y a Iansá; como dueño de la muerte y las enfermedades a Omulú-Xapaná; y en el aire -aliento de vida- sintió al Padre Oxalá repartiendo el ser a los humanos.
Varios cientos de orixás se perdieron con la cruenta diáspora, y sólo algo más de una docena conservan su culto aquí en América. La desgraciada exportación de seres humanos que supuso la esclavitud, permitió sin embargo la preservación de rituales ancestrales que en gran medida, se diluyeron incluso en la propia África a fuerza de conquistas foráneas económicas e ideológicas.
De la fusión de las creencias indígenas locales, con el africanismo y el catolicismo cristiano, nace a inicios del siglo veinte en Brasil, la religión de los pobres y de los excluidos, producto espiritual de la realidad social post conquista. Mensaje de paz por excelencia, Umbanda es resguardo de identidad cultural, acervo de idiosincrasias milenarias, baluarte de esencia y costumbres nativas que adquieren significancia por el rito y únicamente a través de él son preservadas.
Esta amalgama de universos de adoración tan diferentes, fue una necesidad durante la esclavitud ya que las prácticas religiosas de los sometidos eran consideradas, además de atrasadas, conspirativas contra el orden establecido. De ahí la importancia de la inteligencia emocional africana que camuflando a sus orixás tras la apariencia del culto a santos católicos, no solo los libró de desaparecer, sino que los mantuvo vivos y energizados para cumplir su función de amparo en un momento crucial. Así el sentimiento de unidad y resistencia se fortaleció hasta permitirles ser libres.
El sincretismo durante la esclavitud fue necesidad, en Umbanda se trasformó en liturgia y hoy es testimonio de aquello que nunca debió suceder.
Hay riquezas tan profundas como los océanos de Yemanjá en estas historias.
Volviendo a nuestra tierra que ya huele a dos de febrero, una vez más llegarán al mar los pedidos portando esperanzas de milagros añorados. Los cursos de agua todos y fundamentalmente las costas, recibirán a místicos y devotos, igual que a turistas, casuales paseantes y periodistas. Habrá bondades para todos. La fuerza expansiva de una gigantesca e inspiradora ola de fe -por su antes y después- transformará por tres días el rostro de la ciudad y de casi todo el país.
Hay quien nos juzga ignorantes por creer que dándole una ofrenda a la naturaleza, ésta nos permitirá seguirla habitando en salud.
El agua es el más importante de todos los compuestos y uno de los principales constituyentes del mundo en que vivimos y de la materia viva. Casi las tres cuartas partes de nuestra superficie terrestre están cubiertas de agua. Es esencial para toda forma de vida y aproximadamente el 70° del organismo humano es líquido. Es inconcebible pensar la vida sin agua y a estar por los pronósticos, no lejanamente será un bien de altísima cotización. La sabiduría indígena tribal percibió esto hace muchos miles de años. No lo escribían en diarios ni lo difundían por internet, simplemente era su forma de vida.
Que el dos de febrero sea algo más que un día para llevar flores a la playa como mero acto costumbrista. Que sea también un tiempo de reflexión sobre la importancia de los dones naturales y de qué forma contribuimos a su desarrollo sostenible o al menos a su permanencia sustentable.
Es la orixá africana para algunos de nosotros -se han calculado alrededor de 500.000 personas en torno a la celebración- pero el agua está ahí para brindarse a todos y debe seguir estando sana para generaciones venideras.
Simplemente buscamos revalorizar los diversos e importantes significados del mensaje Yemanjá. Un fenómeno que a través de los tiempos y en forma incontestable, ha dejado de ser privilegio exclusivo de los umbandistas, para convertirse en una conmemoración local típica.
Bregamos por reivindicar el contenido social del festejo. Reflexionar sobre el porqué a la Yemanjá uruguaya la desean los extranjeros, que vienen en febrero a visitar este pequeño país por Carnaval, las Llamadas y la Fiesta del Mar, mientras pasa desapercibida para los propios que desde lugares de decisión pública, podrían hacer algo para impulsar su fiesta.
Creo que tomar la iniciativa de prestarle atención desde el Gobierno a una convocatoria masiva y espontánea de tal magnitud, le haría bien al país, incluso económicamente, además de reforzar valores como el pluralismo y la no discriminación.