Por Eduardo Gudynas (*)
La globalización actual está por detrás de muchos de los problemas ambientales que padece América Latina. El flujo exportador continental sigue creciendo, pero esa inserción internacional sigue dependiendo de materias primas, las que son simplemente recursos naturales con escaso procesamiento y reducido valor agregado, y que generan severos impactos ambientales.
Por un lado existe una postura que reconoce la gravedad de los problemas ambientales, pero entiende que la globalización es inevitable. Por lo tanto renuncia a un cambio en la esencia de los mecanismos internacionales, y apela a incorporar a la Naturaleza en los mercados globales y gestionarla mediante mecanismos económicos. Otra postura, en cambio, considera que la conservación de nuestros recursos naturales solo será posible una vez que se logre una autonomía frente a la globalización. Ese paso es indispensable para recuperar las posibilidades de un desarrollo sostenible que preserve la Naturaleza.
Estas posiciones se discutieron en el Congreso Latinoamericano de Áreas Protegidas, celebrado pocos días atrás en Bariloche (Argentina). Un buen ejemplo de la aceptación fatalista de la globalización lo ofreció Conservation International (CI), una institución transnacional dedicada a temas de conservación en varios países del continente. Esta organización presentó el documento Una tormenta perfecta en la Amazonia, redactado por Timothy Killeen, un investigador estadounidense de CI que reside en Bolivia desde hace varios años, donde se ilustra con impactante detalle los problemas ambientales que se suceden en los trópicos amazónicos. Su pronóstico es ominoso: en el escenario más probable apenas logrará preservarse un 30 a 40% de la Amazonia.
El análisis de CI ofrece muchos ejemplos de las conexiones perversas de la globalización actual y sus efectos ambientales, pero en sus propuestas queda atrapada en una aceptación fatalista de la globalización actual. No habría alternativas reales y posibles frente a esta tormenta mundial, y por lo tanto la única posibilidad es adaptarse a sus reglas. Se debe reconocer el predominio de los mercados y manipularlos mediante mecanismos regulativos dice CI. Consecuentemente, sus planes de gestión se basan esencialmente en mecanismos de mercados, sea por medio de cobrar los llamados servicios ambientales como por subvencionar sistemas de producción más respetuosos del ambiente.
El problema es que buena parte de las propuestas de CI refuerzan la situación de un desarrollo dependiente. En efecto, se dedica mucha atención a vender los llamados créditos para la fijación de carbono, donde se financia la protección de la floresta como una máquina para fijar los gases invernaderos generados en los países industrializados. Así como hoy se venden materias primas, bajo ese mecanismo, venderíamos bonos de carbono, donde nuestras tierras serían los sumideros ecológicos para que los países industrializados mantengan su ritmo de emisiones contaminantes.
Esos mecanismos imponen un papel para América Latina como amortiguador ambiental global, bajo un mercado verde transnacional que es funcional a los estilos de producción capitalista contemporánea. Este camino no desencadena cambios en la esencia de los estilos de desarrollo, y deja pendientes casi todos los problemas actuales, que van desde la redistribución de la riqueza a la necesidad de generar nuestras propias opciones de industrialización.
Pero una limitación aún más impactante de la propuesta de CI es que parece desarrollarse en un vacío geopolítico. Muy poco se dice de las reglas internacionales de comercio, de la marcha de la integración regional dentro de América Latina, o de las diferentes posturas gubernamentales sobre el desarrollo y la globalización. Si bien se tratan los nuevos planes de integración carretera, no se analiza adecuadamente que su propósito actual es zambullirse todavía más en los mercados globales. Quedan pendientes cuestiones claves como el papel de la Organización Mundial de Comercio, los términos de intercambio comercial, o los flujos de capital que financian la extracción de los recursos naturales. En resumen, CI se deja llevar por la tormenta global.
En la marcha económica actual las exportaciones siguen creciendo en importancia, pero la mayor parte depende de recursos naturales. En Brasil y los demás países del Cono Sur, las materias primas representaban el 60% de las exportaciones totales en 2005; en los países andinos trepaba al 84,5 % del total de las ventas externas. En otras palabras, más de la mitad de las exportaciones dependen de recursos naturales, y desde allí se genera una presión enorme sobre los espacios naturales. Si bien Chile es presentado como un ejemplo de manejo económico serio supuestamente muy diferente de sus vecinos, desde la perspectiva de una economía ecológica observamos que más del 86 % de sus exportaciones son productos primarios (recursos naturales con muy escaso procesamiento), y por lo tanto muy similar al patrón exportador de países como Perú (85% de las exportaciones totales) o Bolivia (89%). Esta dependencia se repite en casi todos los países.
Los planes actuales de interconexión carretera y energética apuntan a acentuar esta estrategia todavía más, abriendo distintas áreas silvestres, y en especial en los trópicos, por un lado a la explotación y por el otro lado, vinculándolas con los puertos oceánicos. Estos procesos hacen que América Latina quede atada a la globalización actual. De hecho, el nivel de consumo de los países industrializados y de las nuevas economías de alto crecimiento, como China, solo es posible aspirando recursos materiales y energía del Tercer Mundo, y por lo tanto ese mismo entramado genera un tipo de globalización que permite esa transferencia de recursos.
Para enfrentar estos problemas es necesario otra postura frente a la globalización: la conservación y uso sostenible de los recursos naturales solo es posible bajo un cambio radical en los estilos de desarrollo y las relaciones globales. Por lo tanto, cualquier propuesta ecológica seria debe reclamar otro estilo de desarrollo, y consecuentemente otra mundialización. Es posible que en algunos casos sean útiles los mecanismos de mercado (en especial para evitar que los emprendimientos privados arrojen los costos económicos del deterioro ambiental hacia las comunidades locales o los municipios), pero serán indispensables otras medidas más profundas sobre los estilos de desarrollo, reduciendo su dependencia de los recursos naturales y su consumo energético, orientándolos en primer lugar hacia las necesidades nacionales y regionales, y sólo después volcarse a los mercados globales.
Bajo esta perspectiva el concepto de autonomía aparece como un concepto clave. Es indispensable recuperar la autonomía frente a la globalización, reconquistar la autonomía para ensayar otros estilos de desarrollo que puedan remontar las condiciones y exigencias de los mercados globales. No es posible insistir en adaptar la Naturaleza a los mercados, sino que los mercados deben ser adaptados para asegurar la conservación de la Naturaleza. Desde ese compromiso deben enfrentarse los factores globales tales como la demanda de recursos naturales y la dinámica de los mercados financieros internacionales, así como sus instituciones políticas. Por lo tanto, el camino actual debe apuntar a recuperar la autonomía para no ser arrastrados por la tormenta global.
* Eduardo Gudynas, es investigador en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad América Latina), en Montevideo (Uruguay).