Por Francisco López Bárcenas.
La Jornada.- Ya están aquí. Andaban desde hace décadas pero hasta ahora se quitan la careta, por esa razón muchos no habíamos notado su presencia. Son los nuevos conquistadores, los del siglo XXI, los que se sienten con el derecho divino de repartirse el mundo porque así se los ordena el dinero, el dios verdadero al que rinden pleitesía.
Aunque sus plegarias no se distinguen por originales, llaman a acabar con los movimientos indígenas, a los que identifican como los verdaderos enemigos de los estados nacionales, aunque en realidad es porque se oponen a sus intentos de apoderarse de sus riquezas materiales e inmateriales. Ahora que muestran el rostro, cualquiera puede darse cuenta que los nuevos conquistadores son una especie de Santa Trinidad compuesta por los dueños del dinero, sus policías y sus ideólogos.
La primera noticia de que ya andaban por América Latina la dieron ellos mismos, tal vez sin quererlo. Desde principios de siglo, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), como policía que se asume del planeta, alertaba a los estados nacionales del continente sobre el peligro que representaban los movimientos indígenas, en una época en que otros sectores andaban alicaídos. John Dimitri Negroponte, el elegante policía imperial, lo repitió a propósito del triunfo de Evo Morales Ayma en las elecciones que lo llevaron a la presidencia de la República de Bolivia, afirmando que los movimientos subversivos están haciendo mal uso de los beneficios de la democracia y eso pone el peligro la estabilidad de los estados nacionales de toda América Latina.
No pasaron muchos años para que la letanía volviera a escucharse. Esta vez en voz de uno de los cruzados civiles de la derecha militante del viejo continente: José María Aznar. Con el pretexto de hablar de una agenda de libertad, a finales de marzo pasado, el ex presidente español se ocupó de los movimientos indígenas afirmando que son una amenaza permanente, enemigos de Occidente, y empiezan a ser para América Latina lo que el nacionalismo es a Europa. "El indigenismo racista siembra la división social y agudiza problemas existentes", expresó. Pero no sólo hay que preocuparse de sus palabras sino de lo que encubren, los intereses del capital trasnacional y español. Bastaría con echar un ojo a las empresas que ahora andan tras los territorios indígenas y los recursos naturales que en ellas existen para entender las palabras del nuevo conquistador: Iberdrola, Endesa, Veolia, Cemex, Wal-Mart, entre las más visibles. Por eso satanizan a los movimientos indígenas que defienden sus derechos, ya que al hacerlo atentan contra los ilegítimos intereses de estas empresas.
Ahora es el papa Benedicto XVI, quien en su reciente visita a Brasil ha vuelto sobre el tema, lo hizo afirmando que en la evangelización de la población indígena durante la Colonia, la Iglesia católica no se impuso sobre los pueblos indígenas de América y, por el contrario, los había purificado; en consecuencia, un resurgimiento de sus religiones representaría un retorno al pasado. Con esa declaración, muy a tono con lo dicho por la CIA y la derecha española, el Papa condenaba los movimientos indígenas, que al reivindicar su existencia como pueblos originarios de América Latina y su identidad como fundamento de sus derechos, también reivindican su religión. Pero no sólo eso, las palabras del papa Benedicto XVI también contradecían las posturas de su antecesor, Juan Pablo II, que reconoció el derecho de los pueblos indígenas a sus tierras y recursos naturales.
Los nuevos conquistadores ya están aquí. Ya se descubrieron. Sólo que ahora, a diferencia del siglo XVI, cuando sus antecesores arribaron por primera vez a estas tierras en busca de nuevos mercados, ahora los habitantes originarios de América Latina ya se dieron cuenta de su presencia y de sus intenciones. Y no están dispuestos a dejarse colonizar otra vez. Por eso, contra lo que supongan, las luchas indígenas de resistencia y emancipación van en aumento en toda América Latina. Y no ponen en peligro a los estados nacionales, sino a un tipo específico de Estado nacional, al que está sirviendo de cabeza de playa a los proimperialistas. No quieren sojuzgar a nadie, pero tampoco dejarse sojuzgar. Ese es el dilema de los nuevos conquistadores, no de los pueblos indígenas, que luchan por crear otro mundo donde quepan todos los mundos. Ni más ni menos.
Fuente: La Jornada, recibido por cortesía de Genaro Bautista, Regiones Indias.