La Jornada.- Es patética la cantidad de falsedades que desde autoridades a empresarios agropecuarios y empresas trasnacionales nos lanzan a la cara sobre el alza vertiginoso del precio de la tortilla y sus posibles soluciones. Unos para justificarse, otros para ver que más pueden ganar. ¿Qué se puede decir cuando los mismos que producen el alza artificial de precios del maíz, a través de la especulación y el acaparamiento, como la trasnacional Cargill, por ejemplo, se sientan con el gobierno y "avalan" que el aumento de la tortilla sea "solamente" de 40%?
¿O que el gobierno anuncie como paliativo que ahora se exceptuarán de arancel de importación a 2 millones 850 mil toneladas de maíz, cuando desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América Norte (TLCAN) nunca se han cobrado los aranceles de importación al maíz que México tenía derecho a cobrar según el propio tratado? Se han importado desde entonces entre 5 y 8 millones de toneladas anuales libres de arancel, una inmensa sangría al erario de la que se han beneficiado las grandes empresas de distribución de cereales como Cargill y Archer Daniel Midland, y los grandes industriales que usan el grano para harina y forrajes, como Minsa, Bachoco, Pilgrim's Pride, Tyson.
Este flujo de importación no solamente compitió deslealmente con la producción nacional, sino que además causó la impune contaminación transgénica del maíz campesino, dañando uno de los mayores acervos económicos, culturales e históricos del país y del mundo. Es grave que Diconsa Âque por la enorme capilaridad para llegar a las poblaciones campesinas a través de sus más de 22 mil tiendas rurales fue identificado como unas de las principales fuentes de contaminación transgénica anuncie que romperá su ya insuficiente compromiso de 2003 de comprar maíz solamente a productores nacionales y que volverá a importar.
Pero aún más cínico en medio de tanta falacia es que las trasnacionales de los transgénicos aprovechen para decir que el maíz transgénico sería la solución "de fondo" para aumentar la producción de maíz en México. Afirmación totalmente arbitraria, ya que el maíz transgénico produce igual o menos que el convencional según múltiples datos oficiales de Estados Unidos, el mayor productor mundial de maíz y de transgénicos.
En esta ocasión la letanía sale como declaración del Consejo Nacional Agropecuario (CNA), asociación integrada por los grandes productores agropecuarios y agroindustriales de México junto a las megaempresas nacionales y trasnacionales relacionados con los agronegocios. No es extraño, cuando entre sus asociados están Monsanto, Syngenta y Agrobio México (que agrupa a las trasnacionales de agrotransgénicos), además de Cargill, Grupo Minsa, Bachoco, Pilgrim's Pride, Tyson.
Entre los logros históricos en los que el CNA se adjudica "participación activa", están la modificación del artículo 27 (que abrió la puerta para el proceso de privatización de las tierras ejidales y comunales); la firma de TLCAN y la desregulación de la Secretaría de Agricultura. Ahora quieren agregar a esta impresionante lista de devastación, la presión para lograr la siembra de maíz transgénico en México, su centro de origen.
Lo que ocultan las declaraciones de estos (no tan) nuevos señores feudales del campo mexicano es que nada menos que el 85 por ciento de los productores de maíz en México son campesinos, cultivan en predios de menos de cinco hectáreas y no dependen de ellos. Manejan una enorme diversidad de semillas adaptadas durante siglos a diferentes climas y geografías, lo que, al contrario de las semillas uniformes industriales, son útiles en las condiciones marginales donde los conquistadores y anteriores señores feudales los empujaron a vivir, primero a sangre y fuego y más tarde a punta de urbanización salvaje y otros despojos.
Estos tercos y dignos campesinos y campesinas indígenas Âque son los creadores de las semillas con las que especulan los dueños del dinero mayoritariamente siguen usando sus propias semillas, base de su alimentación y autonomía. La introducción legal y masiva de transgénicos los condenará a la contaminación, a juicios por "uso ilegal de genes patentados" y más tarde a la bioesclavitud de comprar semillas a las trasnacionales cada año. Finalmente, a desaparecer como campesinos en la competencia con la avalancha de maíz industrial y la batería de políticas anti-campesinas y anti-indígenas, condenándolos, como al resto de la población, a consumir tortillas de maíz transgénico harinizado, no nixtamalizado, de mala calidad, con menor valor nutritivo y riesgos para la salud.
Si el problema que vivimos fuera de volumen de producción (un punto a debatir, ya que la producción actual de maíz es suficiente e incluso excedentaria para toda la población, pero no para la producción industrial masiva de animales o para alimentar automóviles con biocombustible a base de maíz), existen muchas alternativas para aumentar la producción de maíz en México sin uso de transgénicos, aprovechando la enorme diversidad y riqueza histórica de saberes y semillas nativas, en complementación horizontal con la producción de semillas en instituciones públicas y sin patentes. Por ejemplo, las propuestas de Antonio Turrent y José Antonio Serratos, que plantean que México puede duplicar la producción actual de maíz con estrategias multifáceticas y descentralizadas, sin transgénicos ni trasnacionales.
Pero la realización de este tipo de propuestas afirmarían la soberanía alimentaria y la autonomía campesina e indígena, y eso sí, es un problema de fondo para que los señores feudales (nacionales y transnacionales) puedan seguir especulando y lucrando con las semillas que han robado de la creación campesina.
* Silvia Riberiro es investigadora del Grupo ETC
Fuente: La Jornada