A mediados de junio, Eduardo Sasco y Lissette Lugo, estudiantes de publicidad en la UPC, me escribieron contándome que, para uno de sus cursos, debían diseñar un material dirigido a una posible campaña social y que la problemática del racismo les llamaba la atención.
Les sugerí que buscaran inspiración asistiendo al siguiente Martes Antirracista que trataría sobre la problemática de Mujer y Racismo.
Durante ese evento hubo interesantes exposiciones sobre la problemática de las mujeres andinas y afrodescendientes, pero cuando Sofía Mauricio, la coordinadora de La Casa de Panchita, explicó la situación de las trabajadoras del hogar, partiendo de su propia experiencia, los asistentes quedaron impactados porque súbitamente sintieron la discriminación muy cercana... y ellos estaban en el papel de perpetradores. Algunos tenían recuerdos vergonzosos de los abusos que siendo niños habían cometido contra la empleada. Otros pensaban en las prácticas discriminatorias que aún se producían en sus casas. Otros más se cuestionaban sobre por qué habían guardado silencio cuando parientes o amigos explotaban abiertamente a sus trabajadoras del hogar... Súbitamente, los racistas ya no eran solamente los propietarios de Aura o Mamá Batata, ni los autores de la publicidad de Gloria, Metro o Saga Falabella, sino todos los presentes.
Finalizada la actividad, Eduardo y Lissette se me acercaron y me dijeron que les gustaría, más que un trabajo para la universidad, colaborar de alguna forma en enfrentar los abusos contra las trabajadoras del hogar. Se habían dado cuenta que, además del racismo, ellas acumulan sobre sí muchas formas de discriminación: sexo, lugar de origen, educación, condición económica, actividad y sólo su extrema vulnerabilidad les permite soportar muchas formas de maltrato.
Semanas después, los dos estudiantes enviaron sus primeros esbozos con el lema ¡Basta de Cárcel!. En aquel momento, ya había conocido yo el caso de Estela y la referencia a una prisión no me pareció nada exagerada. Allá por 1961, Estela era una niña de la sierra, que se extravió en las calles del centro de Lima. Su llanto llamó la atención de un abogado y su esposa, quienes decidieron acogerla en su casa y sólo le pidieron, a cambio, que ayudara a limpiar y cocinar.
45 años después, Estela sigue dedicándose todo el día a realizar labores domésticas y recién en este año le permiten salir un domingo cada quincena. Es una de las pocas analfabetas de la elegante zona de Magdalena donde vive... porque nunca le permitieron acudir al colegio. Hasta hace poco ni siquiera distinguía las monedas porque no le dejaban tampoco manejar dinero y al abogado jamás se les ocurrió pagarle, porque Estela era como de la familia.
Su protector-captor-empleador ha fallecido hace algún tiempo y su viuda se encuentra muy enferma. Los hijos, a quienes ella atendió desde que nacieron, desean ahora que se marche, porque su presencia es inútil. Si Estela se retira, saldrá a la calle tan pobre como cuando la encontraron y sin haber tenido nunca una vida propia.
Se trata sin duda de casos extremos, pero, a tres años de la Ley 27986, muchas familias todavía no formalizan su relación con la empleada doméstica, cumpliendo con las gratificaciones en julio y diciembre (que equivalen a medio sueldo), la compensación por tiempo de servicios (medio sueldo por año trabajado) y los 15 días de vacaciones pagadas. A este incumplimiento contribuyen las agencias de empleo, que no informan sobre la Ley 27986 ni a las familias ni a las trabajadoras del hogar.
Son también responsables las municipalidades distritales porque, con la solitaria excepción de Los Olivos, incumplen el Código del Niño y el Adolescente, que las obliga a supervisar la situación de las trabajadoras domésticas adolescentes. Las municipalidades podrían ayudar a muchas menores explotadas bajo la cobertura de ahijada o de obra de caridad. El caso de la adolescente huanuqueña violada por su empleador en una vivienda frente al Metro de Surquillo demuestra cuán urgente es que las municipalidades asuman con seriedad esta responsabilidad (la denuncia viene siendo asumida por La Casa de Panchita y Demus).
Aunque Lissette y Eduardo no conocen ni a Estela ni a la joven de Huánuco, el afiche que elaboraron muestra de manera contundente la situación que viven ellas y muchas otras mujeres. Ahora estamos comenzando la etapa de distribución. Exhibir el afiche en instituciones públicas, parroquias, ONG, bodegas o universidades permitirá reflexionar sobre la problemática de las trabajadoras del hogar y enfrentar los abusos que ellas sufren.
Lissette y Eduardo convirtieron un trabajo universitario en un valioso aporte para mejorar la condición de muchas mujeres vulnerables. Usted puede contribuir mucho también, colocando el afiche en un lugar visible y/o difundiéndolo en internet... Quizás, en su misma cuadra o en su edificio, pueda cambiar el destino de alguna mujer abandonada a su suerte.
Fuente: Reflexiones Peruanas N° 120.
Todas las Reflexiones Peruanas se encuentran en www.cemisa.com.pe/reflexionesperuanas, en la página web de APRODEH www.aprodeh.org.pe, el informativo La Insignia www.lainsignia.org y la página web de Agencia Perú www.agenciaperu.com