El 1 de noviembre de 2006 será recordado por siempre por el pueblo de Shuar, uno de los pueblos originarios del Ecuador. En uso de sus derechos, ese día, más de medio centenar de personas, entre hombres, mujeres y niños shuar, procedentes de diversas jurisdicciones de la provincia de Morona Santiago, aprehendieron a los asalariados de la minera estadounidense Lowell Mineral Exploration, incrustados en su suelo, y los expulsaron definitivamente.
El suceso acaeció en la comunidad de Warints, enclavada en la Cordillera del Cóndor, una de las zonas más biodiversas del planeta, a donde la transnacional había llegado dos años atrás con el cuento de que se le había concesionado 30 mil hectáreas de aquel territorio ancestral. Ya el 20 de septiembre anterior, la asamblea de la comunidad había conminado enérgicamente a Lowell a abandonar la zona, pero ésta, en un acto de desafiante desacato, por el contrario, incrementó sus operaciones.
Los hombres y las mujeres unidos en la lucha
El 1 de noviembre, en la mañana, apenas clareaba el día, y divididos en tres grupos, se encaminaron los defensores, al campamento de la minera gringa, en Warints. Las mujeres, con sus lanzas de madera, los hombres, con sus carabinas de caza. Partieron desde Maikiuants, una comunidad vecina, a dos horas de camino de la primera. En Maikiuants, se habían congregado, procedentes de toda la región, los días 30 y 31 de octubre, para resolver el problema. También se contaban algunos valientes representantes de los pueblos mestizos de la provincia.
Los dos primeros grupos, compuestos sólo por hombres, se metieron por el monte, para sorprenderle a la Lowell por la retaguardia. En tanto que el tercer grupo, mayoritariamente femenino, tomó el camino público. Cuando éste último llegó a Warints, las mujeres, los hombres y los niños que con ellas venían, ocuparon la pista de aterrizaje y ahí se quedaron todo el día, sin agua ni comida.
A este tercer grupo le fue imposible avanzar sobre el campamento de la minera gringa, porque a la hora a la que había sido pactada la toma con los dos primeros grupos, tuvo que repeler a un helicóptero que en su interior transportaba un paquete mixto de policías y militares. Patricio González Lobo, el cabecilla de la Lowell, al recibir los primeros informes de la acción popular, lo había requerido, sumido en angustias.
El helicóptero pretendió más tarde aterrizar en Maikiuants, pero las cuatro mujeres y los cuatro niños que se quedaron ahí para evitar los peligros, con sus cuerpos lo repelieron.
A Warints, o se llega a pie, para lo cual se necesitan dos días de caminata, o se llega por aire. De hecho, la comunidad crece alrededor de la pista, un amplio campo cuadrangular recubierto de una hierbita parecida a la grama, que sólo puede recibir a avionetas o helicópteros. No hay servicio telefónico, el único medio de comunicación es la radio y la única radio que funciona es la de la minera gringa. La luz es una agradable novedad de la que Warints goza desde hace sólo dos años.
A las 17h30 de ese histórico 1 de noviembre, los defensores llegaron a la pista de Warints, trayendo consigo a todos los asalariados. Ahí se reencontraron con sus hermanas y empezaron una asamblea bajo la bóveda del cielo. "¡No queremos que vuelvan nunca más!" fue el único mandato que el pueblo le dio a González, en su condición de cabecilla de la minera gringa, y que éste suscribió, como signo de haberlo entendido, asumiendo el compromiso de hacerles entender lo mismo a sus patrones en los Estados Unidos.
Al día siguiente, y antes del mediodía, todos los invasores habían sido sacados fuera de este suelo sagrado, en una avioneta de uno de los servicios aéreos de la región. Hacia las 11h00 de la mañana, descendió en Warints un helicóptero enviado desde Quito, con aproximadamente 12 militares shuar, que contrariamente a las disposiciones que habían recibido, apoyaron a sus hermanos. "¡Ustedes mismo tienen que defenderse!", les dijeron.
"¡Nosotros quedamos ricos en territorio, para nuestros hijos!", se regocijaba Mery Mashiant, una madre de 25 años que participó en la operación. "Ellos [ la Lowell] estaban dañando nuestra biodiversidad, nuestra agua", dijo. "Algunos niños de Warints y Maikiuants estaban enfermos, les salían granos."
Cristina Antun, de 29 años, madre también de una niña de primer grado, adelantó próximas deportaciones de transnacionales norteamericanas que quieren convertir este Templo de la Amazonía, como se conoce a Morona Santiago, en un desierto minero. "¡Con estas iras, vamos a seguir sacando a las compañías! ¡Haber si cuando nosotros queremos entrar en su territorio, nos dejan pasar!"
Comité de Prensa por Morona Santiago