La Prensa.- El jueves 12 de octubre (para unos ñanqha uru y para otros motivo de celebración) concluyó un encuentro continental indígena de varios días de duración, que debió establecer una plataforma de lucha conforme con los nuevos tiempos, es decir, no sólo un nuevo milenio de crisis y esperanza, sino algo más concreto: la aprobación por las Naciones Unidas de la Declaración sobre Pueblos Indígenas, después de más de una década de negociaciones y dilaciones. Resta ahora la ardua tarea de que los gobiernos del área la firmen y ratifiquen, dotándole de mecanismos legales para su efectiva aplicación.
Conversando con algunos participantes, me sorprendió la polarización de opiniones que pude percibir. Hubo delegados que no daban en sí de alegría, y hasta pisar el cuartel les pareció una experiencia inédita. Pero la mayoría de indígenas partícipantes, estuvieron bastante descontentos y descontentas con el evento. Mucho baile y poca discusión política, me dijo una hermana mexicana. También me comentó que se sentían decepcionados por la falta de contenido del evento, por la ausencia de compromisos claros con el tema de la ratificación continental de la Declaración. A la ausencia del Canciller y del Presidente se sumó el discurso inaugural de Alex Contreras como vocero presidencial. Al parecer, Alex no tenía una idea clara del debate indígena pre y post Declaración de la ONU, y según muchos, condujo el cónclave por rumbos equivocados. Lo del baile tuvo que ver también con la escenificación costumbrista a la que son tan afectos nuestros políticos quchalas. Los discursos fueron mucho ruido y pocas nueces, aunque las y los intelectuales y líderes indígenas presentes traían muchas ideas y propuestas para debatir. Lo que más reclamaron era la dificultad de entablar un diálogo serio con l@s representantes de Bolivia, que forman parte de una coordinadora indígena recientemente bautizada como COINCABOL. Ell@s nunca tuvieron el tiempo ni la paciencia para debatir los asuntos de fondo con sus herman@s de otros países.
En un momento político como el que se vivía, fue sin duda importante el acto público en la plaza San Francisco (12 de octubre) con el que se cerró el evento. El apoyo a la gestión de Evo Morales por parte de las delegaciones indígenas del país y del continente fue oportuno, espontáneo y contundente. No cabe duda, el impacto simbólico de un presidente indígena es un baño de autoestima para cualquiera que haya sabido lo que es la discriminación[1]. No obstante, pude percibir también que la adhesión otorgada a Evo Morales no es automática ni carente de elementos críticos. La adhesión de los indígenas del continente –y con ello, de la opinión pública progresista del mundo- al actual gobierno boliviano es algo que el sólo acto electoral de diciembre pasado ha logrado ganar, pero es también algo que se puede conservar o perder. De ahí que los reclamos y las frustraciones de varias delegaciones indígenas merezcan ser conocidos, asumidos y enmendados.
La dirección qara y estatalista del evento tiene que ver con esas frustraciones. Los indígenas se reunieron en el Colegio Militar, donde inicialmente no podían circular con libertad y ni siquiera salir sin escolta. El hecho de que su afiche tuviera como lema De la Resistencia al Poder es señal clara de esta huella clasemediera y mestiza que se le impuso de entrada. Es una formulación lineal, que indica que la época de la resistencia ha terminado y que estamos en la perspectiva Nevski de la descolonización. No fue menos el bochorno que sintieron muchos –perseguidos, torturados y encarcelados en sus países por las fuerzas del orden- al tener que aplaudir a los milicos bolivianos, a instancias de Contreras, como si la varita mágica de un indio presidente los hubiera descolonizado súbitamente. Y eso sin mencionar los apoyos a otros castrenses del continente, que a muchos delegados, y sobre todo delegadas indígenas les parecieron superfluos y hasta inconsecuentes.
Pero lo peor fue el rancho. Imbuidos de una uniformidad cuartelaria, los cocineros del Colegio Militar se dedicaron a hacer ingerir arroz, fideo y frituras a los hermanos y hermanas indígenas sin que nadie se ocupe de averiguar sus preferencias. Así, tan concreta y comestible, es la distancia entre las palabras y los hechos. Y las hermanas y hermanos de Abya-Yala se quedaron sin conocer el sabor del chuñu o de la tunta, del ispi y del charkhi, del cupuazú o el muquchinchi. Felizmente no les faltó mate de coca y pijchu, que al menos les ayudaron a digerir el rancho cuartelario sin perder el buen humor. Ellas y ellos, para quienes la descolonización significa el retorno a los propios valores, pensamientos y alimentos.
Fuente: Recibido de Prensa Indígenas, por cortesía de Genaro Bautista