El movimiento indígena se ha desarrollado tras un proceso largo, con paciencia y tenacidad. En algún momento se habló de que era el más estructurado y organizado de América. La Conaie se volvió visible y comenzó a tomar fuerza en 1988, cuando negoció con el Gobierno de entonces, de igual a igual, Gobierno que no acudió a prácticas clientelares ni divisionistas como algunos de los que vinieron después. En aquel entonces hubo un diálogo fluido, permanente y orgánico con la dirigencia que, curiosamente, es más o menos la misma de ahora. Luis Macas, el actual presidente de la Conaie, encabezó ese primer levantamiento de 1990.
Desde entonces el movimiento ha tenido episodios poco felices. Algunos de sus dirigentes desmitificaron aquello del no robar, no mentir y no ser ocioso. Los Grefa, Pandam, Vargas y otros cayeron en similares aberraciones y corruptelas. Poco a poco se ha visto que los vicios y las virtudes se encuentran por igual repartidas también entre los indios.
A mediados de los noventa se formó, con indios y mestizos, el movimiento Pachakutik, como un ala política del movimiento. Se llamó Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik Nuevo País. Era la alianza de la Conaie con sectores mestizos del grupo que encabezó Freddy Ehlers. Con el tiempo, los mestizos, en alianza con algunos dirigentes indios, se han ido tomando Pachakutik y las decisiones del movimiento no son las que los dirigentes históricos propician. Los históricos han perdido el control y el intento de abrirse a los blancomestizos ha terminado por desplazarlos. Las visiones políticas y los intereses de unos y otros son distintas.
Probablemente el peor error histórico de la dirigencia indígena fue apoyar a Lucio Gutiérrez, en la creencia equivocada de que gobernarían ellos. Siempre tuvieron la ilusión de poner presidentes para gobernar. Lo cual es impracticable. Con Lucio se sintieron traicionados y utilizados. Esa frustración les lleva ahora a insistir en una candidatura propia, sin ninguna posibilidad de éxito. Los traumas suelen obnubilar la razón.
El problema no es simple. Pasar de ser una organización de reinvindicación étnico-social al rol de actor político, entraña riesgos. Los 500 años de postergación configuraron un panorama claro de lucha, que se desfigura cuando sus líderes ingresan a la práctica política tradicional. Los indios son una importante minoría, pero no pueden aspirar a ser Gobierno por sí solos, como en Bolivia. Y en alianza, no pueden pretender gobernar por mano ajena.
Ha llegado la hora de enfriar la cabeza, dimensionar adecuadamente las fuerzas, reagrupar apoyos, consolidarse internamente y buscar alianzas coherentes. Un poco más de modestia y realismo es lo que la sana razón aconseja a los dirigentes indígenas. Su poder de movilización les otorga una capacidad de negociación importante que puede y debe ser canalizada en conjunto con otras fuerzas políticas. Solos en la lucha electoral evidenciarán debilidad.
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