La Jornada, 18 de noviembre 2005.- Entre el 9 y 12 de noviembre se reunieron en Oaxaca 500 científicos de varios países, sobre todo europeos y norteamericanos, en la conferencia Diversitas: integrar la ciencia de la biodiversidad para el bienestar humano. Un título más apropiado hubiera sido "Integrando la ciencia de la biodiversidad para su posterior privatización", ya que ésta es la agenda oculta en este tipo de actos, aunque muchos participantes y hasta algunos de los organizadores no se dan cuenta, por ingenuidad política.
La sede fue apropiada, pues Oaxaca representa una zona de alta diversidad biológica, que conteniendo un tercio de la diversidad florística del megadiverso México, y a la vez una gran diversidad cultural representada por 16 grupos étnicos que domesticaron el maíz y la calabaza, cultivados bajo complejos sistemas de manejo de suelo y agua. Y es precisamente en Oaxaca donde la agrobiodiversidad del maíz está amenazada por la contaminación transgénica.
Sin embargo, la conferencia ignoró totalmente los riesgos que representa la introducción de cultivos transgénicos en centros de origen de especies cultivadas, como es México, para el maíz. Para colmo el principal orador de la conferencia fue el doctor Peter Raven, director del Jardín Botánico de Missouri, quien es acérrimo defensor de los transgénicos. En un reciente artículo de una prestigiosa revista académica, Raven consideró que la contaminación transgénica no representa ningún peligro para la agricultura indígena ni para los mexicanos. No tuvo vergüenza en decir que lo que se necesita es mayor capacitación científica en el sur para que éste se beneficie de los avances de la ciencia occidental, incluyendo mayores esfuerzos que expliquen a los campesinos las supuestas ventajas agronómicas de los transgénicos. Esta posición neocolonialista es un insulto a la capacidad endógena de los pueblos. La biotecnología no consiste tanto en cambiar una semilla por otra, sino más bien en el remplazo de un paradigma de conocimiento indígena-etnoecológico por otro controlado por poderosos intereses protegidos por derechos intelectuales de propiedad cuyo objetivo final es controlar la base genética de la agricultura nacional y destruir los sistemas alimentarios locales.
No era necesario asistir a la conferencia para enterarse de que la mayoría de la biodiversidad remanente en el planeta está en los países del sur, en regiones bajo control indígena y campesino. De hecho, donde se encuentran más especies biológicas o variedades de cultivos son las zonas más remotas, donde los grupos étnicos han preservado la biodiversidad ajenos a toda racionalidad capitalista. Pero es precisamente en estas zonas, ahora sujetas a la "modernización" agrícola, la explotación forestal comercial y el ecoturismo, donde más se pierde biodiversidad, ya que la penetración del capital tergiversa la propiedad colectiva del territorio y la gestión comunitaria de los recursos naturales.
La creciente erosión de esta biodiversidad y conocimiento tradicional plantea a la sociedad un desafío que según Diversitas consiste en preservar y utilizar la biodiversidad para el bienestar humano, aclarando, eso sí que la conservación tiene que "ser compatible" con el modelo económico imperante (aunque ignore que éste es precisamente la causa principal de su desaparición). Varias sesiones trataron sobre el monitoreo de la biodiversidad, los servicios ambientales que ésta provee, y su valoración económica.
Cabe preguntarse entonces cómo es que la valoración económica de la biodiversidad ayudará a las comunidades a preservarla, si históricamente los factores económicos no han sido determinantes en las estrategias indígenas de conservación de miles de especies. Lo único que esta valoración hará es sentar las bases para su posterior privatización, mediante las patentes sobre la vida y la biopiratería, los impuestos sobre los manantiales y fuentes de agua, el ecoturismo y otras transacciones económicas que benefician a los poderosos que controlan el mercado globalizado o tienen acceso favorable a él.
Algunos conferencistas argumentaban que las comunidades se beneficiarían si fueran recompensadas por los servicios ecológicos que emergen de la biodiversidad que manejan. Pero esos servicios, como por ejemplo la captura de carbono o la preservación de plantas anticancerígenas, no son, necesariamente, de interés para las comunidades, sino que lo son para científicos de países vacíos de biodiversidad, con altos niveles de consumo y responsables por la emisiones que están cambiando el clima o cuya población sufre altos índices de cáncer a consecuencia de sus dietas y estilos de vida. Al pasar al terreno del mercado y la monetarización los "servicios" que la madre naturaleza antes proveía gratis a la humanidad, se abren las puertas para su apropiación con fines privados y comerciales, y la consecuente exclusión de los pobres de los beneficios.
*Miguel Altieri es agroecólogo chileno y profesor de la Universidad de California en Berkeley