La Jornada, 10 noviembre 2005.- La semana pasada se anunció con bombo y platillo la publicación del "primer mapa de la diversidad genética humana", resultado de la primera fase del Proyecto Internacional HapMap. Es un catálogo de variaciones genéticas de la especie humana, basada en el análisis del ADN de 269 individuos de las poblaciones yoruba de Nigeria y han de Pekín; de japoneses de Tokio y residentes de Utah, Estados Unidos, con ancestros del occidente y norte europeos.
Aunque los seres humanos compartimos 99.9 por ciento de la información genética, tenemos pequeñas variaciones, llamadas poliformismos singulares de nucléotido o SNP (por su siglas en inglés; se pronuncia snip). Se estima que existen unos 10 millones de SNP en la especie humana y supuestamente esas diferencias estarían relacionadas con la mayor resistencia o susceptibilidad a enfermedades y medicamentos. El proyecto HapMap encontró la forma de buscar estas variaciones en conjuntos de genes llamados haplotipos (de ahí el nombre del proyecto), lo que redujo la búsqueda a 300 mil posibilidades. La industria farmacéutica y médica está particularmente interesada en los SNP, porque permitirían desarrollar la "medicina personalizada" del futuro; por ejemplo, drogas específicas, según la identidad genética de cada individuo.
Doscientos investigadores de seis países -Reino Unido, Canadá, Estados Unidos, Japón, China y Nigeria- participaron en este proyecto, financiado con dinero público de esos países y del sector empresarial, por medio del llamado SNP Consortium, integrado por gigantes farmacéuticos como Pfizer, Bayer, Aventis, Bristol-Myers Squibb, Roche, GlaxoSmithKline y Novartis, junto con Motorola e IBM.
El resumen de resultados se publicó en la revista Nature el 27 de octubre de 2005, y en la misma semana aparecieron artículos complementarios en otras publicaciones científicas, como Nature Genetics, Genome Research y PLoS Genetics. Los resultados y secuencias genéticas del proyecto han sido colocados en Internet, teóricamente en el "dominio público". Según el proyecto HapMap, esto es un paso revolucionario, ya que a partir de este conocimiento se podrán desarrollar nuevos diagnósticos y tratamientos para enfermedades como diabetes, hipertensión y cáncer.
Sin embargo, la gran mayoría de las enfermedades que sufrimos no dependen de los genes. Estos podrían indicar alguna predisposición, pero lo que define la salud o la enfermedad es la alimentación, el ambiente, las condiciones de vida, trabajo y vivienda, es decir, condiciones fundamentalmente socioeconómicas, que empeoran mientras más crece el poder de las trasnacionales. Esa "medicina personalizada" será sólo para quienes puedan pagarla, o sea, una vía más de privatización de los sistemas de salud.
Este proyecto no es ni revolucionario ni altruista como se presenta. La investigación se financia con dinero público y genes de indígenas y migrantes -a quienes se convence de entregar su información genética "para bien de la humanidad"-, pero quienes se benefician son las corporaciones que logren patentar la información antes que las demás, monopolizando los eventuales métodos diagnósticos o tratamientos que se pudieran desarrollar. La política del HapMap dice que la información producida por el proyecto no "debería" ser patentada, pero que cualquier uso que se haga de ella podrá ser patentado: "El proyecto no impide a los investigadores hacer solicitudes de patentes sobre SNP o haplotipos para los que encuentren una utilidad específica, si esto no impide que otros investigadores puedan seguir obteniendo la información básica del proyecto". La realidad de las patentes sobre genes muestra lo contrario: las posibilidades de investigación sobre la información "básica" se reducen drásticamente una vez patentados.
Pocos días antes, los investigadores Fiona Murray y Kyle Jensen, del Instituto Tecnológico de Massachussets, publicaron otro estudio (Science, 14/10/2005), donde informan que cerca de 20 por ciento del genoma humano está patentado, con el efecto real de retrasar o impedir la investigación por parte de otros. De las patentes otorgadas, 63 por ciento corresponden a empresas privadas, encabezadas por Incyte, Genentech y GlaxoSmithKline, y el resto principalmente a universidades estadunidenses, que a su vez venden o licencian en forma exclusiva sus patentes a empresas, es decir, otra vía de biopiratería humana y de privatización de los resultados de la investigación pública.
Apelar al "dominio público" es entonces una forma de dominar al público, colocando la información del genoma humano a disposición de quienes tengan más recursos, más herramientas y lleguen primero. Por ejemplo, las empresas del SNP Consortium, que con mínima inversión -y enorme subvención pública- tuvieron acceso adelantado a la información.
Gerardo Jiménez Sánchez, director del Instituto de Medicina Genómica (Inmegen), lamenta que México no participara en el HapMap (pese a que los informes del Inmegen varias veces nombran la colaboración con este proyecto). Pero México sí participó: el banco de genes humanos del Instituto Coriell de Estados Unidos -donde ya se vendían genes de mayas de Yucatán- ahora también vende información genética de "mexicanoestadunidenses", explícitamente proveniente del proyecto HapMap.
Al colocar en Internet información de grupos humanos específicos -como también pretende hacer el Inmegen- se publica de hecho información crucial de toda esa población, no sólo de los muestreados. Por ejemplo, los yorubas son parte importante de la población de Cuba y Brasil. ¿Quién puede garantizar qué uso se hará de esta información?
El HapMap y otros proyectos similares, como el Genográfico, deben ser objeto de un escrutinio público mucho más crítico, que analice todas sus implicaciones sin dejarse cegar por la fascinación que nos quieren vender científicos asociados a las multinacionales.
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Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC