En el Día Mundial de la Alimentación que se celebra cada 16 de octubre queremos compartir con nuestros lectores y lectoras dos capitulos del informe El Estado de la inseguridad alimentaria en el mundo, 2004, documento que da cuenta de los progresos y reveses en los esfuerzos para alcanzar el objetivo fijado por la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA) en 1996, y que consiste en reducir a la mitad el número de personas crónicamente hambrientas en el mundo para el año 2015. El informe fue publicado en 2004 por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
Educación para la población rural y seguridad alimentaria
La gran mayoría de los 852 millones de personas que padecen subnutrición crónica en el mundo viven en zonas rurales de países en desarrollo; donde viven también gran parte de los 860 millones de adultos analfabetos (de los cuales la mayoría son mujeres) y de los 130 millones de niños (sobre todo niñas) que no van a la escuela. El hecho de que el hambre, el analfabetismo y la falta de escolarización afecten prácticamente a las mismas zonas y personas no es una coincidencia, ni tampoco se limita a reflejar que tanto el hambre como la falta de educación son aspectos de la extrema pobreza. El hambre, la malnutrición y la inseguridad alimentaria erosionan las capacidades cognitivas y reducen la asistencia escolar; y, a su vez, el analfabetismo y la falta de educación reducen la capacidad de obtener ingresos y contribuyen directamente a generar hambre y pobreza.
Los índices de alfabetización y de asistencia escolar son especialmente bajos entre las mujeres y niñas de las zonas rurales (véase el gráfico). En los 50 países en desarrollo de los que se tienen datos, el promedio de la asistencia escolar primaria de las niñas de las zonas rurales es tan solo del 58 por ciento, en comparación con el 63 por ciento de los niños de las zonas rurales y más del 75 por ciento de los niños y niñas de las zonas urbanas. Por consiguiente, alrededor de dos tercios de la población analfabeta de los países en desarrollo son mujeres y la disparidad de género es considerablemente más elevada en las zonas rurales.
El hambre y la malnutrición impiden que los niños vayan a la escuela y merman su capacidad de aprendizaje cuando logran asistir. Un estudio realizado en zonas rurales del Pakistán demostró que una mejora relativamente leve en la nutrición aumentaría la probabilidad de escolarización en un 4 por ciento para los niños y en un 19 por ciento para las niñas. Problemas tales como el bajo peso al nacer, la malnutrición proteico-calórica, la anemia ferropénica y la carencia de yodo han sido, todos ellos, vinculados con deficiencias cognitivas que reducen la capacidad de aprendizaje infantil. Se estima, por ejemplo, que la carencia de yodo afecta a 1 600 millones de personas en todo el mundo y ha sido asociada con una reducción media de 13,5 puntos en el coeficiente intelectual de la población.
La falta de educación reduce la productividad y la capacidad de obtener ingresos, y aumenta la vulnerabilidad frente al hambre y la pobreza extrema. Las investigaciones que se han llevado a cabo revelan que los agricultores con cuatro años de educación primaria son, en promedio, 8,7 por ciento más productivos que los agricultores que no han ido a la escuela. Si además disponen de insumos adicionales como fertilizantes, nuevas semillas o maquinaria agrícola, el incremento de su productividad alcanza el 13 por ciento.
Mejorar la educación para alimentar tanto el cuerpo como la mente
La mejora de la educación puede ser uno de los métodos más eficaces para reducir el hambre y la malnutrición. Las tasas de malnutrición disminuyen cuando aumenta la alfabetización, sobre todo entre las mujeres. El aumento de los índices de alfabetización femenina en las zonas rurales también se asocia al aumento de la escolarización de niñas en la educación primaria y al descenso de las tasas de malnutrición.
La educación también es básica para la lucha contra el VIH/SIDA. Un estudio reciente llevado a cabo en Uganda demostró que los niños que finalizaban la educación primaria tenían sólo la mitad de probabilidades de contraer el VIH, y que aquellos que acababan la educación secundaria sólo un 15 por ciento de probabilidades de contraerlo, en comparación con aquellos niños que recibían muy poca educación o ninguna en absoluto.
El Estado indio de Kerala suele citarse como ejemplo perfecto de la virtuosa conjunción de beneficios que proporcionan las inversiones en educación y nutrición. Poco después de obtener la independencia, los sucesivos gobiernos de Kerala empezaron a dar la máxima prioridad a la educación y han dedicado una especial atención a las mujeres y niñas de las zonas rurales.
Esta inversión ha merecido la pena. Aunque el Estado de Kerala no es uno de los más ricos de la India, se sitúa en primer lugar en cuanto a la alfabetización y escolarización femeninas con un amplio margen. Kerala también puede vanagloriarse de que su tasa de malnutrición infantil es la más baja y de que su tasa de mortalidad infantil es una quinta parte de la del país en su conjunto.
Varios países han reconocido la importancia de la educación para la población rural y han adoptado políticas destinadas a aumentar su accesibilidad y pertinencia. Casi la mitad de las escuelas de las zonas rurales en Colombia, por ejemplo, han adoptado el modelo de la «Escuela Nueva». Estas escuelas priorizan los sistemas de aprendizaje participativo y utilizan un programa de estudios que combina las materias nacionales comunes con módulos locales pertinentes para la cultura y necesidades de la población rural. Las comunidades y los padres participan activamente en las escuelas. Los índices de abandono escolar son mucho más bajos y los resultados en español y matemáticas son considerablemente mejores que en las escuelas tradicionales.
El Estado indio de Madhya Pradesh se comprometió a construir una escuela primaria en el plazo de 90 días para cualquier comunidad rural que facilitara el terreno y contratara a un profesor cualificado. Hoy en día, todos los niños en edad de cursar la educación primaria en ese Estado están escolarizados.
Los programas que tratan simultáneamente y de forma directa la falta de educación y la malnutrición han logrado notables resultados en varios países.
En el marco del programa «Alimentos por Educación» de Bangladesh, las familias reciben alimentos si envían a sus hijos a la escuela, en lugar de ponerlos a trabajar. Una evaluación del Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias realizado al cabo de ocho años constató buenos resultados, tanto en materia de educación como de nutrición. El índice de asistencia escolar primaria aumentó, sobre todo entre las niñas; los índices de ausencia escolar y de abandono de los estudios descendieron; y la ingestión de calorías y proteínas se incrementó notablemente en las familias que participaron en el programa.
Por su parte, el Programa de Educación, Salud y Alimentación (PROGRESA) de México proporciona dinero en efectivo a más de 2,6 millones de familias pobres de las zonas rurales a cambio de que envíen a sus hijos a la escuela. Los beneficios son más altos para los niños más mayores y para las niñas, que cuentan con más probabilidades de abandonar los estudios antes de empezar la educación secundaria. Este programa también proporciona complementos nutricionales a los lactantes y a los niños pequeños de las familias que participan en él.
Después de los tres primeros años de funcionamiento del programa, la escolarización en la etapa crítica de la transición de la educación primaria a la secundaria aumentó en un 20 por ciento para las niñas y en un 10 por ciento para los niños. Una simulación de las repercusiones a lo largo de un periodo más largo muestra que, en promedio, los niños completarían 0,6 cursos escolares más y un 19 por ciento de esos niños asistiría a algunos cursos de secundaria.
El camino que queda por recorrer: aumentar las intervenciones para reducir el hambre
El tiempo que queda para alcanzar el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación es cada vez menor, pero la distancia por recorrer sigue siendo larga. Es hora de aligerar el paso y empezar a actuar enérgicamente en lo que sabemos que podemos y debemos hacer.
Aunque los progresos se han quedado hasta ahora algo rezagados, puede alcanzarse y costearse el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. Tenemos amplias pruebas de que es posible lograr rápidos avances mediante la aplicación de una estrategia de doble vía, que ataque al mismo tiempo las causas y las consecuencias del hambre y la pobreza extrema (véase el diagrama). La primera vía incluye las intervenciones destinadas a mejorar la disponibilidad de alimentos y los ingresos de la población pobre, fortaleciendo sus actividades productivas. La segunda vía engloba los programas selectivos destinados a facilitar un acceso directo e inmediato a los alimentos para las familias más necesitadas.
A fin de alcanzar el objetivo de la CMA, ahora debemos introducir este enfoque de doble vía en programas a gran escala que puedan aplicarse en países donde el hambre está muy extendida y los recursos son sumamente escasos.
Ello significa que, dentro del marco de la doble vía, en los próximos diez años debemos dar prioridad a las intervenciones que obtengan las repercusiones más inmediatas en la seguridad alimentaria de millones de personas vulnerables. Allí donde los recursos son escasos, debemos centrarnos en enfoques de bajo coste que permitan que los pequeños agricultores logren aumentar su producción, de forma que mejore el consumo alimentario de sus familias y comunidades. Al mismo tiempo, debemos ampliar rápidamente las redes de seguridad seleccionadas.
La mejora de la productividad, nutrición y medios de subsistencia de la población pobre
La inmensa mayoría de las personas que padecen hambre en el mundo viven en las zonas rurales y dependen de la agricultura como fuente de ingresos y de alimentos. Incluso un modesto aumento en las cifras de producción de un gran número de pequeños agricultores, si se traduce en una mejora de la alimentación, tendría una gran repercusión en la reducción del hambre y de la pobreza en las zonas rurales.
La mejora de la productividad de los pequeños agricultores produce un efecto dominó que permite extender sus beneficios a las comunidades rurales pobres. Cuando los pequeños agricultores tienen más dinero para gastar, tienden a gastarlo localmente en bienes con elevado coeficiente de mano de obra y en servicios que provienen del sector rural no agrario, lo que estimula los ingresos del conjunto de la población rural, incluidos los trabajadores sin tierra que conforman una gran proporción de la población pobre y hambrienta en muchos países.
Fortalecimiento de las redes de seguridad y los programas de transferencias
Con una necesidad tan urgente y un plazo de tiempo tan corto, la forma más rápida de reducir el hambre puede ser a menudo el suministro de asistencia directa a los hogares más necesitados para asegurar que puedan poner un plato de comida sobre sus mesas. A fin de hincarle el diente al hambre de forma larga y duradera, debemos ampliar las redes de seguridad y los programas de transferencias en metálico, y asegurar que éstos se centran en los grupos más vulnerables, incluidos las mujeres lactantes y en estado de gestación, los lactantes y los niños pequeños, los niños en edad escolar, los jóvenes desempleados en las zonas urbanas y los ancianos, los discapacitados y los enfermos, incluidas las personas con VIH/SIDA.
Las redes de seguridad también pueden entretejerse con otros hilos que contribuyan a los objetivos de desarrollo. Los bancos de alimentos y los programas de alimentación en las escuelas pueden establecerse a menudo de forma que fomenten los ingresos, mejoren la seguridad alimentaria y estimulen el desarrollo en las comunidades rurales vulnerables, comprando los alimentos localmente a los pequeños agricultores. Asimismo, los programas que proporcionan alimentos a las personas que asisten a los programas de formación y educación pueden mejorar a la vez su estado nutricional y sus perspectivas ocupacionales.
Fomento de la autonomía de las comunidades rurales
Las propias comunidades rurales son, a menudo, las más capacitadas para diagnosticar las causas locales primordiales del hambre crónica y para determinar las soluciones que más pueden beneficiar a los miembros de la comunidad con la menor dependencia posible de los recursos externos.
La experiencia ha demostrado que las escuelas de campo para agricultores y otros enfoques parecidos, con respecto a la educación para adultos y el fomento de la autonomía de las comunidades, pueden ayudar a los agricultores a aumentar la producción y mejorar la selección de los objetivos de las redes de seguridad.
Sierra Leona ha convertido las escuelas de campo para agricultores en un elemento central en la movilización de una campaña comunitaria para erradicar el hambre en un plazo de cinco años. Se prevé que, en septiembre de 2006, más de 200 000 de los 450 000 agricultores del país habrán participado en algún curso sobre seguridad alimentaria en las escuelas autofinanciadas de campo para agricultores.
Ampliar la financiación y los compromisos
Para poder aumentar las intervenciones directas destinadas a alcanzar el objetivo de la CMA e incrementar simultáneamente las inversiones a largo plazo en la agricultura sostenible y el desarrollo rural, también será necesario ampliar los recursos y los compromisos políticos. Afortunadamente varios países han tomado la iniciativa en la movilización de la voluntad política y están presionando para instaurar nuevos mecanismos de financiación.
El Presidente Luiz Inácio Lula da Silva, del Brasil, que ha afirmado que el hambre es «la peor de todas las armas de destrucción masiva», ha propuesto que se fijen impuestos para el comercio internacional de armas y para algunas transacciones financieras que se realizan en los «paraísos fiscales».Los Presidentes de Chile, Francia y España, así como el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, se han unido al Presidente Lula para fraguar el «Quinteto contra el Hambre», el cual está estudiando una variedad de mecanismos alternativos de financiación.
El Reino Unido ha propuesto un tipo de esos mecanismos: un servicio internacional de financiación destinado a «avanzar ayudas para facilitar la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio». El Servicio internacional de financiación utilizaría bonos garantizados mediante compromisos a largo plazo de países donantes a fin de proporcionar 50 000 millones de dólares EE.UU. al año en asistencia al desarrollo para los países más pobres del mundo hasta el año 2015 (véase el diagrama).
Más de 100 países participaron, el 20 de septiembre de 2004, en una Cumbre Mundial de Dirigentes sobre el Hambre, de un día de duración, que se celebró en la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York. Al concluir, los dirigentes respaldaron una campaña para recaudar otros 50 000 millones de dólares EE.UU. al año para luchar contra el hambre. Éstos afirmaron: «El mayor escándalo no es que el hambre exista, sino que persista teniendo los medios para eliminarla. Es hora de actuar».