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Foto de Stephanie Zollner, El Peruano |
Servindi, 23 de noviembre, 2009.- Wilber Huacasi nos informa que el viernes 20 de noviembre partió hacia la eternidad Rosa Maria Cóngora Cárdenas, Yachachiq de Huancavelica.
Rosita, como la conocían personas de su entorno más cercano, viajaba junto a una delegación de peruanos y bolivianos, hacia el interior del país altiplánico, en el marco de un encuentro binacional.
El bus en el que se desplazaban cayó a un abismo de 90 metros, a la altura del poblado Toropampa, a unas cinco horas de La Paz, ocasionando la muerte de 14 personas; tres de ellas de nacionalidad peruana.
En las siguientes líneas compartimos una crónica publicada en junio de este año en el suplemento Variedades del diario El Peruano, como un homenaje póstumo a Rosa Cóngora.
Crónica del suplemento Variedades
Rosa Cóngora es una Yachachiq, una Amauta del campo, una maestra que recoge y difunde el conocimiento ancestral de su pueblo. Ella es una de las pocas mujeres investidas de esta sabiduría que aprovecha el programa Mi Chacra productiva, creado por el Ministerio de la Mujer.
Escribe Susana Mendoza Sheen
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Foto de Stephanie Zollner, El Peruano |
A los 45 años, Rosa Cóngora Cárdenas es una amauta; después de haber recorrido varios caminos para encontrar su lugar en este mundo, con esposo, tres hijos, hablar quechua y luchar por lo que cree, se siente satisfecha.
Es un sentimiento pleno. Es raro oírlo. Más extraño todavía cuando lo expresa una mujer que vio la luz de la vida en un pueblo lejano de Colcabamaba, Huancavelica. Hace más de cuatro décadas, la pobreza de esa zona andina, a más de tres mil metros del nivel del mar, tenía atrapada la ambición de su gente.
Rosa Cóngora, Rosita, es una Yachachiq. Así se les llama a los maestros y guías a cargo de capacitar a los comuneros en nuevas tecnologías de riego, cultivo y crianza de animales para que sus tierras, humildes y ninguneadas, se vuelvan fértiles y prósperas.
Ella, quince años atrás, fue educada sobre lo mismo por otros comuneros, provenientes de la sierra cusqueña y agrupados en una federación que tiene historia de luchas. Ellos, habían aprendido que no necesitaban esperar las lluvias para sembrar sus granos, que podían criar animalitos menores para comenzar a ver chaposos a sus hijos y elaborar sus propios pastos y mejorarlos.
Aquellos Yachachiq inaugurales transmitieron ese conocimiento a pequeños productores del campo ayacuchano, apurimeño, huancavelicano y cusqueño cada año. Rosa, luego de recibir aquella formación y aplicarla en su chacra, decidió ayudar a otros comuneros. Y quiso ser una amauta, y continuar con las enseñanzas de esa casta de maestros. En Huancavelica es la única mujer que traspasó la sabiduría andina a las nuevas generaciones de campesinos.
Más hermanos campesinos disfrutarán de nuestros logros. Estoy superemocionada. No imaginé que el trabajo que iniciamos desde un puntito lejano del Perú fuera hoy tan importante.
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Foto de Stephanie Zollner, El Peruano |
Para disfrutar la emoción que produce el éxito, sin proponérselo se apoya en ciertos instantes de su pasado y vigoriza sus sentimientos. Se llenan de lágrimas los ojos de Rosa, y recuerda su infancia. Cuando a los cuatro años cuidaba sus chanchitos y acompañaba a su mamá a pastear los animalitos. Cuando ingresó aquella mañana fría al colegio, y no entendió ni papa lo que hablaba la maestra porque ella sólo hablaba quechua; y cuando contagiada por sus amiguitos, en tres meses, habló con ellos el castellano de la profesora. Nació en el campo Rosa, y seguirá en él, dice.
Como Yachachiq tengo la esperanza de que a mediano y corto plazo la familia campesina cambiará su vida; vamos a valorar todo este trabajo que venimos haciendo. La mujer andina tiene que cambiar su vida, su situación, su alimentación, su generación de ingresos.
Antes de ser amauta, Rosa vivió en Pampas, una ciudad rural de Tayacaja. Había decidido dejar el campo, como muchos de su condición, porque creyó que la luz del ascenso social tocaría la suerte de la familia que empezaban a formar ella y su pareja, Moisés Vila. El jornal de obrero no les alcanzaba. Seré pobre, no tengo plata, y esas palabritas se le metían dentro. Se sentía humillada. Tenia vergüenza de sacar a mis hijos a la calle, recuerda.
Hasta que un rayo de lucidez fulminó su insensatez: qué estoy haciendo acá si tengo terreno en mi comunidad, se dijo. Volvió a su chacra y junto con su esposo aceptaron los nuevos saberes de sus hermanos cusqueños. Cuando uno interioriza la palabra pobre, más te duele.
No le causa dolor, sin embargo, seguir los designios del liderazgo. Ella postuló a la alcaldía de Tayacaja en las elecciones de 2006, las comunidades campesinas la propusieron y fue la única mujer que se presentó. Quedó en segundo lugar, a pesar que las maldades del machismo socavaron su elección. Los políticos marginan, piensan que una mujer no puede gobernar al pueblo, sufrí humillaciones, pero aprendí mucho. Por ejemplo, que las mujeres tenemos que trabajar con transparencia y ejercer la democracia participativa para que los varones confíen en nosotras.
Ahora, con celular en mano, más de cuatro décadas de existencia, un compañero como Moisés con el que comparte la dirigencia campesina, tres hijos que estudian y se identifican con sus sueños, Rosa les dice a sus hermanos que migraron a Lima que regresen, es triste vivir allá, durmiendo en la arena, bajo esteras y comiendo habas con pan. Yo les pido que retornen a sus comunidades, porque el cambio ya está empezando en el campo.
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Fuente: Crónica publicada en el suplemento Variedades del diario El Peruano (junio, 2009).