Por Efraín Jaramillo Jaramillo*
20 de octubre, 2009.- En una charla sobre los pueblos indígenas amazónicos, el teólogo Paulo Suess, experto en misionología, señalaba que no valía la pena devanarse los sesos tratando de encontrar una definición de cultura, que complaciera a todo el mundo. Que él prefería poner un ejemplo para tratar de comprender ese tan manoseado concepto de cultura.
En esa ocasión no tomé notas y es posible que la memoria y el tiempo hayan distorsionado el ejemplo que puso, pero que sí recuerdo haber deslumbrado a todos. Según Suess la cultura se asemejaba a la energía eléctrica, que no vemos, pero si percibimos en la luz que produce un bombillo o en el movimiento de una máquina.
Cuando le conté a Kimy esta semejanza que Suess establecía entre energía y cultura, me contestó que así era, pues la represa de Urra para producir energía eléctrica le iba a quitar la energía (= cultura) al pueblo embera katio del Alto Sinú.
Aunque en ese momento no entendí a que se refería, lo entendería años después de su desaparición por orden del Mono Mancuso: Si a un pueblo indígena le quitan la potestad de decidir sobre su territorio y entra en un proceso de aculturación forzada, desarraigo y pérdida de identidad, le están quitando la energía, impidiéndole ver con claridad su futuro.
Especulando por cuenta propia con este ejemplo de Suess, llegamos con Kimy a la conclusión de que esta energía (= cultura) es en cada pueblo indígena diferente y especial. Y no puede ser sustituida por otra, sin correr el riesgo de ocasionar un accidente.
Los intentos desde afuera de suministrarle energía a un pueblo indígena que se halla inmerso en procesos de pérdida de identidad, han ocasionado muchos desastres, similar a cuando un radio de 110 voltios es conectado a una toma de 220 voltios. Sencillamente se funde. El cristianismo, el marxismo, el liberalismo, el capitalismo, el ecologismo, el fascismo. tienen sus específicos voltajes, que al no pasar por un transformador, suelen quemar las propias redes eléctricas de los pueblos. ¡Tantos ejemplos hemos visto!
Hoy los pueblos indígenas y negros del Pacífico colombiano viven condiciones y circunstancias adversas. La primera de ellas es el conflicto armado en sus regiones. La segunda, estrechamente ligada a la anterior: el uso alienante y depredador que se viene haciendo de sus territorios, para plantaciones de palma aceitera, banano y coca, que junto a la ganadería y la explotación forestal y minera, vienen creando crisis identitarias y desarraigo en las poblaciones negras, indígenas y campesinas. Todo esto convoca a estas poblaciones a redefinir o actualizar sus agendas políticas, para invertir los términos de subordinación y marginación que vienen soportando.
La agenda indígena requiere entonces una actualización, una puesta al día, teniendo en cuenta la coyuntura actual. Hemos sostenido con el movimiento indígena caucano, que esta actualización de la agenda no puede ser concebida al margen del resto de los oprimidos del pueblo colombiano. De allí es que surge la pregunta del cómo, o de cuál es el camino para establecer una red de relaciones sociales y políticas que difuminen fronteras culturales para reconocerse -principalmente- en los otros por sus demandas y apremios.
Es en este sentido que el término quechua de Minga (1) para denominar estas movilizaciones populares que nacieron de las entrañas de las luchas indígenas caucanas por la tierra, es una elección acertada y relevante, pues además de expresar unión apunta a la superación de políticas fundadas en identidades étnicas, que por definición contrastan con las de otros sujetos sociales.
No obstante, y volviendo a nuestro ejemplo, debemos mirar las conexiones eléctricas que los participantes, auspiciadores, orientadores está tendiendo por cuenta propia, sin reparar en el voltaje. No vaya a ser que ocasionen, como tantas veces en la historia, un corto circuito. Y eso no es culpa de la física, como tampoco es culpa de la termodinámica que se revienten las calderas de un tren y mate a sus pasajeros, para recordar el ejemplo que ponía Marx, en contextos muy parecidos.
Ricaurte, Nariño, octubre 12 de 2009
Nota:
(1) Trabajo colectivo en búsqueda del bien común. Este término gusta más en su escritura original quechua: MINKA. No solo por lo sonoro, sino para que no se confunda con otras organizaciones y ONG que adoptan a menudo este término.
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* Efraín Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, un grupo interdisciplinario e interétnico que se creó a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga fue dado a este colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.
Algunos otros artículos de Efraín Jaramillo publicados en Servindi:
- Colombia: El regreso de Quetzalcóatl y el drama del pueblo awa
- Colombia: La naturaleza de los cambios sociales y los pueblos étnico-territoriales
- Colombia: Terror en el Pacífico (I). Una radiografía en 10 puntos
- Colombia: Terror en el Pacífico (II). El drama del pueblo Awá
- Colombia: ¿A qué le apuestan los indígenas?