Servindi, 2 de enero, 2021.- Hace poco José Luis Aliaga Pereira fue invitado a participar para leer un cuento junto a otros escritores del distrito de Sucre-Celendin en un evento virtual que se emitía desde la hermana ciudad de Hualgayoc, también en Cajamarca.
Factores de diversa índole personal conspiraron para hacer efectiva la participación de Aliaga Pereira quien había seleccionado un texto que hoy compartimos como texto literario en la primera semana de 2022.
Lo interesante es que no se trata de cualquier relato. Se trata de la continuación del cuento Grama Arisca que fue publicado en el libro que lleva el mismo nombre y que pertenece a una producción que este año es el reto principal del autor.
Quienes desean leer previamente la primera parte de Grama Arisca pueden hacerlo en el siguiente enlace: https://www.servindi.org/03/10/2021/grama-arisca
Aliaga Pereira, un escritor comprometido que optó por servir a la vida en todas sus formas de expresión.
Grama Arisca II
Por José Luis Aliaga Pereira*
El abuelo regresaba contento. Acompañó a su nieto a solicitar su retiro de la institución policial. "¡Trámites! ¡Trámites!", pensó. "¡Hasta para que te retires quieren cobrar coimas éstos desgraciados, carajo!". Joselo, el vástago de su hijo, también se retiraba feliz; jamás pensó que lo haría, así tan rápido, sumariamente, como hablan los abogados. Saltó de alegría; alegría que celebraron todos cuando se enteraron que decidió hacerlo. Lo que más gustó al abuelo de lo que allí pasó, frente al escritorio del Comandante, fue lo que el ex policía afirmó en el momento que entregaba su arma:
—Esta arma, Comandante, ¡nunca apuntó contra su pueblo! La entrego limpia, como limpio está mi corazón.
Una abultada lágrima desapareció en la loseta verde de la comisaría, el abuelo se emocionó y, antes de estallar a carcajadas, al ver la expresión incrédula del jefe policial, salió de esa oficina dirigiéndose a su nieto con un firme y orgulloso: ¡Te espero afuera!
— ¡'Vieja! —le dijo a la anciana que los esperaba en el parquecito de la comisaría—. El cholo ya no necesita de mi asesoría. Se defiende solo —y soltó la retenida y sonora carcajada ante una abuela que no sabía por qué comenzó a reír al igual que su compañero de toda la vida. Los ronderos y comuneros que los acompañaban y que se encontraban atentos a lo que pasaba, al ver y escuchar las risas del abuelo y su esposa, también dieron rienda suelta a su alegría.
Fue un trámite rápido, tanto así que hasta el mismo Comandante se sorprendió cuando el General le dijo por teléfono:
— Basta con su solicitud, ¡que se largue! Ya la justicia hará después, lo que tenga que hacer.
El motivo por el que Joselo infló su pecho, embraveció su alma y decidió retirarse de la institución policial, no solo fue porque vió a su abuelo rengueando, con la pierna ensangrentada, luego de haber sido atacado con perdigones por las fuerzas policiales cuando participaba en una asamblea popular; también lo fueron el llanto impotente de doña Máxima cuando era apaleada por la policía en su propia casa, por defender sus tierras, en las alturas de Conga; la pateadura de los policías y soldados que arrojaron por los suelos la comida de las ollas que mujeres ronderas cuidaban y que luego ellas mismas fueron arrastradas como si estarían cometiendo algún delito, allá en la capital cajamarquina. En fin, fueron los permanentes abusos que cometían los que deberían proteger a los más vulnerables, a los que defendían su cuerpo, su salud, su vida.
Cuando se retiró de la comisaría, Joselo quiso ser atento con su ex jefe:
— Permiso para retirarme, mi Comandante —le dijo, cuadrándose al estilo de la disciplina policial-militar.
— ¡No quiero encontrarte en mi camino! —le respondió el policía que lucía sobre sus hombros cinco "galones" o "tallarines", como le llama el pueblo a sus diferencias de grado.
Joselo no se sorprendió por la amenaza del jefe policial, lo conocía. El Comandante había llegado de la zona de emergencia y perteneció a las fuerzas antisubversivas denominada "Los Sinchis".
— Nadie, en este pueblo es terrorista, mi Comandante —esta vez ya no se cuadró como antes, al contrario, se sonrió e hizo una mueca; luego, mirándolo a los ojos, le dijo—: No tengo miedo, ese temor ya se acabó —luego se dio media vuelta y se retiró.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendin, un pueblo que antes se llamaba Huauco, ubicado en la región Cajamarca. Es un escritor autodidacta que escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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