La transmigración es un fenómeno común para los pueblos indígenas de Huehuetenango. El modelo agroexportador, el despojo de territorios, la “modernización” y la represión de los gobiernos militares generó las primeras olas de pioneros migrantes. En la década del 80, la estrategia militar de “Tierra arrasada” masacró a los indígenas de la sierra y la selva generando un nuevo desplazamiento forzoso de miles de personas. Actualmente, el pueblo acateko mantiene viva su cultura a lo largo de tres países y las fiestas son un espacio para reencontrarse con su identidad.
Entre Guatemala, México y Estados Unidos: la comunidad migueleña transnacional
Por Verónica Ruiz Lagier*
Debates Indígenas, 11 de diciembre, 2021.- El departamento de Huehuetenango se ubica al oeste de Guatemala y es hogar de los pueblos ancestrales que habitan la sierra de Cuchumatanes. A estos pueblos que descienden de los mayas se los conoce como migueleños o acatecos. Históricamente sus habitantes han sido campesinos, pero muchos de ellos también han sido comerciantes que buscan adquirir y colocar sus productos del otro lado de la frontera con México, en las tierras templadas de los municipios chiapanecos de La Trinitaria y Comitán.
A principios del siglo XX, un grupo de migueleños se convirtió en migrante temporal hacia la región del Soconusco, en el estado mexicano de Chiapas, para trabajar como peones en las fincas cafetaleras características de la región. Finalmente, en la década de 1980, las masacres perpetradas por el gobierno guatemalteco provocaron que miles de indígenas se desplazaran hacia México para salvar su vida. De este modo, la migración y el desplazamiento forzoso se convirtieron en dos fenómenos usuales en la historia de los últimos 200 años en los pueblos indígenas de Huehuetenango.
La migración forma parte de la identidad migueleña. En la localidad mexicana La Trinidad, un vendedor migueleño es testigo de los continuos desplazamientos de su pueblo. Foto: Keith Dannemiller
Un siglo de derechos arrasados
El estado mexicano de Chiapas comparte 654 kilómetros de frontera con Guatemala. Esta línea imaginaria se estableció en 1882 a través del Tratado de Límites. Antes de este acuerdo político, los pueblos mayas que habitaban lo que hoy se conoce como “región fronteriza” mantenían un modelo de producción agrícola y de intercambio económico entre las tierras frías, ubicadas en la sierra de los altos Cuchumatanes, y las tierras calientes, que actualmente abarcan una parte de la zona fronteriza de Chiapas.
En Guatemala, los gobiernos liberales de la época fueron dividiendo el territorio de los pueblos mayas en municipios. En 1876 se creó el municipio de Nentón, a costas del territorio Chuj de San Mateo y de territorio Popti’ de Jacaltenango; en 1888 se fundó el municipio de Barillas en tierras de Santa Eulalia”; y en 1898 se dotó a San Miguel Acatán de 533 caballerías. Así, parcelaron los terrenos comunales y fundaron fincas en las tierras de sembradío de los pueblos chuj y q’anjob’al. Este fue el punto de partida para impulsar el modelo económico agroexportador que empobreció a los campesinos indígenas.
La “modernización” convirtió a los pequeños propietarios indígenas en jornaleros agrícolas y trabajadores migrantes temporales de los incipientes mercados regionales.
Ya en el siglo XX, la “modernización” convirtió a los pequeños propietarios en jornaleros agrícolas y trabajadores migrantes temporales de cultivos de clima tropical. Con la Revolución de 1944, derrocada diez años después con ayuda de Estados Unidos, la población sufrió un retroceso en las reformas conquistadas y los derechos sociales adquiridos. La consecuencia directa fue una constante movilización de los pioneros migrantes hacia Estados Unidos.
La pobreza estructural y la violencia de los gobiernos militares en los años 60 y 70 expulsó a cientos de familias hacia la costa y los campos agrícolas. La falta de iniciativas políticas para cambiar la estructura económica y social del país derivó en la organización militar clandestina, a la que el Estado respondió violentamente. Para ese momento ya se habían desplazado 10.000 guatemaltecos a las ciudades de Los Ángeles, Miami, Houston, Chicago y Nueva York.
A principio de los años 80, el gobierno militar enfrentó a la guerrilla haciendo uso de una violencia desmesurada y arrasando a los pueblos que eran considerados base de apoyo contrainsurgente. La migración a Estados Unidos se incrementó considerablemente y en 1980 se contabilizaban 500.000 indígenas guatemaltecos solo en la ciudad de Los Ángeles. Para 1987, se estimaban entre 3.000 y 4.000 residentes en el área metropolitana, y otros 4.000 dispersos en el Valle de San Joaquín, los ranchos de San Diego y otros estados como Florida.
La pobreza estructural, la represión militar y la falta de iniciativa para cambiar la estructura económica y social de Guatemala generaron un constante flujo migratorio de migueleños hacia México y Estados Unidos. Foto: Keith Dannemiller
La tierra arrasada y los desplazamientos forzosos
Antes que nada, vale la pena distinguir entre desplazamiento forzoso y migración económica. A través de la estrategia militar de “Tierra arrasada” contra quienes consideraba base de apoyo de la guerrilla, el Estado guatemalteco masacró a los indígenas de la sierra de Cuchumatanes y de la selva Ixcán. Este aniquilamiento generó el desplazamiento forzoso de miles de indígenas. Muchos de los desplazados conocían los caminos ancestrales que atravesaban las montañas hacia las comunidades, fincas y ranchos ubicados en Chiapas, a donde llegaron entre 100.000 y 200.000 indígenas guatemaltecos que huían de la violencia.
En el caso de los acatekos, el desplazamiento se dio particularmente hacia el municipio mexicano de La Trinitaria. Allí se formaron campamentos de refugio que ahora son comunidades fronterizas de aproximadamente 3.000 habitantes. Se trata de acatekos que se negaron a regresar a Guatemala después de los acuerdos firmados el 8 de octubre de 1992, en los que el gobierno ofreció el retorno organizado y seguro a los refugiados.
El Colorado y La Gloria son dos comunidades de mayoría acateka que se establecieron definitivamente en La Trinitaria. A través de un programa de regularización migratoria desplegado por el gobierno mexicano entre 1999 y 2005, los acatekos tuvieron la posibilidad de naturalizarse mexicanos. A pesar de los beneficios de la nacionalidad, se convirtieron en ciudadanos pobres y campesinos sin tierra, por lo que mutaron de refugiados a migrantes económicos ni bien dejaron de recibir ayuda internacional. Desde entonces, y muchas veces sin haber finalizado el proceso de naturalización como mexicanos, comenzaron a emigrar a Estados Unidos.
A través de la estrategia militar de “Tierra arrasada”, el Estado guatemalteco masacró a los indígenas de Cuchumatanes y de la selva Ixcán. Este aniquilamiento generó el desplazamiento forzoso de miles de indígenas.
Los migrantes provenientes del municipio de San Miguel Acatán, es decir, los migueleños guatemaltecos, generaron una nueva infraestructura en Chiapas. Por su parte, los migueleños naturalizados mexicanos levantaron casas, compraron tierras de cultivo, instalaron tiendas y desarrollaron el transporte local. Incluso la población mexicana aledaña comenzó a depender de los servicios y productos proporcionados por la población migueleña.
Más cerca en el tiempo, la migración hacia Estados Unidos se convirtió en un hábito entre las nuevas generaciones de migueleños. Los refugiados se apoyan en la red de migueleños guatemaltecos y mexicanos ya establecida en Estados Unidos para conseguir los papeles que les permita trabajar sin ser indocumentados. Esta comunidad migueleña transnacional es una construcción imaginaria que se basa en un conjunto de relaciones y transacciones materiales y simbólicas, que permiten a los individuos reconocerse y ser reconocidos como miembros de una comunidad de pertenencia mayor, que incluye a la población migueleña de Guatemala, México, Estados Unidos e, incluso, Canadá.
El aniquilamiento producido por la estrategia militar de la “tierra arrasada” generó el desplazamiento forzoso de miles de indígenas que se vieron obligados a cruzar la frontera y alojarse en campamentos de refugiados. Foto: Keith Dannemiller
Rituales, fiestas y culturas migueleñas
El sentido de pertenencia migueleño trasciende la ciudadanía y la comunidad territorial. Esto se observa muy claramente en los contextos rituales, las fiestas patronales y la coronación de la reina acateka, celebración que se realiza el 29 de septiembre en las ciudades norteamericanas. En 2020, la comunidad chiapaneca de La Gloria eligió a su reina migueleña, pero canceló el festejo por el Covid-19. El resultado no se define por las virtudes personales, sino por la red migrante: cada voto es comprado por 5 pesos (un cuarto de dólar). Entre cuatro candidatas, la reina ganó con más de 80.000 pesos, cerca de unos 4.000 dólares, que son usados en el traslado y compra de los trajes desde San Miguel Acatán.
La diferencia entre las reinas migueleñas de La Gloria en México y, Florida o Los Ángeles en Estados Unidos se observa en el contenido político de sus discursos: mientras en Estados Unidos apelan al derecho a migrar, en México se narran las razones del éxodo y se reivindican los derechos culturales dentro del Estado-nación.
Estados Unidos no es el único destino de los jóvenes acatekos. En la región turística del Caribe mexicano se encuentran los hijos de ex refugiados migueleños, que regresan en busca de trabajo. Esta generación no desea ser campesina: relacionan el campo con la pobreza y buscan integrarse al sector hotelero que los contrata con salarios precarios, pero les otorga un mayor estatus social. Sin embargo, la pandemia ha modificado el escenario económico y generó una nueva ola migratoria a Estados Unidos.
En la fiesta patronal de San Miguel Arcángel, los migueleños fortalecen su identidad colectiva, la pertenencia comunitaria y el vínculo emocional con sus familias. Foto: Keith Dannemiller
Entre coyotes: el desafío de cruzar la frontera
Los migueleños nacidos en México pueden atravesar fácilmente la frontera con Estados Unidos. Aquellos que no tienen documentos se apoyan en la población naturalizada mexicana que traslada a los jóvenes guatemaltecos como si fueran sus propios hijos. Para asegurar una llegada exitosa, los coyotes (como se conoce a quienes cruzan a los migrantes ilegales a través de la frontera) han tenido que mejorar su relación con el crimen organizado que domina la frontera norte. Solo así, pagando “derecho de piso”, se puede cruzar sin ser secuestrado o asesinado. El cruce ilegal de migrantes se superpone con los desplazamientos cotidianos entre las comunidades de ambos lados de la frontera para el comercio, o la visita de amigos y parientes.
En marzo de 2020, durante la celebración de los 30 años de la comunidad El Colorado, el alcalde acudió a la porosa línea fronteriza para encontrarse y trasladar a su par de San Miguel Acatán, las reina y princesa migueleñas, y la marimba Skus K’ulal Tumaxh Antil. También acudieron los acatekos de las comunidades de San Francisco de Asís y La Gloria: los jóvenes del grupo de teatro Joco’x, la reina indígena migueleña (mexicana) de La Gloria, y la marimba Mayaonbej (Somos Mayas) que musicalizó la Danza del Venado. Las redes sociales transmitieron los bailes, los discursos y las fotografías que recorrieron los perfiles de los migueleños de Guatemala, México y Estados Unidos.
Cientos de muertos durante los desplazamientos, perdidos por el alcohol y las drogas, inserción en el crimen organizado y transformaciones culturales y de valores forman parte de la identidad migueleña.
En esta conmemoración se entregó a la población más de 200 fotos de lo que hoy es la comunidad El Colorado, tomadas por el fotógrafo Keith Dannemiller entre 1991 y 1993. Las remesas modificaron por completo el espacio que retrató 30 años atrás. El fotoperiodista también ha registrado otros campamentos en Medio Oriente y reconoce lo difícil que resulta para los refugiados cambiar sus condiciones estructurales cuando no se tienen oportunidades laborales.
El caso de los migueleños en Chiapas demuestra los beneficios que generan las remesas. Sin embargo, el costo social es muy grande: cientos de muertos durante los desplazamientos, perdidos por el alcohol y las drogas, inserción en el crimen organizado y transformaciones culturales y de valores forman parte de la identidad migueleña. El American Dream los salva del hambre, pero rompe el tejido social al insertarlos en un mundo individualista que no ve ningún beneficio en el trabajo comunitario.
Una familia migueleña recibe su fotografía retratada 30 años antes durante su estancia en un campamento de refugiados. Foto: Keith Dannemiller
Fiesta, comunidad e identidad
La tristeza de los migrantes fue un tema recurrente durante la conmemoración de El Colorado. Al recibir sus fotografías impresas, las familias retratadas 30 años atrás por Keith Dannemiller rompían en llanto ante el recuerdo de aquellos años teñidos por la guerra: las duras caminatas a través de la montaña para refugiarse en México; el traslado de campamento en campamento en busca de seguridad y comida; y la difícil decisión de migrar para garantizar la subsistencia familiar.
Actualmente, los migueleños que no pueden festejar la fiesta patronal en sus comunidades, se integran a las celebraciones que se realizan en Los Ángeles o Florida. Al igual que en México, compran a los comerciantes migueleños los trajes traídos desde Guatemala. Los migrantes lucen botas y sombreros “norteños”, y bailan al son de la marimba traída desde Guatemala y las canciones norteñas. Por un momento, el norte y el sur parecen un solo espacio. Quizá, el Día de San Miguel Arcángel sea, efectivamente, un espacio simbólico sin fronteras.
Las conmemoraciones y los espacios festivos permiten fortalecer la identidad colectiva, la pertenencia comunitaria y el vínculo emocional con sus familias. Durante las fiestas patronales se hace hincapié en la existencia y persistencia de la cultura que todos tienen en común. Por ser una comunidad simbólica mayor a su territorio tradicional, la comunidad cultural acateka no reconoce fronteras y se desplaza desde hace décadas por México, Guatemala y Estados Unidos.
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*Verónica Ruiz Lagier es historiadora por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Unidad Iztapalapa y antropóloga social por el CIESAS en México. Desde 2002, trabaja con las poblaciones de origen guatemalteco en la frontera sur de Chiapas. Es Investigadora Titular en la Dirección de Etnología y Antropología Social (DEAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Contacto: [email protected]
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