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50 céntimos de alma, presidente

Foto: Agencia Andina

En el actual momento solo hay dos formas de pasar a la historia: como un gobierno que se puso a la altura de las circunstancias y que trajo un poco de justicia en medio del abuso y la impunidad, o como un gobierno que confundió la sensatez con la indulgencia y que, en lugar de castigar a los culpables, los empoderó creyendo que eso era lo mejor para el país, que así ganábamos todos. La primera forma corresponde a Valentín Paniagua. Aún está por verse a cuál de ellas corresponde Sagasti.

Por Carlos León Moya*

1. Transiciones comparadas 

Valentín Paniagua y Francisco Sagasti juraron como presidentes del Congreso el mismo día, 16 de noviembre. Ambos marcaron el final de gobiernos autoritarios que reprimieron brutalmente a sus ciudadanos. A los dos les tocó liderar un gobierno de transición de pocos meses, en el que debían realizar elecciones limpias y restituir la confianza entre gobernantes y gobernados.

Hasta allí las similitudes.

Todo lo demás es diferencia.

Empecemos por la conclusión: Sagasti tiene muchísimo más margen de acción que Paniagua. Y porque tiene más margen, se le demandan más cosas. Y las posibilidades de decepcionar son también más altas.

Primero, comparemos a los gobiernos salientes. Paniagua pisaba terreno realmente minado. Fujimori había manejado el Perú a su antojo durante diez años. Había cooptado todas las instituciones posibles: Fuerzas Armadas, Congreso, Poder Judicial, Tribunal Constitucional. Había comprado a los medios de comunicación. El país era un lodazal, y Paniagua debía ser muy cauto a la hora de castigar a los responsables.

Con Sagasti es distinto. Viene de reemplazar a un gobierno represivo e impopular que estuvo apenas seis días en el poder. De martes a lunes. Merino no dejó nada: solo destruyó a la policía, la única institución que se puso de su lado. No logró que las Fuerzas Armadas le hicieran caso en su intento de represión indiscriminada. Tampoco cooptó a la prensa. Ni siquiera pudo tomar TVPerú. Es cierto que el Congreso está en su contra y el Tribunal Constitucional es su cómplice, pero Sagasti tiene un terreno inmensamente más favorable que Paniagua en su momento.

Segundo, comparemos las llegadas. Las marchas del año 2000 fueron muy grandes, pero por sí solas no pudieron sacar a Fujimori. El pico fue la Marcha de los 4 Suyos, el 28 de julio, y el gobierno recién empezó a colapsar un mes y medio después, el 14 de setiembre, con la aparición de los vladivideos. La caída fue en cámara lenta. Huyó Montesinos, huyó Fujimori, y Paniagua asumió la presidencia el 22 de noviembre. Con la gente en sus casas. Casi tres meses después del pico de protestas.

En este caso, uno puede encontrar una causalidad directa entre las marchas y la caída de Merino: la muerte de 2 manifestantes a manos de la policía, en medio de una brutal represión, derrumbó a su gobierno en horas. Los manifestantes pueden atribuirse –con razón– un papel central en el resultado. Contaron además con el apoyo del 86% del país. Y esos manifestantes, que ahora piden justicia, siguen movilizados.

Finalmente, hay una tercera diferencia: en expectativas. Las que había con el gobierno de transición de Paniagua no eran tan altas: ya había terminado la dictadura, Fujimori estaba fugado. Con que haya elecciones limpias y algunos culpables era suficiente.

Pero Paniagua fue por más.

2. Al cuarto día

En su cuarto día de gobierno, el 26 de noviembre, Paniagua destituyó a los 13 oficiales de más alto rango del Ejército por sus claros vínculos con Montesinos. En cuatro días. Ese enano bigotón. Fue por las Fuerzas Armadas.

En adelante, Paniagua continuaría la limpieza. En abril del 2001, mandó a su casa a la cúpula militar que apoyó a Fujimori y al autogolpe de abril de 1992. Esa vez dijo que no se trataba “de una simple mudanza estética”, sino de una “reinstitucionalización” del Ejército. Pocas expectativas, muchos resultados.

Con Sagasti es al revés. Las expectativas sobre él son más altas. El margen de acción que tiene es más amplio. Y la demanda inmediata es más concreta: reforma de la Policía, separar a las cabezas, sanción a los culpables. Ya pasó el año 2000, podría pasar ahora.

Pero Sagasti ha optado por el agua tibia.

Si en el 2000 el aliado de Fujimori eran las Fuerzas Armadas, en el 2020 el aliado de Merino fue la policía. En ambos casos merecen una sanción.

Pero mientras Paniagua mandó a su casa a los generales montesinistas en su cuarto día de gobierno, Sagasti declaró en su cuarto día que no debíamos pensar “que hay que reformar (la policía) por el actuar de unos malos elementos”. Y su primera ministra, Violeta Bermúdez, dijo que “no podemos generalizar y estigmatizar”.

Establecida la diferencia entre Paniagua y Sagasti, me viene una pregunta: ¿entiende el nuevo Ejecutivo por qué y por quién está allí?

Comprendo su prudencia. La policía está haciendo un fuerte espíritu de cuerpo y no quiere asumir su responsabilidad. Mantiene la versión de que los violentos fueron los manifestantes y ellos solo respondieron, que las armas que mataron a Bryan e Inti no les pertenecen, que –finalmente– no puede ensuciarse a una institución por unos cuantos malos elementos. Lidiar con eso es difícil para cualquier gobierno.

Pero el nuevo Ejecutivo debe recordar que no está allí por la policía: está allí a pesar de ella

Pero el nuevo Ejecutivo debe recordar que no está allí por la policía: está allí a pesar de ella. El nuevo Ejecutivo está donde está por la gente que salió a las calles. Por la gente que pide que los responsables de las muertes tengan una sanción inmediata y ejemplar, y que toda la institución se reforme. Y eso implica que tengan un poquito de audacia. Unos gramos de firmeza.

Parafraseando a Vallejo: que tengan 50 céntimos de alma.

La salida a esta demanda no pueden ser frases vacías como “son solo malos elementos” o “no hay que reformar la policía sino fortalecerla”.

¿Saben por qué? Porque la gente no es cojuda. Porque la gente sabe que la están paseando. Y, finalmente, porque es bastante ofensiva la tesis de “los malos elementos”.

Se los explico a continuación.

3. ¿“Malos elementos”, o cadena de mando?

La tesis de los “malos elementos” se basa en una idea: que la policía, como institución, no fue parte de la represión salvaje de la semana pasada. En realidad, fueron algunos pocos policías quienes –de repente, sin orden previa, por puro amor a la lacrimógena– empezaron a lanzar bombas y perdigones al cuerpo.

No fue una acción institucional, no hubo una orden superior: fue el exabrupto de unos cuantos lo que causó heridos y muertos. Cinco policías en Colmena con Abancay, tres Robocop más en el Congreso, un par de ternas en Plaza San Martín. Cosa de identificar y listo. Malos elementos: son pocos, pero son.

Sin embargo, la tesis de los “malos elementos” tiene muchos vacíos.

Primero, omite la actuación de Manuel Merino, Ántero Flores Aráoz y Gastón Rodríguez. Si fueron solo “malos elementos”, quiere decir que no hubo la orden de reprimir. Por tanto, ni el presidente ni el primer ministro ni el ministro del interior tenían cómo predecir lo que iba a pasar. Ellos también fueron víctimas de los “malos elementos”. Pobre Ántero.

Segundo, omite la actuación de los propios altos mandos de la policía. Si fue la acción unilateral y espontánea de “malos elementos”, el señor Jorge Lam, Sub Comandante General de la Policía, y el señor Jorge Cayas, Jefe de la Región Policial Lima, no serían responsables de nada. Según el diario La República, ellos tuvieron a su cargo los operativos contra las manifestaciones, pero, claro, no pudieron prever que, por ahí, en el cruce de Puno con Azángaro, un mal elemento se les iba a salir de control el martes 10, el miércoles 11, el jueves 12, el viernes 13 y el sábado 14. No tenían cómo saber que el Grupo Terna iba a salirse de control y que, por voluntad propia, dejarían de perseguir a raqueteros y alquilarían una flota de camionetas para llegar a la Plaza San Martín e infiltrarse en cinco marchas por puro gusto, por puro placer. Pobres altos mandos. Perdonen la tristeza.

Pero hay otra posibilidad: pensarlo como una cadena de mando.

Sería algo así: el presidente Merino dio una orden el martes, que es reprimir a los manifestantes y evitar que lleguen al Congreso. Pero como no tiene ministro del Interior, se lo encarga al Sub Comandante General de la Policía, Jorge Lam. Este, con la orden de Merino, coordina y ejecuta el operativo de arriba abajo, y el resto de la cadena de mando policial sigue sus órdenes. No pueden hacer mucho porque la policía no es un club de patas: es una institución jerárquica.

Si graficamos la cadena, esta sería así el martes: Merino -> Lam.

Cuando llegó Ántero Flores Aráoz, el miércoles, se volvió así: Merino -> Ántero -> Lam.

Y cuando llegó Gastón Rodríguez, el jueves, se convirtió en: Merino -> Ántero -> Rodríguez -> Lam.

Justamente el jueves, la represión policial fue muchísimo más dura que en días anteriores. Y el viernes, Ántero Flores Aráoz, agradeció personalmente a la policía por su despliegue y les dijo que en él encontrarían “un defensor”.

Este hecho no encaja en la tesis de los “malos elementos”. Si fuesen solo casitos aislados, Flores Aráoz no tendría por qué decirles que los va a proteger. Pero sí encaja cuando hay una cadena de mando: les está diciendo que, si siguen cumpliendo las órdenes que se emiten desde lo alto, no les va a pasar nada porque la parte superior de la cadena los va a proteger.

Por supuesto, yo entiendo que Manuel Merino y Ántero Flores Aráoz hayan intentado cumplir esa promesa.

Lo que no entiendo es por qué Francisco Sagasti y Violeta Bermúdez se empeñan en dejarla en pie.

¿Parezco exagerado? No lo creo. Cuando Enrique Patriau le preguntó a Sagasti por las sanciones a la policía, sus frases fueron “no voy a entrar en detalle”, “esos temas vienen para adelante”, “no tengo nada qué añadir”, y la sanción será “cuando se termine la investigación”.

Es decir, la postura oficial del Ejecutivo –“malos elementos”– es realizar una investigación exhaustiva, acuciosa, milimétrica, de días, semanas, meses, y recién allí podrán emitir una opinión. Titular: “cinco personas se van a su casa”. Todo en la policía sigue igual que antes. Fin.

Pero no toma el toro por las astas. No toma la decisión política de separar a los altos mandos que, de una manera u otra, han sido los responsables de la represión. No apunta a las cabezas: se centra en las extremidades. Nos dejan el único mensaje que puede dejarse en esta situación: que la policía no puede reprimir así a la gente e irse a sus casas como si nada. Temen una respuesta negativa de la policía, cuando tienen a la opinión pública, a los medios y a la gente de su lado. Esa misma gente que los puso donde están. Esa misma gente que pide justicia.

4. La ventana de oportunidad

Hace 20 años, las destituciones de Valentín Paniagua iniciaron un cambio en las Fuerzas Armadas. Poco a poco fueron recuperando la legitimidad perdida. Una gran cantidad de peruanos aprecia a los “cachaquitos” que salen a ayudarlos en situaciones de emergencia. La semana pasada, los altos mandos de las Fuerzas Armadas rechazaron los llamados de Manuel Merino. Se jugaban, entre otras cosas, su propio nombre: les costó veinte años recuperarlo y hubiese sido muy torpe enlodarlo en una semana.

La policía es las Fuerzas Armadas del 2000. La gente no confía en ellos. Son el símbolo de la desidia.

La situación de la policía no es esa. La policía es las Fuerzas Armadas del 2000. La gente no confía en ellos. Son el símbolo de la desidia. Tienen graves problemas al combatir la delincuencia. Tienen nula empatía en los casos de violencia de género. Los más sonados casos de corrupción durante la pandemia fueron dentro de su propia institución, con compras de mascarillas adulteradas y alcohol sin registro sanitario.

Y a todo eso, le sumamos la represión descarada de la semana pasada.

La policía está en uno de sus puntos más bajos, y eso es un problema para el Ejecutivo. Pero también es una oportunidad: tienen la chance de reformar, de una vez por todas, una institución que hace tiempo funciona mal y que nadie se atreve a cambiar. Los policías se oponen, por supuesto, pero hay mucha más gente que lo demanda.

Solo hay dos opciones para el nuevo Ejecutivo: o toman esta única chance y la aprovechan, o la dejan pasar y esperan a que el próximo gobierno haga lo mismo que hicieron los otros gobiernos: nada.

Del mismo modo, solo hay dos formas de pasar a la historia: como un gobierno que se puso a la altura de las circunstancias y que trajo un poco de justicia en medio del abuso y la impunidad, o como un gobierno que confundió la sensatez con la indulgencia y que, en lugar de castigar a los culpables, los empoderó creyendo que eso era lo mejor para el país, que así ganábamos todos.

La primera forma corresponde a Valentín Paniagua. Aún está por verse a cuál de ellas corresponde Sagasti.

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Fuente: Lamula.pe: https://carlosleon.lamula.pe/2020/11/22/50-centimos-de-alma-presidente/carlosleon/?s=09

 

 

 

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