Por Renzo Anselmo
Servindi, 24 de febrero, 2020.- Según la Defensoría del Pueblo de Perú, más de cuatro millones y medio de ciudadanos tiene como lengua materna a alguna de las 48 lenguas originarias que prevalecen en el país.
En una semana donde conmemoramos el Día Internacional de la Lengua Materna, Servindi conversó con tres mujeres que a través de sus acciones han intentado mantener con vida sus primeras lenguas, también originarias.
¿Qué tan difícil es hacer prevalecer en Perú una lengua materna que, a la vez, es originaria?
1) Roxana Quispe Collantes: «En la escuela, la profesora asumía con el castigo: ‘el siguiente que hable en quechua, que no le entiendo, le doy con la regla en la mano o lo expulso del aula’»
El quechua es la lengua originaria más hablada del Perú. En el último censo nacional (2017), 3’805.531 personas señalaron que el quechua era su lengua materna. A ello se suma que esta lengua es considerada el idioma de los incas, quienes la habrían llamado runa simi (“la lengua del hombre o de la gente”, en quechua).
Hace unos meses, Roxana se convirtió en la primera mujer del Perú en sustentar una tesis escrita en quechua. Entonces, pocos imaginaban que aquella mujer que aparecía con tanta energía revalorando su lengua materna en portadas de periódicos y entrevistas; había sufrido discriminación por hablar en quechua.
«Yo nací en la provincia de Acomayo y a los pocos meses mi familia se fue a vivir a la comunidad campesina de Choseccani. Esto fue clave en mi vida porque ahí todos hablaban quechua. Personalmente, fue mi mamá, Albarada Collantes Delgado, quien me inculcó mi lengua materna».
En Choseccani, Roxana viviría una niñez muy cerca de las enseñanzas ancestrales. «Recuerdo que cuando se ponía a secar la cebada, toda la familia iba a dormir al campo para cuidar la cebada. Formábamos como una cama redonda con todo el universo encima y ahí, antes de dormir, se daba el momento propicio para que cada integrante de la familia pueda contar algo de la tradición oral: cuentos, anécdotas y sabidurías».
Sin embargo, todo eso cambiaría cuando Roxana tuvo que viajar a la capital del Cusco para continuar con sus estudios de primaria.
«A los diez años, me di cuenta que cuando hablaba el quechua en la ciudad del Cusco, se burlaban, se reían o hacían mofas de algún moteo que podía tener. Mantenerlo ha sido difícil porque una vez que uno sale de la comunidad —donde hablar el quechua es natural y no es mal visto— te das cuenta de que no eres del agrado del resto», señala.
2) Rosa Palomino Chahuares: «Toda mi niñez hablé aimara; pero cuando subí a la ciudad de Puno, sufrí golpes, insultos y maltratos, simplemente por no hablar el español»
El caso de Rosa —una mujer aimara comprometida con los medios de comunicación indígena, guarda relación con la historia anterior. Su madre, Gilberia Chahuares, fue la primera persona en enseñarle el aimara, la que sería su única lengua hasta los 16 años, edad en la que sus padres la mandaron a la capital de Puno para que continúe sus estudios.
«Toda mi niñez hablé aimara hasta los 16 años porque ahí fue cuando subí a la ciudad y empecé a aprender el español a puro golpe, sufriendo insultos y maltrato, simplemente por no hablar el español», recuerda.
Según el último censo nacional de Perú, más de 450 mil personas reconocieron al aimara como su lengua materna y al menos 548 mil personas se autoidentificaron como parte del pueblo aimara por sus costumbres y antepasados.
Pero entonces, viajar de la comunidad de Camacani, distrito de Platería —donde nació— hacía la ciudad de Puno, fue una experiencia muy difícil para Rosa. «Me decían: ‘india, chola, sonsa, aquí se habla español’. Yo simplemente lloraba y no quería continuar estudiando», asegura.
En la escuela, aunque el profesor hablaba el aimara, Rosa recuerda que las clases las dictaba en español porque eso le exigía el currículo nacional. «Nosotros solo decíamos sí o no; pero las conversaciones entre compañeros eran en todo momento en lengua aimara».
3) Zoila Ochoa Garay: «A mis padres los maltrataron tanto que a nosotros ya no nos quisieron enseñar la lengua materna»
La historia de Zoila, empieza de otra manera. Ella aprendió la lengua bue (huitoto) gracias a su tío Arturo Garay Sánchez debido a que sus padres ya no quisieron enseñarles a ellos, sus hijos, la lengua originaria.
«Los patrones en el tiempo del caucho habían maltratado demasiado a mis padres y ellos ya no quisieron enseñarnos la lengua materna», recuerda Zoila.
Sin embargo, en el año 2000, la presencia de migrantes que buscaban anular los títulos de propiedad en su comunidad nativa Huitoto-Murui del Centro Arenal en el río Amazonas, hizo que su tío les enseñara la lengua bue.
«Nos enseñó nuestra lengua materna como un arma o una herramienta especial para defender nuestros territorios. Ahora, nosotros estamos revitalizando nuestra lengua en defensa de nuestra cultura, nuestro territorio y nuestra vida porque es una forma de saber quiénes somos», asegura.
Aunque Zoila también sufrió episodios de discriminación, ella asegura no sentirse menos que nadie. Hoy, su valentía la transmite a través de las actividades que realiza como parte de la directiva de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep).
«Las lenguas originarias son importantes porque a través de ellas se transmite nuestra cultura. Por eso, deben ser respetadas y, entre nosotros, no debemos vernos con indiferencia», reflexiona Zoila.
Por su parte, Rosa Palomino Chahuares también cree en la importancia de revitalizar las lenguas originarias como parte del legado cultural. «La única arma que tenemos los pueblos originarios es nuestra herencia», expresa.
Mientras tanto, Roxana Quispe Collantes se imagina cómo hubiera sido si en la escuela le hubiesen enseñado en su lengua originaria.
«Hubiera sido menos traumático y más beneficioso para nuestros aprendizajes. Tantos niños que se sienten menos porque, aprender en otro idioma totalmente desconocido es hasta violento. Y ahí es cuando uno empieza a decir: ‘no soy inteligente’, ‘no puedo’; cuando no es por ellos, sino por el enfoque y el método de enseñanza que nos brinda el Estado».
«Las lenguas originarias son un patrimonio vivo que debemos preservarlo, defenderlo y revitalizarlo porque contribuyen a nuestra identidad porque venimos de los pueblos originarios y porque contribuyen a una identidad nacional más auténtica», finaliza Roxana.
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— Servindi (@Servindi) February 21, 2020
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