Óscar Pacheco ha cultivado todos los géneros de la fotografía, pero la fotografía de viajes le ha dejado una impronta especial, la cual le permitió descubrir la historia, la cultura, y las distintas facetas del ser humano a través de cada lugar visitado. A sus 82 años, narra cómo su pasión nació en su viaje más lejano, a orillas del Támesis.
Por Arnol Piedra.*
Servindi, 29 de junio, 2019.- “Mi padre, quien era médico, me enseñó a dibujar y a tomar fotos, él tenía una cámara Kodak antigua y nos tomaba fotos a mí y a mis hermanos a medida que íbamos creciendo, y luego yo disfrutaba ver el álbum que mi madre hacía con esas fotos”, narra Óscar Pacheco sobre la génesis de su interés por la fotografía cuando era un niño que crecía en los Barrios Altos de los años 40.
El padre de Óscar también le inculcó el aprecio por el arte. El experimentado fotógrafo añade otra anécdota: “Una vez, cuando tenía 6 años, mi padre dibujó su mano izquierda en un papel. ¡Quedó perfecta! La pegué en la pared y ese fue mi primer contacto con el arte”. Aquel primer contacto definió su futuro. En los años 60 viajó a Londres para estudiar diferentes artes, comenzando por el dibujo y la pintura, y luego el cine.
Tiempo después, la atracción inicial de Óscar por el arte de los lentes y las placas se empezaría a consolidar cuando llevaba su curso de cine en el “London School of Film Technique”. Esta escuela se ubicaba en el Oxford Street, una calle comercial donde habían muchos estudios de publicidad, los cuales desechaban fotos fallidas, pero que él consideraba “perfectas”. “En ese rincón del mundo se consolidó mi interés por la fotografía”, precisa. Fue así como decidió estudiar fotografía en la escuela “Elephant and Castle”.
Tras terminar sus estudios de fotografía, Óscar instaló un pequeño estudio y laboratorio en su pensión londinense, lo que despertó el interés de sus vecinos por ser fotografiados, entre ellos un grupo de niños que jugaban fútbol en un parque cercano. Pacheco los complació y los niños posaron sonrientes ante la cámara. La imagen se convirtió en una de las que más recuerda de su estadía británica. Posteriormente consiguió organizar su primera exposición en la embajada peruana, la cual reunía fotos de la sierra y selva del Perú, comenzando su interés por el documentalismo y la fotografía de paisajes.
Continuando con su práctica, el peruano también se dedicó a fotografiar las distintas caras de Londres, todas plasmadas en su interminable archivo: los barrios obreros, la soledad de los ancianos, los músicos callejeros y algunos lugares históricos como la Plaza Trafalgar o la tumba del filósofo Karl Marx en el cementerio de Highgate, la cual estaba ataviada de flores. “Fue así como pude practicar y aprender fotografía en profundidad. Le debo mucho a esa ciudad”, sentencia.
Choques culturales
“Cuando arribe a Londres me di cuenta que el inglés que aprendí en el Perú era de clase universitaria, diferente al hablado por las clases obreras”, confiesa Óscar, quien al inicio tuvo dificultades con la lengua de Shakespeare. En los 60 Londres ya era una metrópolis multicultural, con mucha inmigración india y pakistaní y cientos de norteamericanos que cruzaron el océano para evitar ser enviados a la Guerra de Vietnam. “Tuve compañeros de estudios de diferentes países: Francia, China, Italia, Grecia, Canadá, Israel, etc., pero yo era el único latinoamericano”, resalta.
Por otro lado, el Perú era una tierra inubicable para los ingleses de esa época. Un día un hombre de terno se acercó a Óscar y conversaron. Tanta fue la sorpresa del inglés ante su pasión fotográfica que sonriente le dijo: “De seguro cuando regreses, serás el primer fotógrafo del Perú”. Ante ese jocoso comentario, Óscar le aclaró que no sería el primero y le habló de Martín Chambi, pero el confundido inglés solo respondió “what?”.
A pesar de las barreras de la cultura y el idioma, el fotógrafo peruano rescata la amistad de los ingleses. “Nunca encontré discriminación racial, a pesar de mi fisonomía”, aclara y entre risas agrega otra divertida anécdota. “Como tenía el cabello largo, unos árabes pensaron que era uno de ellos y se me acercaron para hablarme en su idioma”.
Género "de viajes"
Óscar aprovechó su viaje a Europa para acercarse más al arte y a la cultura. En Inglaterra visitó Stratford-upon-Avon, el pueblo natal de William Shakespeare, donde existe un memorial con estatuas de bronce de algunos de los personajes que inmortalizaron al dramaturgo inglés, como Hamlet o Lady Macbeth. “Me sorprendí al ver que la casa y la cuna de Shakespeare era muy pequeñas y el techo de baja altura. Eso me da la impresión de que el ser humano aumentó su estatura promedio con el paso de los siglos”, comenta.
En Londres Óscar solía visitar la Biblioteca Británica y el Museo Británico, los cuales compartían la misma sede por ese entonces. Allí vio acordonado el pupitre donde solía estudiar Karl Marx para escribir su obra cumbre El Capital, con un aviso que prohibía al público su uso. Aquella vez, la cámara estuvo prohibida y no pudo inmortalizar la curiosa escena.
En París fotografió la tumba del poeta César Vallejo en el cementerio de Montparnasse, un punto obligatorio para todo peruano que visite la Ciudad Luz, y la tumba del novelista Honoré de Balzac en el cementerio del Père Lachaise. Además, pudo conocer en persona al escritor Julio Ramón Ribeyro, quien por entonces era agregado cultural de la embajada peruana en Francia. “Le gustaron mis fotografías y fue muy amable y gentil, pero mi timidez me impidió pedirle que se tome una foto conmigo”, lamenta.
En España se sintió como en casa, principalmente por el idioma, la comida y los vinos. “Cuando sabían que era peruano me recibían con los brazos abiertos”. Allí visitó Madrid, Toledo y Santiago de Compostela. En Madrid visitó el Museo del Prado, donde pudo apreciar las pinturas de Francisco de Goya, quien fue uno de los pintores que más influyó en su fotografía por su manejo de los claroscuros.
En Toledo visitó el museo de El Greco, un reconocido pintor griego de la época del Renacimiento, donde se asombró al conocer las figuras alargadas de sus pinturas. Además, pudo fotografiar los paisajes campestres aledaños al río Tajo. En Santiago de Compostela se sorprendió al notar que la capital gallega era arquitectónicamente una “ciudad de piedra”, debido a sus iglesias, escalinatas y construcciones, recorridas por cientos de peregrinaciones a través de los siglos.
Mientras Pacheco revisa su archivo fotográfico, evoca diferentes recuerdos y señala que estas fotos son de género documental o de crónica de viajes, además de formular su propia definición. “La fotografía de viajes es una manera de recordar después de mucho tiempo los lugares o las personas que has conocido. Por ejemplo si me preguntas cómo eran esos niños que jugaban fútbol, tendría que esforzar mi memoria para describirlos en palabras, pero la fotografía me ayuda a recordarlos. Un viaje siempre debe ser fotografiado, porque nos permite rememorar nuestras transiciones, experiencias, o descubrimientos personales”, concluye.
Su interés por los viajes viene de su niñez, gracias al poder de la literatura. “Mi padre tenía un escritorio con diferentes novelas de viajes, como las obras de Julio Verne (De la Tierra a la Luna y Viaje al centro de la Tierra) o Robinson Crusoe de Daniel Defoe”. Esta literatura de aventuras lo motivó años después a explorar y fotografiar lugares alejados y solitarios dentro del Perú, como Marcahuasi, Lachay o las playas más desoladas del sur de Lima.
Vena artística y cultural
Óscar siempre tuvo la vocación artística, la cual se extendió más desde aquel primer contacto con el dibujo de su padre. A lo largo de su vida desarrolló diferentes artes como el dibujo, la pintura, la fotografía, el cine y la literatura. “El dibujo y la pintura fueron muy importantes para mí porque me relacionaron con la anatomía humana, la proporción, y la distinción de claroscuros y medios tonos. Estos conceptos me ayudaron mucho cuando empecé a hacer fotografía”, esclarece.
En el terreno del séptimo arte resalta su trabajo con el reconocido director Armando Robles Godoy. “Lo conocí en los 60, cuando dictó un curso de cine en el Ministerio de Educación. Me impactaron sus clases y la forma didáctica en la que explicaba el manejo de cámara, el encuadre al actor y el uso de la grúa”.
Muchos años después, en los 2000, Pacheco trabajaría con Robles en la filmación de la película Imposible amor, la cual fue rodada en la Casona de San Marcos. En aquella ocasión se desempeñó haciendo fotofija, una función que consiste en fotografiar el rodaje esquivando los cables enmarañados y pasando desapercibido para no entorpecer el trabajo de los actores y del equipo de producción.
Por el lado de la fotografía, a lo largo de su carrera cultivó diversos géneros como la artística, publicitaria, naturalista, arqueológica y de retrato. Sin embargo, su principal inclinación es por la fotografía sociodocumental. Destaca también su labor docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes, impartiendo clases por más de tres décadas. Hoy en día sigue siendo muy recordado por sus exalumnos por sus frecuentes visitas de estudio a la meseta de Marcahuasi.
Finalmente, la literatura fue otro de sus campos cultivados a través del cuento y la poesía. “Si no hubiera sido fotógrafo, hubiera sido poeta”, revela. “He escrito poesía a lo largo de mi vida, más poesía que cuento. Cuando leo mi poesía escrita en décadas pasadas recuerdo las sensaciones que reflejaban lo que yo vivía en cada etapa de mi vida”, confiesa emocionado antes de cerrar el archivo. Su vida de artista y fotógrafo tiene más historias que contar, pero ese ya es “otro rollo”.
*Arnol Piedra es miembro del equipo de Servindi y periodista especializado en temas culturales.
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