El fortalecimiento territorial y el trabajo colaborativo, el rescate de los saberes tradicionales y de las identidades locales, así como el horizonte de soberanía alimentaria debieran ser algunos de los ejes intransables que los campesinos y campesinas que hoy ejercen la agroecología deben relevar para no convertirse en agua que mueve el molino satánico del mercado internacional y del gran capital agrario.
Bifurcaciones en la senda de la Agroecología: Cooptación institucional versus soberanía alimentaria
Por E.M. Valdés*
PiensaChile, 22 de junio, 2019.- Toda persona que mantenga un mínimo acercamiento con el campo puede notar lo mucho que ha cambiado: hoy en día, las imágenes de la casa patronal, las acequias y los canales, incluso los inquilinos son solo pinturas costumbristas que adornan el living de los nuevos asentamientos, mientras que la moderna infraestructura de riego, las casas de villas suburbanas, las industrias de procesamiento y packings con alta tecnología de enfriamiento se vuelven parte fundante del paisaje rural.
La producción agrícola es uno de los sectores más industrializados, en el que se conectan enormes cadenas de distribución para responder a las demandas alimenticias que tiene el mercado internacional, del cual Chile se autoproclama una potencia en la materia. Cualquier maulino que se precie de serlo puede reconocer esta transformación y, con ello, el hecho de que la producción agraria siga siendo una fuente de trabajo para muchos de sus habitantes, en especial durante la época estival que coincide con las cosechas.
¿A qué se debe esta transformación?
Precisamente, el proceso que venimos describiendo se ajusta a un cambio de modelo agroalimentario que comenzó a gestarse en el país a partir de los años 60. Frente a la atrasada y poco productiva hacienda se integran una serie de tecnologías para el agro, como paquetes de insumos agrícolas, semillas certificadas internacionalmente, tecnologías para el riego y la labranza que permitirían alcanzar mayor eficiencia en la producción, así también convertir a los campesinos tradicionales de ojota y chupalla en modernos empresarios agrícolas.
La “Revolución Verde” fue el nombre que adquirió este cambio paradigmático a escala global, que los gobiernos implementaron con la supervisión de la FAO y bajo el humanitario discurso de acabar con el hambre en el mundo. En este contexto, se instala un modelo que funciona en base a la participación de productores de diverso tamaño quienes, a través de contratos y créditos con diversas casas comerciales representantes de las marcas mundiales de agroinsumos (Bayer+Syngenta, Pioneer, entre otros) otorgan a estos la mayor parte de los elementos necesarios para producir un terreno.
Tales productos se orientan a satisfacer las exigencias de los mercados internacionales, particularmente al consumo de las potencias del norte, razón por la cual hoy en día se ha vuelto tan común ver una mayor presencia de cultivos de manzanas, ciruelas, arándanos, avellanas europeas y una serie de otros frutales que son altamente cotizados por los paladares del primer mundo.
Tras 50 años de instauración de este sistema, podemos constatar las duras consecuencias que ha generado para las familias campesinas (1). En primer lugar, una fuerte dependencia del productor respecto del capital agroindustrial en materia de insumos para el agro; en segundo lugar, la segmentación entre alimentos para ricos y alimentos para pobres provocada por los protocolos de selección a los que tiende el mercado de exportación, que es proclive a dejar en el país solo aquellos productos de peor calidad; en tercer lugar, la disminución de la calidad de los terrenos cultivados (erosión), que pone en peligro el futuro de la agricultura y que insta al campesino a requerir aún más insumos entre un año y otro para conseguir iguales rendimientos.
tras 50 años de instauración de este sistema, podemos constatar las duras consecuencias que ha generado para las familias campesinas
Lo más lamentable es que, luego de medio siglo de agricultura “moderna”, no se ha terminado con el hambre en el mundo, ni tampoco se ha ofrecido un mejor pasar las familias del campesinado. Frente a esta situación, no nos debiera sorprender que el actual patrón de asentamiento en zonas rurales presente una tendencia constante a la baja y, con ello, una dislocación cultural entre las generaciones (2) jóvenes que se van y las mayores que se mantienen.
A partir de los años 80, como respuesta a las nefastas consecuencias ya mencionadas, los movimientos campesinos e indígenas comienzan a posicionar una alternativa al modelo de la revolución verde. Un fantasma comienza a recorrer los campos de Chile y América, un fantasma llamado Agroecología, que surge de la síntesis entre los saberes tradicionales e indígenas, el discurso y la práctica ecológica, que con el apoyo de algunas universidades de EE. UU. logran constituir una nueva ciencia, que funde a la disciplina agronómica con la ecología.
Este movimiento, ciencia y práctica se consolida finalmente en 1996 con la declaración de Roma, en la que convergen los movimientos sociales del tercer mundo en un horizonte común: agroecología para la independencia de los pueblos; soberanía y seguridad alimentaria para las naciones. Esta declaración tensiona la línea extendida por Naciones Unidas, que a través de su modelo de revolución verde y su política agraria a nivel mundial reacciona en contra del movimiento agroecológico tildándolo de ineficiente, potencialmente peligroso para la salud humana y por, sobre todo, marginal frente al volumen productivo que hoy requiere la sociedad globalizada. No obstante, durante los últimos años y, ante la imparable proliferación de los agroecólogos y agroecólogas a nivel global, el gran capital agrícola se ha visto en la necesidad de dar su brazo a torcer.
En la región del Maule, INDAP modifica su sello “orgánico” hacia “agroecológico”, como si ambos conceptos refirieran a lo mismo, en un intento de apropiarse institucionalmente de la agroecología
Por primera vez, la agroecología se ve enfrentada al hecho de que los mismos organismos internacionales e instituciones que intentaron marginarla, so pretexto de su poca productividad y falta de protocolos de inocuidad, hoy se ven obligadas a abrirle sus puertas. Ante los cuestionamientos que ha tenido el modelo de la revolución verde y la demanda de la población por alimentos libres de agrotóxicos, las corporaciones que rigen la política agraria mundial buscan nuevos caminos para evitar el estancamiento y la crisis que se aproxima.
En la región del Maule, INDAP modifica su sello “orgánico” hacia “agroecológico”, como si ambos conceptos refirieran a lo mismo, en un intento de apropiarse institucionalmente de la agroecología. San Nicolás (Región de Ñuble) se declara como la primera comuna 100% agroecológica, lo que representa un gran ejemplo de transformación de la matriz agraria que ofrece una alternativa al modelo agroindustrial. Esta comuna acaba de ganar un fondo de Naciones Unidas para el fomento de la agroecología, lo cual puede ser una excelente noticia para los campesinos y campesinas organizados que, sin embargo, no está exenta de peligros.
los agroecólogos deben ser cautos ante las fuentes de fomento que pretenden despojarla de su contenido sociopolítico.
Como se sabe, la agroecología nace al calor la lucha y resistencia de las comunidades campesinas de América Latina frente al despojo generado por el modelo de revolución verde. Su origen está fraguado en un contenido político ineludible que apunta hacia un horizonte de transformación social y cultural, cuya impronta supera la cuestión del cómo y el para quiénes producir alimentos. Es por esta razón que los agroecólogos deben ser cautos ante las fuentes de fomento que pretenden despojarla de su contenido sociopolítico. Ya sea desde instituciones como la FAO, INDAP y PRODESAL o desde las empresas agrícolas con rostro “ecológico”, si los planes de fomento buscan transformar la agroecología en una lista de supermercado de técnicas para producir el campo de manera intensamente sustentable, climáticamente inteligente y con ello, blanquear el irremediable daño a la vida y a la biodiversidad que ellos mismos generaron, entonces es más necesario que nunca armar a la agroecología con aún más férreas convicciones políticas.
El fortalecimiento territorial y el trabajo colaborativo, el rescate de los saberes tradicionales y de las identidades locales, así como el horizonte de soberanía alimentaria debieran ser algunos de los ejes intransables que los campesinos y campesinas que hoy ejercen la agroecología deben relevar para no convertirse en agua que mueve el molino satánico (3) del mercado internacional y del gran capital agrario.
Aún es pronto para saber cuáles serán las jugadas del capitalismo verde en materia agrícola y cómo los movimientos enfrentarán la cooptación mercantil e institucional. Sin embargo, si algo nos puede enseñar la historia es que el modelo genera sus propias crisis y, con una creatividad insondable, se las arregla para sobreponerse y continuar con el despojo, la expoliación y la precarización de la vida de quienes, en todo el mundo, sostenemos los privilegios de aquellos que se apropian del fruto de nuestro trabajo.
Fruto de la naturaleza, del trabajo y del conocimiento humano atesorado por milenios de coevolución, la agricultura ha sido la fuente esencial de supervivencia de toda nuestra especie y que hoy se haya ante el riesgo de ser arrebatada a los hombres y mujeres que la practican, así como de su propia condición de posibilidad debido a las presiones ecosistémicas provocadas por el cambio climático, la erosión y la larga lista de daños provocados por el capitalismo.
Pese a que las proyecciones en materia ecológica no parecen ser muy auspiciosas, la verdadera agroecología se plantea como una salida posible a la crisis socioambiental y alimentaria que ha generado el sistema extractivo y de acumulación. Es deber de los pueblos conservar su acervo agrario (biológico y cultural) para resistir los embates de la apropiación y privatización que hoy en día posa sus voraces ojos en las prácticas de agricultura tradicional.
Notas:
(1) Al igual que en otras formas de producción, son siempre los productores con menor acceso a la tierra los que se han visto fuertemente afectos por el sistema. Paradojalmente, son también ellos los que producen la mayor parte de los alimentos consumidos en el mundo (Wolfeson, 2013).
(2) Aunque este fenómeno es de carácter cultural y multivariado, las familias campesinas no desean que su descendencia se quede debido a “lo sacrificado de la vida en el campo”. Existe un amplio debate sobre esta temática a lo largo y ancho de los estudios en sociología rural.
(3) En referencia a Karl Polanyi en La Gran Transformación
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* El autor, E.M. Valdés, es miembro del Centro Agroecológoco Longaví CAEL, de la comuna de Longaví, Maule Sur, Chile.
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