Un reportaje de Gisella Evangelisti.
La escritora y antropóloga italiana Gisella Evangelisti explica las problemáticas de los refugiados sirios y la relación que tienen con los cambios sociales, políticos y económicos que se están originando en Turquía, Libia, Sicilia y Alemania. El artículo que compartimos a continuación se basa en la investigación realizada por dos periodistas norteamericanas Malia Polizter y Emily Kassie, que han recorrido las zonas de Níger, Turquía, Sicilia-Italia, Berlín-Alemania, para observar los cambios que se dan en estas sociedades.
Cómo la crisis de refugiados cambia la economía mundial: una investigación sobre la nueva “carrera por el oro”
Por Gisella Evangelisti*
Siempre ha habido migraciones en el mundo, desde nuestros ancestros con hachas de piedras en búsqueda de mejores oportunidades de caza, a campesinos arruinados hacia las ciudades, o trabajadores de países pobres a países más ricos, todos buscando mejores condiciones de vida. En estos últimos años, la migración que se está dando desde los países en guerra de Medio Oriente y África hacia Europa, por sus dimensiones y rapidez se ha vuelto un gran desafío para las sociedades europeas, que se están dividiendo entre acogedoras y no acogedoras. En Barcelona casi 500.000 personas salen a la calle para pedir al gobierno que acoja de una vez los 16.000 migrantes destinados a España por la Unión Europea, mientras Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia se rebelan a los compromisos comunitarios y avisan que no aceptarán un solo prófugo. En medio de tantos debates agitados y confusos que asocian migrantes con criminalidad y terrorismo, haciendo crecer en la población miedo y hostilidad hacia los foráneos, resulta muy apreciable una investigación realizada en el campo por dos periodistas norteamericanas, especializadas en documentales multimediales, Malia Polizter y Emily Kassie, que han recorrido cuatro puntos claves u hotspot del fenómeno migratorio: Níger, Turquía, Sicilia-Italia, Berlín-Alemania, para observar los cambios que se dan en estas sociedades. Cambios en la economía, en la política, en las relaciones sociales de poder. Las investigadoras no dudan en definirlos como un nuevo “Gold Rush”, una nueva “carrera por el oro” del siglo 21, pero esta vez con dimensiones globales. “The 21th Century Gold Rush” — Como la crisis de refugiados cambia la economía mundial—, es el título de su investigación, publicada en diciembre del 2016, con el apoyo del Pulitzer Center on Crisis. Entonces, ¿quién gana con los migrantes, que se han vuelto la nueva “mina de oro” del siglo 21?
—Como la crisis de refugiados cambia la economía mundial—, es el título de su investigación, publicada en diciembre del 2016, con el apoyo del Pulitzer Center on Crisis. Entonces, ¿quién gana con los migrantes, que se han vuelto la nueva “mina de oro” del siglo 21?
En Turquía, las ciudades cerca de la frontera con Siria, como Gaziantep, las periodistas observan como los refugiados sirianos, acogidos en masa, pero sin permiso de trabajo, para sobrevivir han tenido que enviar sus hijos a trabajar, y 400.000 niños están perdiendo la escuela. Chicos y chicas son pagados a la mitad de los adultos, y esto lleva al hecho que disminuyen los sueldos y las oportunidades de trabajo no especializados para los adultos, sobre todo las mujeres. En cuanto a Siria, con la guerra la economía se ha desplomado de un 75%, y falta de todo. Por eso, en la ciudad de la frontera con Turquía hay quien ha podido prosperar produciendo o comerciando alimentos, medicinas o materiales de construcción, sea hacia las zonas controladas por el gobierno que por los grupos de oposición o el ISIS. De hecho, los impuestos sobre el paso de las mercancías y las personas entre un lugar y otro, los tráficos también entre zonas “enemigas” y los raptos, han resultado enormemente más rentables que las actividades de una economía formal, y esto es uno de los motivos por los cuales esta guerra parece destinada a durar al infinito.
Para conocer la ruta y las modalidades de la migración África-Europa, las periodistas han viajado a Agadez, una ciudad situada en el centro del Níger, desde el 1400 centro de intercambios entre los pueblos del desierto del Sahara, y considerado patrimonio artístico de la humanidad por la UNESCO. El colapso de Libia la transformó recientemente en un punto de paso para los migrantes subsaharianos dirigidos al norte, cruzando el terrible desierto de Teneré. En Agadez las investigadoras tomaron nota de como un grupo de personajes se está enriqueciendo a espaldas de los migrantes: antes que nada, son los “agentes de viajes” informales que organizan el viaje desde los pueblitos de Burkina Faso o Gambia, ofreciendo alojamiento, transporte, comida, a lo largo de las paradas como Agadez. Ellos son responsables que los migrantes lleguen sanos y salvos a la “Casa Blanca”, el principal punto de tránsito en Libia hacia Europa. Además, hay los dueños de los guetos donde tienen atiborradas al menos cien personas, los choferes de los camiones que cruzan el desierto, los policías que recogen las coimas, los explotadores de la prostitución. Pues allí llegan muchas jóvenes originarias de pueblos de Gambia o Nigeria, convencidas a migrar por parientes o “madames” (ex prostitutas) venidas de Europa con promesas de riqueza, u obligadas a viajar para ayudar a la familia. Antes de salir, son amarradas con ritos mágicos de “juju” por curanderos locales, y en Agadez tienen su iniciación a la prostitución, entre golpes y violaciones. Mantenidas encerradas todo el día, después de la quinta y última oración musulmana de la tarde, las chicas son puestas en la calle hasta ganarse, con el correspondiente de 3 euros por cada servicio sexual, la cifra de 3000 euros necesaria para ser transportadas en Libia. El “agente de viaje” que logra organizar viaje y estadía de un promedio de 66 migrantes al mes, llega a ganar el correspondiente de unos 17.000 euros en total. Pero las mayores ganancias las tienen los traficantes de droga (hashish, cocaina, y un opiaceo analgésico), que es escondida en el camión. El viaje para cruzar el desierto dura dos o tres días, (muchas veces por rutas alternativas, más largas y peligrosas para evitar las coimas) y en Libia la droga es repartida entre varios contactos. Si en el viaje hay un fallo mecánico, es el infierno. Según el Danish Refugee Council, las muertes en el desierto, no contabilizadas, superan las que se registran en el Mediterráneo, que en 2016 han sido más de 5000. Una vez llegados en Libia, los migrantes avisan al agente de viaje que todo ha ido bien, y el agente paga al dueño del camión. Antes de regresar, el camión viene lleno de armas, que pueden ser vendidas a grupos secesionistas en Níger, a Al Qaeda en el Maghreb, al grupo ISIS, o a Boko Haram en Nigeria, entre otros. Así Agadez se ha vuelto un próspero mercado de armas, lavado de dinero, tráfico de migrantes y prostitutas. Un río de dinero que no beneficia a la población, sino a los actores del tráfico y las amistades del gobierno. Al contrario, se sigue alimentando el terrorismo del cual huyen los migrantes.
Libia, un estado que anteriormente con su pujante economía y alto nivel de desarrollo humano atraía migrantes africanos, ha caído en la anarquía después que una coalición occidental eliminó su dictador Gadafi, (que estaba reprimiendo violentamente la “primavera árabe”), y una sucesiva guerra interna entre las fuerzas políticas y militares que quieren tomar el poder. Actualmente, no teniendo un gobierno reconocido en todo el país, sino solo en Tripoli, su territorio está dominado por las milicias que controlan también un centenar de centros informales de detención de migrantes, sometiéndolos a abusos extremos. UNICEF reporta la cifra de 250.000 personas prisioneras en “campos de trabajo forzado”, secuestradas por las milicias, o esclavizados por empresarios. Mujeres y niños son los que sufren más violaciones, mientras esperan poder cruzar las doscientas millas de mar que separan África de Sicilia y pisar el soñado suelo de Europa, en pateras o barcazas precarias.
Teóricamente Sicilia e Italia deberían ser una parada transitoria, hacia el próspero norte de Europa, sin embargo, por la falta de compromiso en la repartición de cuotas de migrantes entre los estados de la Unión Europea, Italia está enfrentando una situación cada vez más problemática, teniendo que gestionar la acogida y selección de 181.000 personas llegadas en 2016, además de integrar las decenas de miles llegadas anteriormente. Se necesitan de 6 a 18 meses para que sea examinado el pedido de asilo y definida una reubicación, y mientras tanto los migrantes, hospedados en hoteles o centros de acogida, no tienen permiso de trabajo. Después, cuando a la gran mayoría de ellos y ellas viene denegado el permiso, generalmente no hay ni posibilidad ni voluntad de regreso, por falta de acuerdos con los países de origen y el alto coste del viaje de regreso. Esta legislación es una verdadera “fábrica de clandestinidad”, pues, ¿qué pueden hacer personas de piel oscura, con competencias muy diversas, sin conocer el idioma, en un país que tiene el 42% de desempleo juvenil? Es fácil imaginar cómo los trabajos ilegales (en la agricultura en los mejores de los casos), en el tráfico de drogas o trabajos sucios para la criminalidad local pueden representar una salida.
¿qué pueden hacer personas de piel oscura, con competencias muy diversas, sin conocer el idioma, en un país que tiene el 42% de desempleo juvenil?
Y aquí van las sorpresas, como han podido observar las investigadoras en el mercado de Ballaró, un antiguo y pintoresco mercado de Palermo, capital de Sicilia. Antes dominado por la mafia de la Cosa Nostra, que obligaba los empresarios a pagar un impuesto de “protección”, ahora el mercado es frecuentado por gangs de africanos, como la Black Axé de nigerianos. ¿Qué pactos se ha dado entre “Cosa Nostra” y las gangs africanas? Al parecer, la mafia siciliana, golpeada por la justicia en estos últimos años, ha aprendido a diferenciar sus ingresos, incursionando en la (mala) gestión de centros para migrantes, (pues “con los migrantes se gana más que con la droga”, dijo un mafioso en una interceptación telefónica que se volvió famosa) y actuando como “agentes de viaje” para los que quieren dirigirse al Norte de Europa, ofreciendo alojamiento, comida y transporte en la ruta. “Cosa Nostra” mantiene el tráfico de droga en amplia escala, pero permite a los africanos en Palermo el pequeño tráfico en la calle (vendiendo a otros africanos, no llevando armas sino machetes, pagando algo por el uso del territorio), y sobre todo les dejan el lucrativo negocio de la prostitución de mujeres africanas, que ha tenido en los últimos tres años en Italia un aumento del 300%. Las mujeres para poder liberarse de sus captores, deben pagar desde 30.000 a 50.000 euros. Osas Yvonne, una ex prostituta nigeriana, ha fundado en Palermo una asociación en contacto con África para tratar de hacer entender a las mujeres de Benin City, en Nigeria, que el dinero no cae de los árboles en Europa y en ese oficio les espera una vida muy dura.
Otra preocupación es el hecho que las gangs africanas, de las que las personas migrantes son víctimas y no aliados, pueden tener en futuro más posibilidad de acción en Europa.
En cuanto a Alemania, el país económicamente más fuerte de Europa, en previsión de una crisis demográfica por una población que está envejeciendo sin tener muchos nacimientos, ha acogido en 2015 un millón de refugiados, entre hombres y mujeres, con la intención de integrarlos y tener así en las próximas décadas suficientes trabajadores que paguen impuestos y puedan contribuir a mantener los gastos sociales de un buen welfare. Frente a la llegada de miles de personas en pocas horas, las autoridades alemanas han tenido que alistar a toda prisa para ellas gimnasios, o hangares, (hasta el viejo aeropuerto usado por las ceremonias de Hitler, el Tempelhof de Berlín), para cobijarlas en la noche. Inicialmente para estas tareas fueron llamadas ONG, organizaciones sin fines de lucro, pero no pudiendo ellas dar abasto o no teniendo suficiente experiencia, sucesivamente fueron convocadas compañías privadas que ofrecen servicios de acogida, container, casas inflables etc., a precios más baratos en economía de escala, pero con resultados irregulares en la calidad. En cuanto al trabajo, hasta ahora, en un año, han sido contratados en grandes empresas solo 63 migrantes, pues el aprendizaje de idiomas y procedimientos tecnológicos pide tiempos bastante largos. Todo este movimiento de dinero alredor de migrantes beneficia la economía alemana, que va creciendo, pero esto no es suficiente para frenar la influencia del partido nacionalista “Alternativa para Alemania”, de Frauke Petry, que sopla sobre el fuego del racismo y alimenta el miedo al terrorismo, después de unos atentados realizados por elementos radicales originarios del Medio Oriente, mal integrados en la sociedad alemana.
¿Cuáles alternativas?
¿Es posible evitar la “fábrica de la clandestinidad”, o sea la denegación de asilo a la gran mayoría de prófugos y migrantes, que se quedan vagando en la ilegalidad de un lado a otro, con el peligro de caer en la red del trabajo semiesclavo, de la criminalidad o hasta del terrorismo, lo que provoca inseguridad a ellos y a los residentes? Las organizaciones de la sociedad civil que trabajan a contacto con los migrantes aseguran que sí, hay unas medidas que responden al buen sentido. Se trata básicamente de tres propuestas legales: los “corredores humanitarios”, las visas de estudio, trabajo, o agrupación familiar, y la “protección humanitaria” con permiso de residencia de dos años para quien ha sufrido violencia en Libia o ha cruzado el mar, pero no ha obtenido asilo. Sin embargo, en la marea montante de los argumentos racistas y antieuropeistas en muchos países, y frente al peligro de su propia disolución, la Unión Europea está optando por disminuir las visas y cerrar también la ruta mediterránea, después de haber cerrado la ruta balcánica con un acuerdo muy discutible pero eficaz con Turquía. La estrategia es otorgar fondos a los países africanos de donde salen los migrantes, para que los retengan y los repatrien, creando a la vez, así dicen, oportunidades de desarrollo.
Todo bien en el papel: Ayudémoslos en sus propios países.
Algunos resultados son visibles en Agadez, donde los 70.000 migrantes del 2016 se han reducido actualmente a unos 1500, han sido detenidos unos 100 traficantes con sus vehículos, y el presidente del Niger Mahamadou Issoufou recibe fondos europeos para servicios básicos de educación y salud, seguridad alimentaria, proyectos de desarrollo rural. ¿Llegarán a la gente o se perderán en los recovecos de la burocracia? Nos preguntamos. Aún más complejo es el cuadro de Libia, (donde el gobierno de Tripoli controla solo la capital), a quien la Unión Europea entregará 400 millones de euro para reforzar la guarda costera en el patrullaje marino y bloquear la salida de los migrantes, aumentar el número de centros de detención de migrantes y los regresos voluntarios. Aquí, el detalle que se prefiere no ver es que en una Libia que sigue en guerra civil, y quien debería patrullar las costas está directamente involucrado en el tráfico de migrantes. Algunos guardacostas recuperan migrantes en el mar y los venden a las milicias que los transportan en prisiones ilegales, secuestrándolos hasta que alguien pague para su liberación. Además, cada migrante paga por el viaje a Sicilia unos 1500 euro, por lo tanto, en 2016 los traficantes han ganado 250 millones de euro, que en un país destruido significan mucho. Será muy difícil entonces lograr parar el flujo, pues si se cierra una ruta, los migrantes buscan y encuentran otras, cuando la desesperación o la voluntad de migrar superan todo instinto de conservación.
Los “saltantes”
Una insólita historia, nos ayuda a entender lo que mueve muchos migrantes.
En Marruecos hay una montaña de donde se disfruta un espléndido panorama sobre el azul mar del Mediterráneo, pero no es para turistas. En el monte Gurugú, que domina la ciudad de Melilla, enclave español en Marruecos, están acampados un millar de jóvenes hombres provenientes de los países africanos en guerra con la miseria, que se preparan para cruzar una triple valla metálica, la principal alta seis metros, con cuchillas, sensores eléctricos, cámaras de visión nocturna etc., que protege la ciudad de Melilla. De allí, si logran superar la tremenda prueba y pisar tierra, buscarán otra venturosa manera de cruzar el mar y llegar a Europa. Pues unos mueren por las heridas, en el intento, otros se rinden después de unas cuantas veces y regresan atrás, otros podrán morir en el mar. De vez en cuando llega la policía a quemar el campamento, con las pocas cosas de los migrantes, frazadas, ollas, unos sacos de arroz. Hace un año llegaron allá con su cámara dos documentaristas alemanes, Estephan Wagner y Moritz Siebert, para entrevistar los migrantes. Uno de ellos, el maliano Abou Bakar Sidibé, ex profesor de inglés y experto en todos los cachuelos del mundo para sobrevivir, se entusiasmó con la cámara hasta que los alemanes se la entregaron para que él mismo hiciese el documental sobre el campamento. Así, él filmó los momentos alegres, cuando jugabn apasionados partidos de fútbol; los momentos tristes, cuando debían avisar los familiares de la muerte de uno de ellos; los rezos, los miedos, los rituales para tener suerte, por ejemplo, haciendo chorrear sangre de gallo, pero, sobre todo, los momentos tensos en que todo el grupo se organizaba para cruzar la valla, actuando de madrugada después de haber bajado sigilosamente del monte durante la noche. Debían ser centenares, para superar en número las decenas de policías de frontera. (Recientemente, hubo un asalto de 800 migrantes a la valla, en que lograron superarla unos cuatroscientos). El documental muestra todo esto y muchos más: porque los migrantes son tan tozudos en sus sueños, por ejemplo. “Nos han quitado tanto, los europeos, tenemos derecho a ir allá”, dice uno. “Mi hermano me llama desde Francia, desde Alemania, me anima a intentar, y lo lograré”, dicen otros. “O quizás veré que todo habrá sido en vano”.
El documental Les Sauteurs o “Los saltantes”, termina sin que sepamos si Abou logrará o no saltar la tremenda valla. Sabemos que tiempo después, en 2016 en Berlín, es presentado el documental. Y de repente en el escenario aparece Abou Bakar, en carne y huesos. “Aquí estoy, dice. Ilegal”.
El documental ganó el Premio del Jurado Ecuménico.
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*Gisella Evangelisti es escritora y antropóloga italiana. Estudió Letras en Pisa, Antropología en Lima y Mediación de Conflictos en Barcelona. Trabajó veinte años en la Cooperación Internacional en el Perú, como representante de oenegés italianas y consultora del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, en inglés) en países latinoamericanos. Es autora de la novela Mariposas Rojas.
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