Por Gisella Evangelisti*
25 de marzo, 2016.- Los días que preceden las fiestas pascuales del 2016, marcados por al menos cuatro eventos trascendentes, son días de orgullo, vergüenza y dolor para Europa.
Primero. El 18 de marzo en un imponente operativo policial es capturado en Bruxelas después de cuatro meses de búsqueda, Salah Abdelslam, un joven terrorista islámico que había participado en los antentados del 13 de noviembre en París, donde hubo 130 víctimas, (entre ellas unos jóvenes musulmanes): una captura que los medios consideran tan importante, como la de Bin Laden para Estados Unidos.
Salah, a diferencia de su hermano Ibrahim, había decidido al último minuto no hacerse explotar frente al estadio de Paris, y había logrado fugarse, regresando justo al barrio donde había nacido, (Mollebeck en Bruxelas), en la casa de su mamá. En el barrio prosperan los grupos islamistas radicales y el burgomastre no tiene ni el control burocrático de sus habitantes. ¿Increíble, no? Justo en el corazón de Europa, en la ciudad que hospeda las instituciones europeas (desde el Consejo de Europa a la OTAN) pero donde la colaboración entre la parte vallona y flamenca de la población (incluyendo la policía) es mínima, tanto que muchos lo consideran “un estado fallido”, especialmente vulnerable a los atentados.
Segundo. Para los fanáticos del Isis o “Califato”, que está tratando de imponer su visión fundamentalista en el mundo islámico y ha declarado guerra al “Occidente”, con el objetivo de matar lo más posible “infieles”, Salah es un traidor. Ahora quieren demostrar que, a pesar de su captura, son todavía muy fuertes. Su venganza no se hace esperar: el 22 de marzo dos ataques suicidas en el aeropuerto y unas bombas en el metro de Bruxelas provocan al menos 34 muertos y 200 heridos. “Habrá ataques más duros y amargos para ustedes”, proclaman. Los servicios de inteligencia europeos avisan que 400 militantes de Isis se han trasladado a Europa donde están planeando ataques en diferentes lugares. Es declarado el estado de máxima alerta en todos los aeropuertos del continente.
El Departamento de Estado americano avisa, por este peligro, de no viajar a Europa. Olvida que, razonando así, tampoco deberíamos viajar a Estados Unidos, donde unas 30.000 personas al año son matadas por armas de fuego usadas impropiamente. (Como por ejemplo cuando algún desequilibrado que se levantó de mal genio se mete en una universidad o en un supermercado con tremendas ametralladoras y mata a quien encuentre).
Tercero. La semana pasada, a las 10,31 del 14 de marzo, una misión aerospacial europea parte de Baikonur en Kazakhstan, dirigiéndose en seis meses de viaje hacia Marte, para verificar si hay o ha habido formas de vida en el planeta rojo. Un ejemplo más de como, uniendo esfuerzos, la ciencia sigue en su tarea de abrir fronteras al conocimiento. Pero aquí, en el planeta Tierra, los gobiernos de la Unión Europea tienen la visión corta y están cerrando fronteras a quien huye de la guerra, contraveniendo a sus tratados, como la Convención de Ginebra del 1951 sobre el derecho al asilo para los prófugos.
la ciencia sigue en su tarea de abrir fronteras al conocimiento. Pero aquí, en el planeta Tierra, los gobiernos de la Unión Europea tienen la visión corta y están cerrando fronteras a quien huye de la guerra
La Agencia Espacial Europea (ESA) lanzó el robot ExoMars en un cohete Protón-M en una ambiciosa misión científica que aspira averiguar si hubo o hay vida en el planeta Marte. Foto de ExoMars en ESA.
Cuarto. La UE firma el 18 de marzo un cuestionado pacto con Turquía, un país con un gobierno autoritario, que no respeta ni la libertad de expresión ni los derechos de la minoría kurda, que ya tiene 2.700 mil prófugos malviviendo en campamentos, (sin poder ni trabajar ni estudiar). Sin embargo la Unión Europea le entrega la tarea de gestionar la masa de prófugos que tratan de entrar a Europa, compensándolo con 6.000 millones de euro en unos años.
Manifestación en Turquía contra la intervención del diario Zaman. Imagen: http://ipi.freemedia.at
Es cierto, el problema es grave y complejo. Está llegando la primavera y con ella una avalancha humana en las costas de Grecia e Italia. En el mes de marzo, los 28 jefes de estado del Consejo de Europa se han reunido tres veces, tratando de encontrar una solución común, sabiendo que todos los planes de repartición de los prófugos acordados hasta ahora han fracasado. En septiembre del 20015 habían tomado el compromiso de reubicar los 160.000 personas que habían pedido asilo, pero solo 938 de estas reubicaciones han sido realizadas. Por eso el acuerdo con Turquía representa un vuelco respecto a las anteriores políticas de acogida.
El acuerdo
Imagen: Euronews
A partir del domigo 20 de marzo, todos los que entrarán “ilegalmente” a Europa (pues no existen medios legales), serán enviados a Turquía, sin más, sea que tengan derecho al asilo o no. Hay un mensaje claro: no se debe seguir con la inmigración ilegal, que enriquece las mafias criminales, y los degolladores del Estado Islámico o Califato que han ocupado el norte de Siria y hacen pagar cupos a los prófugos. De hecho, los primeros 300 “ilegales” que llegaron ayer a Grecia han sido arrestados. Pero otros miles están navegando. La agencia europea Frontex, encargada de controlar la frontera marítima, enviará 8 buques para frenar su llegada.
Ahora, en base a este acuerdo con Turquia, los 50.411 prófugos sirianos, iraquíes o afganos llegados anteriormente, que se han quedado atrapados en Grecia por el cierre de la ruta balcánica (Macedonia y otros estados de la península han cerrado sus fronteras) deben ser reunidos en algunos puntos de Grecia, para ser registrados. Allí deberán escoger si pedir asilo en el país (el más pobre de Europa, con una enorme deuda pública... no era esto su sueño, sino los ricos países del Norte), o ser reubicados a Turquía para esperar indefinitamente su turno en una nueva lotería. La operación de registro y selección debería durar, teóricamente, 4 o 5 días, siempre que lleguen a la velocidad de la luz unas 4000 personas (entre traductores, funcionarios, personal de seguridad etc.) contratadas para la tarea. Se trata, como se puede entender, de un desafío logistico enorme: lograr en pocos días lo que no se ha logrado en meses- la reubicación de decenas de miles de migrantes. Como contraparte, la Unión Europea se compromete que por cada sirio ilegal que sea devuelto a Turquía, otro sirio será realojado legalmente en Europa desde un campamento turco, hasta un máximo de 72.000 personas en un año.
¿Solo 72.000 personas? Nos preguntamos. El año pasado entraron más de un millón de inmigrantes a Europa, y este año la tendencia va en aumento.
Refugiados en Turquía. Foto: Amnistía Internacional
Turquía, para quitar las castañas del fuego a la Unión Europea, ha pedido muchísimo: antes que nada, como hemos dicho, una fuerte compensación económica: 3.000 millones de euros, a partir del 2018, que se unen a los actuales 3.000 que ya han comenzado a desembolsarse, por un total de 6000 millones de euros. Pero, ¿los gastará de veras en favor de los refugiados? ¿Garantizará de veras la seguridad de los prófugos o los devolverá a una Siria en guerra? ¿Cómo será posible vigilar el proceso si los periodistas nacionales y extranjeros son obstaculizados y expulsados? Hay serias dudas al respecto. Segundariamente, el país ha obtenido el acceso a Europa sin visado a sus ciudadanos (que son 75 millones) a partir de junio (siempre que respondan a 72 requisitos). En tercer lugar, hay la promesa que se acelerarán las negociaciones de adhesión de Turquía a la Unión Europea, que estaba bloqueada por el viraje autoritario del país con el premier Erdogan.
Por donde se lo mire, se trata de un pacto que da vergüenza a buena parte de la ciudadanía europea, y que ha suscitado muchas críticas de parte de la ACHNUR, la Agencia ONU para Refugiados, de Amnistía International, y de Oxfam, entre otros. ¿Era ésta la única manera para resolver el problema? ¿Cuántos programas de inserción de inmigrantes se podían hacer con esta enorme cifra?
“Bueno, amigas y amigos, no seamos tan quisquillosos, ¿verdad?” nos podría responder algún funcionario encorbatado de Bruxelas, que a lo mejor ha trabajado hasta altas horas de la noche para formular el acuerdo con el tozudo y siempre sonriente primer ministro turco Ahmet Davutoglu. “Una cosa son las bonitas enunciaciones de principio, los derechos humanos, la paz y el desarrollo, etcétera, otra la realpolitik, los tratados comerciales, el “do ut des” que funciona en este opaco mundo terrenal. No se soprendan los ingenuos si mantenemos buenas relaciones con dictadores como Isaías Afewerki en Eritrea, que ha transformado su país en una cárcel a cielo abierto, obligando a sus ciudadanos a un servicio militar indefinido; ni que el presidente francés Hollande (¿por amor al petróleo?) entregue la Legión de honor al principe ereditario saudí Mohamed Ben Nayef, que probablemente no sabe ni anudarse solo los cordones de los zapatos... Pero, ¿Arabia Saudí no es uno de los gobiernos más autoritarios y conservadores del Medio Oriente, donde el año pasado ha habido 154 ejecuciones, no está permitido que las mujeres manejen, y que gracias a sus petrodólares, propaga la ideología más fundamentalista en las mezquitas de todo el mundo? Me preguntarán. Claro que sí, pero, ¿nosotros no estamos ganando bien con venderles armas, con que bombardean escuelas y mercados en Yemen? Obvio, no lo hacemos abiertamente, pues nosotros no podemos vender armas a quien viola los derechos humanos, ¿no? sino con escapatorias legales, para mantener las apariencias. Y por favor, ahora no comencemos con la litanía de las responsabilidades occidentales en la crisis de los refugiados, por ejemplo por haber conducido infelices guerras a los dictadores de Libia, (Gadafi) e Iraq, (Sadam), que tenían muchos defectos, como se sabe, pero que a su manera lograban mantener unido el país. Después hemos visto que, matados los dictadores, en nuestro afán democrático, (lease también “geopolítico y petrolero”) hemos contribuido a abrir la olla de grillos de las guerras civiles. El mundo arabe también tiene sus responsabilidades. Y nosotros, ¿somos los que deben acoger indefinitamente los prófugos, cuando no sabemos si algún día se van a volver terroristas, como hacen tantos jóvenes crecidos en Europa? Es el momento de cuidar más nuestra seguridad. De protegernos. El acuerdo respeta las leyes internacionales, que sea cierto o no. ¡Amen!”, concluiría.
Campamento en Idomeni. Imagen: Fotomovimiento.org
Así, será una triste, tristísima pascua, sea por las familias de las víctimas de los atentados de Bruxelas, (entre ellas hay una peruana madre de dos mellizas), sea para los decenas de miles de prófugos sirios, afganos, iraquíes o sómalos, que después de haber perdido todo en la guerra, y haber desafiado los peligros de desiertos y mares, se han quedado atrapados en Grecia. 455 de ellos se han ahogado desde enero. Comienza a ser lentamente desmontado el mayor campamento de prófugos en toda Europa, en Idomeni, un pueblito griego en la frontera cerrada con Macedonia donde se han hacinado 13.250 personas, la mayoría mujeres y niños, en carpas plantadas en el barro. Han tratado de calentarse con fuegos a leña, y han tenido que hacer colas de horas para un sanguche. Ha nacido una niña y la han lavado con una botella de agua mineral. Ahora la policía griega los está trasladando a Moria, en la isla de Lesbos, para ser registrados. Su destino es más incierto. Después de los atentados, se levantan entre los prófugos carteles que dicen “Sorry, lo sentimos”, o “Odiamos Isis”. Justamente, están huyendo de ellos.
Los padres de Bayan la bañan frente a su tienda de campaña en Idomeni. Iker Pastor Anadolu Agency / Getty Images
Pero, mucho ha cambiado en el clima político europeo desde el septiembre del 2015, cuando la foto del niño siriano Aylan Kurdi, ahogado en una playa turca, conmovió muchos corazones, y una ciudadanía de fiesta acogió los prófugos que entraron en Viena y Munich con cantos de bienvenida y refrigerios. La cancillera alemana Angela Merkel en ese entonces abrió la puertas de Alemania a una inmigración ilimitada, afirmando que su país, tan sólido en la economía, con solo el 5,5% de desempleo, “podía lograrlo”. “Wir Schaffen das”, dijo. De hecho, acoger inmigrantes en un país, (o un continente como Europa) demográficamente en declino puede ser considerada una inversión neta, pues su contribución a la economía en el mediano plazo resulta positiva, aunque al comienzo se enfrentan fuertes gastos para su inserción. Sin embargo, los acontecimientos sucesivos llevaron paulatinamente a lo que se está verificando ahora: el triste levantamento de la “fortaleza Europa”.
En un próximo articulo trataremos de explicar lo que pasó.
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*Gisella Evangelisti es escritora y antropóloga italiana. Nació en Cerdeña, Italia, estudió letras en Pisa, antropología en Lima y mediación de conflictos en Barcelona. Trabajó veinte años en la Cooperación Internacional en el Perú, como representante de oenegés italianas y consultora del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, en inglés) en países latinoamericanos. Es autora de la novela “Mariposas Rojas”.
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