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Colombia: Una guerra sin balas, por Juan José Hoyos

Diario el Colombiano, 3 de diciembre de 2006. Los indígenas colombianos están muriendo por montones y nadie parece darse cuenta de esta tragedia. Esta vez no los están matando solamente las balas.

Hay una guerra silenciosa más grave que ha cobrado en las últimas semanas más de 107 vidas sólo en el resguardo embera de Catrú, en el departamento del Chocó. Es como si Karagabí, su Dios, los hubiera abandonado.

Los 107 emberas murieron en la región del Alto Baudó, en las selvas del suroeste del Chocó. Ninguno de ellos tenía los 900 mil pesos que necesitaba para pagar una lancha que podría haberlo llevado por el río, hasta el centro médico más cercano, situado a unas 5 horas. Más de 60 de los muertos eran niños menores de 4 años que llevaban tres meses padeciendo, además, fiebres, diarreas y dolores intestinales.

El resguardo de Catrú está formado por 22 comunidades emberas, con más de cinco mil habitantes, en jurisdicción del municipio del Alto Baudó. La cabecera municipal está situada a unas cinco horas de viaje en canoa desde Quibdó, la capital del departamento del Chocó.

Escuché con tristeza esta historia de boca de Evelis Andrade, el presidente de la Organización Nacional Indígena de Colombia. Lo busqué para preguntarle si era cierta la noticia que leí esta semana en la edición electrónica del periódico El Tiempo. Me dijo que sí. Y me contó cosas peores. Cuando acabó de hablar, pensé que lo ocurrido en las selvas del Chocó es tan grave y vergonzoso como el escándalo de los parlamentarios detenidos e investigados por la Corte Suprema de Justicia por crear grupos paramilitares e instigar matanzas. Sin embargo, la noticia ni siquiera apareció publicada en la mayoría de los periódicos colombianos.

La organización Orewa, que agrupa a los embera del Chocó, dijo que el único auxilio que los indígenas moribundos recibieron del Estado colombiano fue una comisión de médicos epidemiólogos de la Dirección de Salud del Chocó que, después de las denuncias hechas por varias organizaciones indígenas, viajó hasta Catrú. Cuando los médicos llegaron, los indígenas enfermos tenían síntomas de insuficiencia respiratoria aguda. Algunos alcanzaron a ser atendidos pero ya era poco lo que se podía hacer. Uno de los médicos informó que la mayoría murió de malaria. El trabajo de los médicos se imitó a preparar las actas de defunción. Luego atendieron más de 600 pacientes con síntomas parecidos, antes de regresar a su sede en Quibdó.

La Orewa advirtió que se están presentando muchas muertes de indígenas no sólo en Catrú sino en otras regiones del Chocó. Las patologías son muy parecidas: insuficiencia respiratoria, diarrea aguda, tuberculosis, paludismo y desnutrición. A esta situación hay que agregarles los problemas sociales causados por el desplazamiento forzado y los hostigamientos de que son víctimas en medio de la guerra irregular que se libra en las selvas entre los grupos de autodefensa, los guerrilleros y el Ejército Nacional.

El 9 de noviembre de este año, la Onic y la Orewa, con el apoyo de la Diócesis de Quibdó, informaron de la grave situación a las autoridades sanitarias del Chocó. Cuando los médicos por fin llegaron a la región de Catrú, Dubasa y Ancosó, situadas en el Alto Baudó, ya habían muerto 75 indígenas. Luego murieron los demás.

Hace pocos días, varios dirigentes de la Orewa que viajaron a Catrú fueron testigos de la muerte de tres niños indígenas en menos de 24 horas. Tras el regreso de los médicos que los acompañaban en la comisión, murieron cuatro niños más, lo que quiere decir que en menos de una semana fallecieron siete niños.

La muerte de estos niños prendió las alarmas en las 22 comunidades embera del resguardo de Catrú. Según Evelis Andrade, de la Onic, la situación empeoró a fines de octubre, cuando las fiebres y las diarreas se extendieron a otras comunidades. Poco después empezó la ola de muertes.

Evelis Andrade se quejó de que esta tragedia ha ocurrido a pesar de que en el Chocó hay varias EPS, ARS y una Dirección de Salud. "Ninguna de ellas hace trabajo preventivo", dijo. No hay planes de vacunación ni para los niños ni para los adultos. También recordó que el problema no es nuevo: en 1998, la Orewa registró más de 500 muertes de indígenas por causa de la malaria, la tuberculosis y la desnutrición.

Hace dos años, un relator de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas presentó al gobierno nacional un informe en el que decía que la situación de salud de los indígenas era crítica y había algunos grupos en peligro de desaparecer. Sin embargo, el gobierno nacional no ha emprendido hasta el momento ninguna acción importante para protegerlos.

Patricio Mecha Forastero, representante del Cabildo Mayor de Catrú, culpó de las muertes al abandono del Estado y de su sistema de salud, ya que las enfermedades que han costado la vida a tantos embera pueden ser prevenidas y tratadas.

El presidente de la Onic también culpó de las muertes al Estado porque a pesar de que el gobierno nacional creó el Sisbén y otro montón de entidades que dicen trabajar por la salud, los indígenas de muchas regiones de Colombia no reciben ninguna clase de atención y, como en el caso de Catrú, mueren por enfermedades que en el resto del mundo son curables y se pueden prevenir.

Pero la vida es irónica. Mientras los indígenas enterraban a sus muertos, el alcalde del Alto Baudó culpaba de la epidemia a los médicos tradicionales embera, llamados por ellos "jaibanás". Según la Orewa, el funcionario dijo en forma malintencionada en varias entrevistas de prensa que la situación de Catrú ha sido provocada por problemas de "jaibanismo".

Dudo que los nombres de estos 107 indios colombianos que murieron de paludismo en Catrú estuvieran registrados en el último censo de población y vivienda realizado por el Dane. Dudo que tuvieran siquiera cédula de ciudadanía. Creo que lo único que su país les dio fue el pedazo de tierra en el que sus cuerpos fueron enterrados después de su muerte. El resto se las arrebataron hace muchos años.

Fuente: Comunicaciones ONIC, Organizacion Indigena de Colombia

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