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CARNAVAL Y MADEINUSA
La tradición occidental de pensamiento, inspirada en un dios luminoso y asexuado, ha generado desde su seno algunas emergencias contradictorias, y una de ellas es el carnaval. Una fiesta licenciosa en medio de una tradición espiritual moralista que valora como santo al ascetismo.
Nuestros pueblos indígenas acogieron entusiasmados al carnaval y lo hicieron suyo. No solo por el respiro de libre placer que abre, sino por la visión del mundo que lo inspira. Un mundo que ya no tiene un omnímodo orden, con un único sentido, sino que reconoce también al “otro lado” de la realidad.
Por eso la fiesta del carnaval, de origen europeo, fue acogida con profunda empatía por los pueblos indígenas de América. Ella encaja en el pensamiento dual, arraigado en los ancestros nuestros, para quienes el universo es mujer y varón, oscuridad y luz, vida y destrucciones alternándose. Y radicalizaron el sentido de la fiesta con la figura del Pujllay, que preside al mundo en esos días, subvirtiendo el orden establecido. Y que morirá cumplido su ciclo, pero solo para volver a nacer.
El catolicismo ha generado aquí nuevos imaginarios, como los de un Diablo que suele tener presencias inquietantes, siguiendo a Jesús como su compañero o su hermano. Con nombres europeos, las contrapuestas y complementarias divinidades indígenas de los cielos y las profundidades, sus alternancias marcando los gozosos y dolorosos ritmos de la vida, reaparecen en América después de la colonización.
Pero no son enteramente extraños estos imaginarios a aquellos en que se sustenta –a pesar de sí misma- la tradición europea. Quizás podríamos reconocer, implícitamente, esos ritmos cósmicos indígenas, en la alternancia que vivimos en estos días del calendario occidental, en que al Carnaval sigue la Cuaresma, y a ella la Pascua de Resurrección…
Una cineasta peruana, hija del escritor Vargas Llosa, sugiere,en una conmovedora película ,“Madeinusa”, la tradición de un pueblito de los Andes en que impera una singular interpretación de la Semana Santa católica. Son días en que Dios está muerto y no se entera de lo que sucede en el mundo. En esos días todo está permitido en el aislado pueblito, mientras en las ciudades impera el piadoso ayuno y recogimiento.
Esa es también nuestra América, profunda y maravillosa.

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