- La solitaria protesta pacifista de una “indignada” ante litteram.
Por Gisella Evangelisti*
23 de enero, 2014.- En el número 1600 de la avenida Pennysilvania en Washington, está la Casa Blanca. En la vereda opuesta, la que da al parque Lafayette, hay una carpa blanca. En el medio, entre la dos, hay tres carros blancos, con una línea amarilla y unas palabras en negro: Policía.
Desde el parque, las ardillas que comen avellanas caídas de los arboles van a curiosear en la carpa blanca. Una rara mujer alta poco más de un metro y cincuenta, ya mayor, con la cara curtida por el sol y el frío, y un casco sobre una peluca para protegerse de los golpes de malvados, está plantada al lado de dos grandes carteles que dicen bandir todas las armas nucleáres. A veces está conversando con algún turista chino y holandés, que después de haberse tomado una foto frente a la Casa Blanca para mostrarla con orgullo a los amigos, se para a leer los carteles puestos al lado de la carpa. En uno de ellos hay la imagen de una tremenda bomba nuclear que podría hacernos polvo, a varios millones de nosotros y nosotras, en un solo día, y si tenemos la suerte que se encienda una simpática reacción en cadena, a toda la humanidad. Y ya está. Fin de la película en el Planeta de los monos vestidos.
Quien tiene el valor de aguantar el desagradable mensaje, (porque hoy día hay un bonito sol,¿ para qué amargarse?, o porque hoy día hace un puto frio, y no necesitamos entristecernos), puede quedarse un rato a conversar con esta rara señora que dice llamarse Connie, o Conchita por su origen gallego, pero sintiéndose “ciudadana del mundo”, precisa. Pues maneja varios idiomas. Ella le dará unos folletos que tiene en la carpa, con dramáticos cuanto ignorados mensajes a las autoridades del planeta contra la pobreza, los armamentos, la injusticia: el turista se quedará pensativo un rato, y retomará su camino. Así, hasta la noche, todos los santos días.
Ella no ama contar su historia personal. Algún periodista, a lo largo de los años, la reconstruyó juntando fragmentos escuchados por propios y extraños, pero los únicos que conocen todos sus secretos serán, quizás, esas ardillas a quienes los haya contado en la inmensa soledad de tantas noches heladas, o bochornosas. Pues es desde el caluroso verano del 1981 (Reagan reinante) que la carpa blanca está plantada en la vereda de Pennysilvania Avenue. Cinco presidentes se han sucedido desde entonces en la Casa Blanca, y la carpa sigue allí, con sus escalofriantes carteles. Son 33 los años que Conchita-Connie ha pasado en el calor del verano o en hielo del invierno, enfrentando a veces violentos opositores, acoso policial, o meses en prisión. Y la carpa sigue allí.
¿Cómo llegó Concepción Martín ex de Picciotto, nacida en Vigo en 1945, a plantarse a sus 36 años, como indeseada vecina, frente a la mansión presidencial de la mayor potencia mundial? Todo le iba viento en popa, cuando tenía 20 y pico años y una cabellera negra. Había conseguido realizar su sueño de mudarse a Estados Unidos y olvidarse de una infancia difícil, consiguiendo un buen trabajo en el consulado español, casándose a los 21 años con un apuesto italo-americano, y teniendo poco después, (o adoptando en Argentina) una preciosa bebe. Un verdadero american dream. Pero nada le salió como pensaba. Al poco tiempo su matrimonio se fue en pedazos, y el marido logró quitarle la casa y la custodia de la hija. Fue así que ella comenzó a peregrinar entre abogados y tribunales de España y Estados Unidos. Al final, contentándose con un trabajo part time para poder seguir los enredos judiciales, intentó dirigirse a cuanto político o poderoso se le ocurriera, hasta llegar a los mismos inquilinos de la Casa Blanca, para que la ayudaran a resolver su caso. La única que le prestó atención fue la señora Lillian Carter, que tuvo la amabilidad de responderle con una carta donde le decía que, sorry, no podía hacer nada para ella.
Hubo alguien que, sin embargo, la escuchó. William Thomas, un pacifista de frondosa barba negra que había iniciado su protesta frente a la Casa Blanca en 1980, convenció a Connie-Conchita que en vez de obsesionarse con una causa perdida, (el reencuentro con su hija), podía cambiar de sueño y dar un sentido a su vida, ayudándole en su trabajo de sensibilización del público sobre el tema de los armamentos. Bienvenido su aporte, le dijo, pues había trabajo de sobra, con decenas de turistas de todo el mundo que pasaban cada día por la famosa vereda. Connie-Conchita se lo pensó un rato y después, el 1 de agosto de 1981, puso sus bártulos en la carpa y una silla al lado de la suya, aceptando enfrentar los avatares de esta lucha descabellada, con la misma tenacidad con que había luchado por su causa perdida. Solo que ahora, en vez de una hija, se trataba de luchar para todos los niños del planeta, que cuando abren sus ojos a la vida, se esperan un mundo amoroso y bello. En cambio, muchos de ellos lo encuentran violento y despiadado.
Tiempo después, Thomas recibió un dinero familiar en herencia y con eso compró una casa en las cercanías del Parque, llamándola la Casa de la Paz, como punto de encuentro para pacifistas internacionales. Hasta que un día, el 23 de enero del 2009 (habían pasado 29 años entre sol y lluvia, palabras y silencio), Thomas se desplomó por un infarto en la vereda del parque Lafayette, dejando viuda su esposa Ellen. Connie-Conchita se secó las lágrimas y se quedó sola en la carpa blanca.
Hoy día, el 4 de enero del 2014, en que la nieve ha helado las veredas, Connie-Conchita está enferma y la sustituyen un chico y una chica voluntarios de Occupy Washington, que como ella, distribuyen folletos informativos sobre las armas en el mundo. La humanidad camina por un sendero resbaloso, con tantas bombas almacenadas a lo largo y ancho del planeta, nos recuerdan. Si, como han reportado los periódicos, recientemente 10 militares norteamericanos responsables del lanzamiento de los cohetes nucleares intercontinentales han sido indagados por uso de drogas ilegales (dos de ellos en la base de Malmstrom, en Montana, donde están almacenada 150 cohetes, una tercera parte de la potencia nuclear destructiva del país), y anteriormente 4 militares habían sido punidos por haber dejado abierta dos veces la puerta que lleva al lanzamiento de los cohetes, ¿cuántos otros oficiales distraídos o generales alcohólicos podría haber en los países que detienen esto tipo de armas, desde Corea del Norte, Pakistán, India, Israel, Francia etc.? Nos preguntamos con un escalofrío.
Si vis pacem, para bellum, decían los romanos. Si quieres la paz, prepara la guerra. Se olvidaron de agregar que guerra llama guerra, en una espiral infinita, y quien perdió hoy día, querrá ganar mañana. Dos guerras mundiales en un siglo y la hecatombe de Hiroshima y Nagasaki podrían haber convencido la humanidad a barrer para siempre las armas nucleare; Chernobyl y Fukushima, a barrer la energía nuclear, apostar a las renovables, y mantener una Amazonía viva. Pero no, no fue suficiente. La lucha de Gandhi, demostró que las armas pueden ser superfluas hasta para liberarse de un imperio. Hay quienes en Europa o Estados Unidos siguen recordando en web y twitter que con el coste de producción de un solo caza bombardero F35, capaz de cargar con armas nucleares, se podría asegurar salud y educación para decenas de millares de niños y niñas. El clamor para la paz surge desde regiones martirizadas. Hoy día hay mujeres palestinas e israelíes que manifiestan juntas para la paz, sabiendo que en su guerra no hay ganadores ni perdedores, si los sueños de ambos están llenos de pesadillas. Hay mujeres que marchan por la paz en Centro América, cansadas de violencia. Hay las tulpas de las mujeres en Colombia que buscan en círculo el camino de la paz, que va desde el corazón hacia el mundo. “Protejan el Planeta”, pide también Connie-Conchita. ¿Alguien diría que está loca?
Hoy, 4 de enero del 2014, poco lejos de la Pennysilvania Avenue, donde se miran, una frente a otra, la Casa Blanca, y la carpa blanca, unos cuantos sin techo afroamericanos tratan de calentarse pisando fuerte los pies. El frío muerde las orejas. Hay miradas vacías. El invierno es duro, y la vida aun más. Pero ahora de un bus está bajando un grupo de mujeres black que traen paquetes colorados, y comidas calientes. Sale de un paquete hasta una camisa nueva, elegante, para uno de ellos. ¿Hay alguien de estos señores que quiere invitarme un baile? Bromea una de ellas. Y de repente, las mujeres comienzan a cantar un góspel en la plaza, entre ardillas y petirrojos. Los pies pisan más fuerte, las voces temblantes de unos, y decididas de otras, se unen en coro. Y renace la magia, en una Farragut Square fría y casi desierta.
“Paz en la Tierra”, cantan juntando las manos, hombres y mujeres. Las voces salen, bajan, huyen y se reencuentran, vibrando. “Paz en la Tierra, para hombres y mujeres de buena voluntad”, repiten como un mantra. Así sea, my Lord.
Es el mismo mensaje, desde la Carpa Blanca.
Referencias Concepción Martin Picciotto: www.prop1.org/conchita
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*Gisella Evangelisti es escritora y antropóloga italiana. Nació en Cerdeña, Italia, estudió letras en Pisa, antropología en Lima y mediación de conflictos en Barcelona. Trabajó veinte años en la Cooperación Internacional en el Perú, como representante de oenegés italianas y consultora del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, en inglés) en países latinoamericanos. Es autora de la novela “Mariposas Rojas”.
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