Por Gisella Evangelisti*
23 de setiembre, 2013.- Los afroamericanos habían llegado en 250.000 de todo el país, en buses, trenes, coches, hacia Washington, el corazón del poder, ese 28 de agosto del 1963, desafiando las autoridades. Vestidos de fiesta, como les había recomendado el reverendo Martin Luther King. Pedían trabajo digno y libertad: “Jobs and Freedom”, habían escrito en grandes pancartas.
¿Cómo era posible que una mujer ganase 5 dólares la semana limpiando casa de una familia que ganaba 100 mil dólares al año?
¡Están llegando los comunistas! Hoteles e instituciones cerraron sus puertas con candados. 4000 entre soldados de base área y naval, más policía local, agentes de FBI y del servicio de inteligencia del ejército, vestidos de paisanos, esperaban a los manifestantes en estado de pre alarma. Se preveían incidentes, como habían pasado en Harlem, Newark, Watts o Detroit. A John Lewis, presidente del Comité de Coordinación de Estudiantes No violentos, (SNCC en su sigla inglés) que pedía “Libertad Ya!”, le tocó bajar el tono de su inflamado discurso.
El policía John Collins, que ahora tiene 78 años, estaba asignado a acompañar al atril Martin Luther King, el último de los ponentes de ese día. Los dos intercambiaron por unos instantes una mirada. “Me di cuenta de qué tipo de persona se trataba: comprensivo, honesto. Esto me reordenó la mente”, recuerda Collins. Martin Luther King comenzó su oración con su famoso: “I have a dream”. “Sueño un mundo donde blancos y negros se den la mano, donde mis hijos puedan tener un futuro mejor. Un mundo sin pobreza, sin racismo, sin guerra...” Muchos se secaron unas lágrimas. El policía Collins, escuchando sus palabras, pensó: “¿Por qué el mundo entero no puede ser así? ¿Por qué cada uno de nosotros no puede apostar a la no violencia y al amor?” Después del discurso, blancos y negros se dieron la mano y cantaron We shall overcome. “Venceremos, algún día”. No hubo sombra de incidentes. “Una farsa, un circo”, definió la manifestación para los derechos civiles Malcom X, el leader del movimiento Black Panters, (Panteras Negras), que apostaba a una revolución más radical contra el sistema capitalista.
La época era dura, la organización racista del Ku Klux Klan atacaba y mataba niggers, (términos despectivo para “negros”): dos meses después de la marcha, John Kennedy fue asesinado, y cinco años más tarde, tras el asesinato de Martin Luther King, hubo revueltas en 100 ciudades. Al nuevo presidente Lyndon B.Johnson le tocó firmar a regañadientes unas leyes contra el segregacionismo, y sobre todo el Voting Rights Act, que facilitaba el derecho al voto para la población negra. La guerra en Vietnam terminó en 1973 con la retirada del ejército estadounidense, con un saldo de 58000 bajas, 300 000 heridos, centenas de miles ex soldados adictos a drogas y con problema de adaptación a la vida civil. El Vietnam por su lado había tenido entre 3,8 y 5,7 millones de víctimas, sobre todo civiles, porque los estadounidenses habían descargado sobre el pequeño país más bombas que en toda la segunda guerra mundial, y utilizado agentes químicos como el napalm. John Kerry, un teniente de espesa cabellera, que había participado en la guerra, y ahora jefe de la diplomacia estadounidense, testimonió sobres sus horrores. Pero esos no terminaron con la derrota de Estados Unidos. Pol Pot, el líder maoísta del vecino país de Camboya, fue responsable de 200.000 ejecuciones de intelectuales y de la muerte por desnutrición o por trabajos forzados de un cuarto (casi dos millones) de sus conciudadanos de Camboya.
Todo esto tenía que pasar todavía, cuando los afroamericanos confluyeron hacia Washington, vestidos de fiesta, cantando gospels e himnos de esperanza. “Yo nací gracias a esa histórica marcha”, cuenta al Washington Post, Dana Milbank, la hija de dos estudiantes veinteañeros que se conocieron y enamoraron frente al Lincoln Memorial, el 28 de agosto del 63.
La chica creció escuchando canciones de Joan Baez y Bob Dylan. En su habitación había un afiche que decìa: “La guerra no es saludable para los niños y otras cosas vivientes”. Recuerda también el boicot a la Nestlé por impulsar el uso de leche en polvo en países pobres (con desastrosas consecuencias, por no ser usada con agua hervida), y las grandes manifestaciones contra la guerra del Vietnam. “Estas eran las luchas de la generación de mis padres. También en la mía, la de los que nacimos a final de los Sesenta, han habido nobles causas, como la lucha contra la discriminación de los gays, o la defensa del medio ambiente, pero ninguna ha capturado mi generación, o requerido el tipo de sacrificio que pidió el movimiento por los derechos civiles de los Sesenta. La amenaza de la guerra fría hasta la caída de la URSS para nosotros era teórica, en realidad hemos crecido sin amenazas, sin desafíos e inspiraciones. Cuando hubo los ataques a las Torres Gemelas del 11 de septiembre del 2010, y estábamos preparados a defender la nación, el presidente Bush nos dijo de ir de compras”, sostiene Dana.
Han pasado 50 años, desde ese inolvidable agosto del 63. Para recordarlo, hace unos veinte días, el 24 agosto del 2013, frente al Lincoln Memorial de Washington se han congregado unas cien mil personas, afroamericanos en su mayoría, llevando pancartas de asociaciones, universidades, movimientos gays. Había bandas juveniles de músicos, y unas pintorescas abuelas, ataviadas con grandes sombreros floreados, las “abuelas indignadas”, cantaban antiguas canciones de lucha contra la esclavitud. Compañías de gaseosas y de agua distribuían gratuitamente botellas. Era un día caluroso y festivo. La gente, ahora como antes, se refrescaba los pies en el gran espejo de agua frente al Lincoln Memorial.
La sociedad estadounidense, mientras tanto, ha cambiado. Ya no hay la venenosa dualidad blancos- negros de los Sesenta, sino un caleidoscopio de colores. Los latinos han superado los afroamericanos, y los asiáticos han entrado con fuerza: en 2012, casi la mitad de los niños menores de 5 años eran no-blancos, entonces se prevé que en futuro disminuirá la importancia de los republicanos, tradicionalmente blancos, rurales, regionales. En el mundo, China ha superado Estados Unidos en la producción de manufacturas, y está construyendo una flota de gran calado para la navegación oceánica. Mientras tanto, ¿cuánto ha cambiado la vida de los afroamericanos el tener un presidente mulato, hijo de un keniota y una estadounidense blanca? ¿Para qué luchan ahora? Preguntamos a algunos de los manifestantes.
“Por cierto, unos cuantos de nosotros los black han logrado entrar en puestos de mando en administraciones públicas o privadas, pero el grueso de la población negra sigue en desventaja, como reconoce el mismo presidente Obama”, explica Jacob Presley, un manifestante del Progressive Labor Party. “A los black nos tocan escuelas pésimas, por lo tanto seguimos condenados al subempleo y trabajos precarios. El problema es que el capitalismo neoliberal, en vez de mejorar la vida de la población negra a nivel de la blanca, está empeorando la vida de la clase media blanca, pues con la crisis desencadenada por la especulación financiera y la disminución de las ganancias de los empresarios, se están atacando los salarios. Mientras las rentas de los 400 más ricos billonarios se ha vuelto estratosférica, en cualquiera de los Mc Donald’s o Burger Kings, seguimos trabajando como burros, sin seguridad ni contratos…”
Nda. Pancarta, “Sueño con un salario mínimo”.
Hay más. “Vivimos en barrios hacinados y violentos: es un círculo vicioso. El mayor número de homicidas y de victimas de homicidios son negros. La mayoría de huéspedes de las cárceles son negros”, agrega David Wallace, un informático que lleva una pancarta contra el aislamiento en la cárcel, un sistema punitivo inhumano y desesperante. “Tenemos un sistema judicial absurdo. Puedes terminar preso por una tontería, como usar unos gramos más de droga de la permitida, y si tienes algún ulterior pequeño delito en tu historial, como haber respondido agresivamente a un policía, o peleado con un vecino, pueden meterte a una celda de por vida. Has oído bien, de por vida. Aislándote por cuanto tiempo les dé la gana. La industria carcelaria es un negocio, manejada por empresas, con muy pocos programas de rehabilitación”.
Unos hechos recientes han indignado la opinión pública. El 26 febrero del 2012 Trayvon Martin, un chico afroamericano que caminaba desarmado en Sanford, Florida, con un polo con capucha, fue perseguido por un vigilante de barrio que bajó del coche y acabò asesinàndole. Un año después, el vigilante, George Zimmerman fue declarado inocente: “Pensé que era un maleante, por cómo iba vestido”, se disculpó. En cambio, Marissa Alexander, una joven afroamericana de Jaksonville, Florida, que para defenderse del marido (un maltratador abusivo que estaba a punto de acuchillarla), había tomado la pistola de él y le había disparado al aire, sin lastimarlo, fue condenada en 2010 a 20 años de prisión. Una condena que también le separa de sus tres hijos.
Obama en un primer momento salió a comentar el trágico episodio de Trayvon, declarando que hay que obedecer a los jueces. Pero después de una semana de sit in y protestas de grupos de afro americanos en 100 ciudades a lo largo del país se lo pensó mejor y llegó a emocionar sus conciudadanos diciendo: “Yo también, de joven, hubiera podido ser Trayvon. ¿Quién, nacido con piel oscura, no se ha encontrado con miradas hostiles o alguna vez en un ascensor, con una mujer que se guarda el bolso nerviosa, como si estuvieras por robarla?” Aunque no creció en barrios negros, sino en Indonesia y Hawaii en familias multiculturales, y después con sus abuelos blancos, Obama de joven se había metido en los barrios más problemáticos de Chicago para apoyar la organización comunitaria.
Ahora, mucha gente de su color está decepcionada con su actuación como presidente o lo disculpa, pues “una sola persona no puede cambiar todo un sistema”. O, mejor dicho, piensa que hay cambiar el sistema. En estos últimos años, tres grandes temas políticos están al orden del día: la reforma sanitaria, la nueva ley migratoria, y una ley para reducir el uso de las armas. Obama ha obtenido escasos resultados en las tres, sin contar el fallido intento de subir el salario mínimo, a causa del obstruccionismo del Congreso en mano a los republicanos, según denunció en la conmemoración oficial de Martin Luther King, el 28 de agosto. Cualquier intento de reforma en estos temas cruciales está destinado a meses y meses de discusión que llevan a un paso adelante y dos atrás.
El peor de ellos, sobre todo porque se da en la mayor democracia del mundo, es el recorte, en la práctica, de los derechos de voto a los pobres, latinos o afroamericanos, que no puedan permitirse conseguir, por falta de tiempo o de dinero, una cédula de identidad como documento esencial para votar. Es la nueva regla que se está imponiendo en algunos estados del Sur después de un fallo del Tribunal Supremo: una trampa de los republicanos para quitar votos a los demócratas.
Congreso estadounidense.
“El sistema político estadounidense es esclerótico, siendo bloqueado entre dos partidos políticos, los demócratas y los republicanos, prácticamente con la misma fuerza”, comenta Pilar Weiss, una joven analista política que ha apoyado la campaña de Obama y trabaja capacitando asociaciones en temas de ciudadanía.
“Los demócratas son favorables a ampliar la reforma sanitaria, para que uno no tenga que morir como un perro en la calle, si no puede pagarse el hospital con un costoso seguro médico. Son más sensibles al tema de los derechos humanos, y a que más gente pueda tener una casa y un trabajo decente. Los republicanos en cambio quieren un estado reducido al mínimo, donde no haya que pagar impuestos. Para ellos, los ricos son los que han triunfado por tener una mentalidad de ganadores: los demás, los que protestan o exigen más derechos, sólo son “perdedores”. Del estado, lo más importante es que exista un fuerte ejército, para mantener el poderío estadounidense en el mundo.
“Tengo una vecina muy amable”, cuenta Pilar. “Cheryl está siempre dispuesta a ayudarme cuando llego cargada con las bolsas de la compra, o cuando me falta un limón. Pero sus razonamientos me dan escalofríos. Es miembro del Tea Party, un grupo de republicanos radicales.
Pancarta, “Amo a mi país, le temo al Gobierno”.
“¿Para qué dar medicinas y asistencia pública a cualquiera de estas madres solteras negras, que hacen hijos con una pareja tras otra, tratando de retenerla? Mejor ayudar directamente a alguien que conocemos, por ejemplo una señora fiel de nuestra iglesia, Catherine, que padece leucemia”, afirma Cheryl. “Preferimos hacer donaciones a nuestras iglesias, como hacen nuestros políticos (cuyas campañas electorales son a su vez financiadas por compañías petroleras, farmacéuticas, alimentarias o de armas para que hagan leyes favorables a ellas). Nosotros después los agradecemos con el voto, y la iglesia ayudará a la pobre señora Catherine, que todos conocemos. Al menos sabemos a quién va el dinero”, sostiene Cheryl. Pero mira que vuelta dá la ayuda que debería llegar a la pobre Catherine, si ese día las compañías de armas, las farmacéuticas, etc., los diputados, las iglesias y los fieles se despiertan generosos, con ganas de hacer “caridad”. ¿Y si se despiertan cabreados? Aguanta tu leucemia, Catherine, y sigue rezando.
“Obviamente, Cheryl se considera buena patriota creyendo que Estados Unidos debe seguir siendo el policía en el mundo. Nuestras guerras según ella siempre han sido “justas”, no solo cuando se trató de parar a Hitler, sino también cuando se las hizo para derrocar gobiernos democráticos e imponer dictadores crueles, en zonas importantes para nuestros negocios, o con petróleo abundante. Y se conmueve en los desfiles del “Día del Veterano de guerra”, cuando llegan por millares nuestros boys, los ex soldados que recorren las amplias avenidas de Washington manejando poderosas Harley Davidson, saludados por la gente. Vienen recontra decorados “a lo macho”, con tatuajes o cadenas, y pañuelos de piratas en la cabeza. Cuanto le gustan, a mi vecina Cheryl. Ella cree que pueden defender América no sólo de los comunistas, sino hasta de los ovnis, comunistas y no. En fin.
“Tampoco podemos estar orgullosos del culto a las armas en nuestro país, donde casi no hay películas donde no disparen o maten, como algo normal”, opina Pilar. “¿Ves estas mansiones, con sus bellísimos jardines abiertos? Te sorprenderá que no tengan rejas o guachimanes, como se ve en América Latina. ¿Es que no tienen miedo a agresiones? No. Prueba a acercarte más de lo debido, y te descargarán en contra un entero arsenal. “Ellen tiene su arma”, leemos en un afiche publicitario, “Obama quiere quitársela”. O sea, el malo de Obama estaría promoviendo una ley para reducir el uso de armas y quitar a la pobre Ellen de la publicidad (una joven con aire de esforzada profesional) el gusto a participar en un saludable y emocionante tiroteo, con verdadero derrame de sangre, y no de salsa de tomate como en las películas.
Padres, masacre en la escuela de Sandy Cook (Reuters).
“Pero algo está cambiando en la opinión pública, por suerte”, concluye Pilar. “Obama ha sido elegido, entre otros motivos, por su promesa de poner fin a una década de guerras (aunque haya seguido con Afghanistan, con Guantanamo, con los drones, y con una política antiterrorista que espía a todo el mundo…), pues hay problemas de sobra de que ocuparse en el país. Después de tantos asesinatos de niños y adolescentes por mano de desequilibrados, finalmente se está formando un movimiento de madres que quieren sensibilizar la opinión pública contra el excesivo uso de armas en el país. Se trata todavía de un movimiento inicial, que esperamos se consolide. Lamentablemente los republicanos, que tienen el listado de los propietarios de armas, en unas horas pueden hacerles 4000 llamadas, para que presionen sobre los políticos y no toquen su sagrado derecho a poseer armas”.
Sí, hay movilizaciones en el país, aunque no se logre formar todavía un gran movimiento nacional, como el de los años Sesenta, sostiene entre otros también John Lewis, el antiguo líder de los Estudiantes No Violentos que en 1963 pedía ¡Libertad Ya! , cuando pedir derechos civiles significaba arriesgarse la vida. Por ejemplo, los jóvenes “Dream Defenders” de Florida, mayoritariamente morenos, han ocupado el Capitolio pidiendo el fin de los continuos registros y encarcelamientos de masa realizados por la policía. Pero el famoso movimiento contra la especulación financiera, “Occupy Wall Street”, ha sido removido rápidamente de plazas y aceras por la prohibición de ocupar espacios públicos. Las manifestaciones sindicales son programadas en sus objetivos y alcances; los activistas son arrestados por dos o tres horas y registrados, de acuerdo con la policía, en un juego de roles. Lo importante es que salga en los periódicos, y se difundan los resultados.
En cuanto a John Lewis, a quien en el ’65 unos policías rompieron el cráneo, ha seguido con su espíritu de luchador no violento, como diputado demócrata, pronunciándose contra el NAFTA (tratados de “libre comercio” entre países norteamericanos ), contra la guerra de Iraq o a favor de los derechos de los gays.
Muro de frontera entre Estados Unidos y Mèxico.
¿Qué pasa ahora con los inmigrantes? Otro tema candente en Estados Unidos es el de la reforma migratoria. Noam Chomsky recuerda que hasta 1994 la circulación entre México y Estados Unidos era casi libre. Pero la firma del NAFTA, que penalizaba los campesinos mexicanos privilegiando las multinacionales estadounidenses, hizo prever una gran ola de migrantes, y Bill Clinton ordenó militarizar la frontera. Ahora, los republicanos tratan de asustar la opinión pública con la idea que si se regularizan los indocumentados con una nueva reforma inmigratoria, llegará una avalancha de mexicanos, que bajarán los salarios en Estados Unidos. Sin embargo, desde una década el flujo de los trabajadores que regresan a México está superando el de los que entran, pues ahora existen en el país sureño, mejores oportunidades de educación y trabajo.
Al contrario, legalizar los trabajadores extranjeros obligaría las empresas a dar salarios decentes, y ellos contribuirían a la economía nacional pagando impuestos: una ventaja para todos. Según el Center of American Progress, legalizar los 11 millones de trabajadores indocumentados que existen en EEUU agregaría 1, 5 trillión a la economía en los próximos diez años. Sin contar el tremendo aporte de los talentos extranjeros a gran parte de las compañías norteamericanas: para dar sólo unos ejemplos, un cofundador de Google es un ruso, el fundador de eBay es hijo de un iraní, el cofundador de Yahoo es emigrado de Taiwán. Según los sondeos, también la opinión pública es favorable a crear un procedimiento accesible a la legalización de los millones de inmigrantes que ahora viven en la incertidumbre, pero como se ha visto, la batalla política en el Capitolio no está todavía ganada.
Velas frente a la Casa Blanca, por la reforma inmigratoria.
Brillan unas velas, de noche, frente a la Casa Blanca. Hay un sit in con cantos y oraciones, en estos días, para decir NO a la guerra en Siria. En la tensión de la semana pasada, cuando Obama había anunciado, contra viento y mareas, su intención de atacar el país medio oriental “para castigar a Asad” (terminando con destrozar del todo un país ya destruido por la guerra civil, y un pueblo sin culpa por tener un tirano) le había llegado, como un mensaje en botella, la carta de ex soldado estadounidense. “El país está harto de guerra”.
Sí, el país y el mundo están hartos de guerras, podemos confirmarlo, señor Presidente. Y quizás, que al final, también la belicosa Cheryl no se lo esté pensando mejor, pues muchos republicanos están en contra de esta guerra. Pero para que explote la paz, muchas y muchas velas más, deben seguir brillando en la noche.
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*Gisella Evangelisti es escritora y antropóloga italiana. Nació en Cerdeña, Italia, estudió letras en Pisa, antropología en Lima y mediación de conflictos en Barcelona. Trabajó veinte años en la Cooperación Internacional en el Perú, como representante de oenegés italianas y consultora del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, en inglés) en países latinoamericanos. Es autora de la novela “Mariposas Rojas”.
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