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Metodologías participativas y conservación ambiental

Por Rodrigo Arce Rojas*

8 de abril, 2013.- Si estamos frente a grupos con alta diversidad entonces también debemos colegir que los procesos comunicacionales no se dan de manera plana, aún hablando el mismo idioma. Cada actor llega a un proceso participativo cargando sus propias “mochilas” que inciden en la calidad comunicativa.

No todos están compartiendo los mismos significados, sentires, pareceres, expectativas frente a discusiones de tipo ambiental. Resulta simplista e incluso iluso pensar que las metodologías participativas son estrategias de convencimiento de las propuestas externas en nombre del desarrollo y la conservación, conceptos además que no han sido previamente acordados.

A estas alturas de la historia resulta ya inconcebible que se puedan generar políticas, programas y proyectos ambientales que no hayan sido construidas participativamente. Esto es producto de la maduración del entendimiento de la gobernanza ambiental que no se queda únicamente en la forma cómo el Estado ejerce el poder sino que implica el desarrollo de relaciones respetuosas entre el Estado y la Sociedad Civil, entendido en sentido amplio. Por ello la necesidad de puentes como participación, transparencia, rendición de cuentas.

Por estas razones las metodologías participativas siguen siendo vigentes. Solo que ahora ya no se reduce al conocimiento y dominio de técnicas o herramientas sino que en esencia alude a cómo se aborda el ejercicio del poder. De ahí que no es suficiente quedarse en la dimensión instrumental sino implica llegar al abordaje filosófico, teórico y político de la forma cómo lograr relaciones más equitativas y democráticas en el ejercicio del poder.

Colocar en primer plano y de manera explícita el tema del poder en las relaciones de los actores es un elemento central en la conservación ambiental. No se trata de abordar el tema ambiental únicamente desde la estrecha mirada que reduce lo ambiental a la dimensión biofísica sino de entender las estrechas interrelaciones que se dan entre la dimensión biofísica y la dimensión cultural. Note que incluso el hecho de separar los temas por “dimensiones” constituye un artificio porque estamos hablando más bien de un sistema en el que todos estos factores están absolutamente correlacionados.

Ya sabemos hace mucho tiempo que la alta diversidad biológica que caracteriza a los trópicos tiene su equivalente en la alta sociodiversidad. Sociodiversidad que no debe reducirse en identificar a cada grupo sino también a la diversidad de la diversidad. Significa que las grandes categorías de actores tales como “indígenas”, “campesinos”, “agricultores”, “productores”, entre otras tantas denominaciones (y que además varían entre países, regiones y localidades) no son suficientes para entender la gran diversidad que se encuentra al interior de cada grupo y que además varía con la edad, género, ubicación geográfica, historia, entre otros tantos factores.

Basta que tomemos un solo grupo para encontrar una gran diversidad porque cada persona, cada subgrupo o colectivo, tienen sus propias creencias, paradigmas, valores, significados, sentidos, sentires, preguntas, inquietudes, certidumbres e incertidumbres. A ello debemos agregar las diferencias culturalmente construidas en términos de los roles de hombres y mujeres.

No todos reaccionan de la misma manera frente al árbol o su ausencia, no todos reaccionan igual frente a los estímulos externos, que a su vez son altamente variables. No se trata únicamente de la relación de los conservacionistas con las comunidades locales sino que en medio también está la influencia que ejerce la escuela, los medios masivos de comunicación, la política, el mercado, entre otros factores.

Por todas estas razones resulta extremadamente reduccionista hablar de “indígenas” en general o de “campesinos” a secas. Así como tampoco se puede hablar del “Estado” como si fuera un concepto único y acabado. En la vida real, independientemente de lo que pensemos cada uno, existe un gran espectro de posibilidades según todos los factores arriba mencionados. Esta constatación es muy importante porque los mapas de actores pueden no estar recogiendo apropiadamente esta gran complejidad.

Si estamos frente a grupos con alta diversidad entonces también debemos colegir que los procesos comunicacionales no se dan de manera plana, aún hablando el mismo idioma. Cada actor llega a un proceso participativo cargando sus propias “mochilas” que inciden en la calidad comunicativa. No todos están compartiendo los mismos significados, sentires, pareceres, expectativas frente a discusiones de tipo ambiental. Resulta simplista e incluso iluso pensar que las metodologías participativas son estrategias de convencimiento de las propuestas externas en nombre del desarrollo y la conservación, conceptos además que no han sido previamente acordados.

Una gran tensión se deriva del hecho de que unos parten de la premisa que ambiente y sociedad son categorías absolutamente distintas y otros parten de la premisa que ambiente y sociedad son diferentes expresiones de una misma realidad. Pero el hecho no acaba ahí porque tampoco es que existan categorías absolutamente polarizadas sino que se producen flujos y reflujos en ambas direcciones que hacen que la ciencia trate de encontrar inspiración en la cosmovisión indígena de estrecha relación de hombres y mujeres con la naturaleza, como indígenas que se encuentran en la disyuntiva entre modernidad y tradición, o indígenas totalmente incorporados en la lógica del mercado. Lo mismo podemos verificar al interior de un Estado que por una parte trata de ser lo más moderno posible y otra instancia trata de valorar la cultura.

Por todas estas razones ya no es posible hablar de metodologías participativas solo desde la superficie de la palabra. Profundos fenómenos comunicacionales, de lenguaje, psicológicos, económicos, entre otros factores, están en juego, y las metodologías participativas no pueden ser la herramienta que facilite el lenguaje solo en la dirección que el grupo de poder impone directa o sutilmente.

Queda como gran reto entonces que la conservación acoja todos estos aprendizajes y los convierta en enfoques, metodologías y pautas para recuperar la comunión entre lo que se llama “naturaleza” y lo que se llama “sociedad”. Las metodologías participativas, correctamente entendidas, pueden ser la herramienta que construya el nuevo código comunicacional para entendernos no solo entre personas sino entre todos los seres del cosmos, incluyendo lo que se llama elementos “abióticos”.

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* Rodrigo Arce Rojas es Ingeniero Forestal, consultor forestal y facilitador de procesos sociales.

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Fuente: Ecoportal.net: http://www.ecoportal.net/content/view/full/105583/

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