Foto: Iquitostravel
Por Jorge Pérez
22 de noviembre, 2012, En la maloka de “Machope” (nombre propio de Manuel Trigoso, curaca Bora de Pucaurquillo – Río Ampiyacu), se realizó una tradicional y portentosa fiesta denominado Páaja, mediante el cual se celebra la renovación o mantenimiento del vetusto techo de la maloka.
Es una fiesta donde se arroja sobre un lecho de hojas las bondades de los cultivos y los variados bienes alimenticios que dispone el bosque. Los invitados del lado abajo y arriba del Ampiyacu traen consigo carne o pescado asado o fresco para intercambiar con productos de labranza del dueño de la maloka: casabe (torta de almidón), piña, maní y bebida preparada con agua hervida, almidón de yuca dulce combinado con extracto de frutas naturales.
Cada quién recibe una justa equivalencia de su dación. Por ejemplo, por un majas asado que da el invitado recibe cinco tortas de almidón y veinte puñados de maní. Esta actividad está a cargo de las mujeres con el apoyo de los varones. El curaca, dueño de la fiesta, entrega al curaca o jefe de la comunidad invitado cincuenta cucharadas de polvo de coca (mambe) y dos cucharadas de tabaco preparado (ambil).
Los intercambios aseguran la alimentación durante los dos días de duración de la fiesta. Mientras, la coca y el tabaco tienen relación con el espacio espiritual que rige la existencia de la buena salud de los asistentes, la gentileza del clima y la quietud de las especies peligrosas.
“Machope” y sus asistentes se han ubicado en el fondo central de la Maloka. Desde allí dirigía y respondía cada inquietud, recibe felicitaciones, reclamos y sátiras vertidos por los invitados. Por ejemplo, una comunidad reclamó mediante canciones la inoportuna e inesperada lluvia que alteró los ánimos, pues, se mojaron pertenencias e inundaron varios tramos del camino.
Tanto ha sido la incomodidad que hicieron más de cinco disparos al aire con escopeta de caza, desde el interior y exterior de la maloka. Los visitantes mestizos y aquellos que desconocen las formas propias de protestar quedaron, brevemente, estupefactos y atemorizados. Mas tarde, participé dentro de la delegación de Manuel Miveco, curaca de la comunidad de Brillo Nuevo. Conversamos intermitentemente sobre la historia de Páaja, motivos y mensajes de las canciones.
Cuando pregunté sobre los disparos realizados por su delegación me dijo que ha sido una forma de hacerle saber al curaca dueño de fiesta que no ha logrado armonizarse con los principales espíritus y ha sido un llamado de atención para que reaccione a fin de evitar mayores problemas mas allá de nuestra voluntad. Nuestros antepasados hacían que los espíritus del bosque ayuden a mantener la alegría durante la festividad, llovía después de la celebración, aseguró enfáticamente el curaca Miveco.
Las canciones y danzas son peculiarmente agradables. La primera voz y sus asistentes se ubican en el centro de una fila compuesto por no menos de 20 varones, las mujeres danzan al frente y cantan resaltando su voz transitoriamente como si se interrumpieran por si misma, al cual llaman “dúo”.
Los jóvenes, niños y otras personas danzan en columna simulando el desplazamiento de una serpiente que envuelve la fila de mujeres y varones que cantan asistido por la percusión, sobre la tierra, de un trozo delgado de árbol de marona. Cada grupo o comunidad canta durante un tiempo no mayor de media hora.
En este primer capítulo de la fiesta que duró todo el día del sábado pasado hasta las diez de la noche, participó la comitiva cultural de la Asociación Curuinsi, con danzas y canciones afines. A partir de las diez de la noche las canciones y formas de danzar son otras, inician cantando en voz baja como si estarían orando y que va elevándose progresivamente hasta normalizarse. Este segundo capítulo se denomina lléeneba, que terminó a las cinco de la mañana del día siguiente, con lo que finaliza la fiesta.
El capítulo lléeneba es un espacio de origen ancestral que cumple la función reguladora de las relaciones sociales con otros clanes o pueblos indígenas distintos. Es una oportunidad que tienen los invitados para expresar con creatividad y elegancia rítmica su conformidad o disconformidad encontrados durante su permanencia en el lugar.
Los organizadores de Páaja están atentos a las dedicatorias para premiar o castigar, por si se hubiese excedido los códigos de conducta. El castigo consiste en forzar al autor del insulto, en este caso, a la ingesta del ambil, con poderosa concentración de tabaco y sal de monte, causando fuertes mareos y vómitos.
Los jóvenes (escolares) de ésta zona han participado en la organización de la fiesta a partir de la inducción de los maestros bilingües. Por primera vez, tuve la reconfortante alegría de observar tan importante paso hacia la valoración de lo propio, que implica una nueva etapa del pensamiento indígena que se encamina hacia la construcción de una adecuada interculturalidad, que permita crear unas formas propias de desarrollo con enfoque sistémico hombre – naturaleza.
Jóvenes escolares en la fiesta Páaja del pueblo Bora Foto: Jorge Pérez
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