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Una pareja singular, y una posesión presidencial sin par

Una vez que se produzca la posesión este domingo, al siguiente lunes, los presidentes de Cámara y Senado tendrán la prueba, y sabrá el proyecto del Pacto Histórico qué obstáculos tendrá que vencer. Y por supuesto, la urgencia de desmontar el régimen existente, y darle curso a un proyecto democrático que tiene a los subalternos movilizados como sus efectivos apoyos más allá del ciclo electoral.

Por Miguel Ángel Herrera Zgaib*

“La hegemonía de una ciencia no es más que la medida de su éxito en acercarse lo más posible a descripciones verdaderas de la realidad”.
Moisés Wasserman, ‘Ciencia hegemónica’ y ‘justicia epistémica’, ET, 15/07/2022, 1.13.

6 de agosto, 2022.- Este domingo, que recuerda siempre el triunfo de Boyacá, que consolida con las armas la primera independencia de la Nueva Granada, después Gran Colombia, y luego Colombia a secas, se posesiona un presidente de la Oposición, exguerrillero de joven, brillante estudiante, y excelente político, Gustavo Petro Orrego, nacido en la provincia, en Ciénaga de Oro, Córdoba.

Junto con él está Francia Márquez, la segunda vicepresidenta de Colombia, abogada, luchadora de la causa subalterna en la región Pacífica, y voz de los Nadies, que trae el evangelio laico de “vivir sabroso” en la transformación del sentido común dominante.

Entrando en materia

Con Francia ya hubo antes una interlocución singular con el ex rector de la Nacho, Moisés Wasserman, a propósito de la concepción que ella propone, que trata de una verdad diferente en términos de vida, que se funda en el buen sentido, y no en la ciencia monda y lironda. Porque en los términos del químico: “El problema en ciencia es sobre la verdad; sobre un acercamiento a descripciones buenas de la realidad, con poder explicativo y predictivo, no de justicia, ni de respeto a la opinión pública”.

En todo caso, el notable científico omite que todo descubrimiento o creación científica ocurre en el horizonte de una determinada concepción del mundo. La verdad está aureolada por una confluencia de ideologías, concepciones del mundo. La anécdota para recordar es aquella de una visita de Einstein a Niels Bohr, cuando Albert advirtió la presencia de una herradura clavada en el pórtico de la casa del físico.

La separación entre ciencia y vida es válida, sin olvidar los dilemas derivados de su separación en todas las experiencias conocidas. En todo caso, desde Kuhn, las revoluciones científicas existen en el campo de las ciencias duras, y no poco tienen que ver con contravenir los consensos preestablecidos. El tratamiento de la hegemonía depende mucho de a qué se refiere, si es a la dirección y el consenso que la respaldan.

Ella toca con el trabajo de Antonio Gramsci en los Cuadernos de la cárcel, en el primer tercio del siglo XX. Expuso la ciencia política como un saber complejo, en tanto en él confluyen dirección/consenso, y dominio/coerción. A todas éstas es útil repasar sus páginas que dedicó a la Filosofía de la Praxis y a la ciencia, y de qué modo sitúa espacial y temporalmente el conocimiento.

Al respecto, Wasserman trata en su columna del consenso, y señala que “no es dogmático; todas las teorías están sujetas a complementaciones, mejoras, y si se llega a algo revolucionario, a ser cambiadas”. En efecto, así ha sido, y hay más de un ejemplo. Luego, la discusión del documento propuesto por la Comisión de empalme del Pacto Histórico para la política de Ciencia, Tecnología e Innovación, en sus 16 páginas, no está descaminada al proponer como uno de los objetivos de la política el “vivir sabroso” que es un cambio de paradigma.

Democracia y Congreso bajo el nuevo gobierno

“Para Linz, la doble legitimidad de los sistemas presidenciales –donde tanto el jefe de Estado como el Congreso tiene sendos mandatos populares– conduce casi que inevitablemente al quiebre democrático si las dos ramas del poder se enfrentan hasta paralizar las actividades del gobierno. Una amenaza agravada por la rigidez del periodo presidencial”.
Eduardo Posada Carbó, Democracia y parlamentarismo, ET, 15/07/2022, 1.13.

Hemos estado global y localmente afectados, en forma abierta o encubierta, por el paradigma de la guerra interna y externa. Nuestra universidad pública es tratada como si ella fuera un problema de orden público, y, en consecuencia, de ella está desterrado el autogobierno democrático de su administración desde el año 1971, cuando se estableció una fugaz forma de cogobierno. Y, en paralelo, fue sometida a un sitio en lo económico, buscando asfixiarla presupuestalmente.

Porque, aunque no lo digan los gobiernos del último cuarto de siglo, se trata de una universidad de y para la guerra, donde los tropeles son fulguraciones que lo recuerdan circunstancialmente. Mientras que las reformas, los avances más queridos, inducen su tránsito a la universidad empresa, donde la guerra se reemplaza por la competencia. Un ejemplo a la vista es la acreditación en curso, en la secuela de la imposición de los créditos en los años ochenta del pasado siglo.

En suma, se reclaman resultados cuantificables de los procesos de aprendizaje, sin cuestionar el para qué y el porqué de la vida colectiva e individual.  Es la separación tajante que se nos propone, para que dizque la ciencia del siglo XXI sea viable y posible en el mercado capitalista de los saberes duros y blandos, si los hay.

Pues, bien, a este respecto entramos en el territorio del poder ejecutivo recién electo, y en el programa del nuevo gobierno del Pacto Histórico. Y de qué régimen hablamos, y cuál necesitan las reformas que se proponen, en términos de materializar la justicia social, y el desmonte de privilegios varias veces centenarios. Dicho lo cual aparecen los dilemas que confrontan desde los años 80, los regímenes presidenciales y parlamentarios en el mundo actual.

El historiador conservador, el colombiano Eduardo Posada, escribe sobre el sistema político inglés, y recuerda lo escrito por el profesor español Juan Linz (1926 – 2013), Los Peligros del Presidencialismo, publicados cuando era profesor de Yale, en el Journal of Democracy (1990). Era aquel el tiempo en que se discutían las transiciones democráticas en América Latina, y antes en algunos países europeos, España, Portugal y Grecia, en particular.

Posada Carbó quiere derivar lecciones de actualidad en este momento que marca una nueva ola, la de los neo-progresismos, después de una década de progresismos, con logros y fallas, que fue cerrada con destituciones hechas por los congresos de varios países latinoamericanos, en particular, Brasil, Paraguay y Honduras.

El mal, según, Posada, citando a Linz, obedece, a que el diseño presidencial comporta una doble legitimidad, que no tienen los regímenes parlamentarios. Porque la legitimidad está repartida entre poder ejecutivo y legislativo, y no hay una forma de armonizarlo, que no sea el hecho que la hegemonía esté en cabeza de una sola fuerza. De lo contrario, emerge, la crisis de gobernabilidad, porque se paralizan las actividades de gobierno bloqueadas por los congresistas que tienen el poder de veto, al no tener la fuerza gobernante las mayorías suficientes.

El ejemplo que toma, pensando, aunque no lo diga, en lo que pueda pasar con Petro/Márquez en Colombia, es Gran Bretaña, un régimen parlamentario clásico, hasta cierto punto. Porque ahora el jefe de gobierno no solo tiene que pasar la prueba de la aceptación de los parlamentarios, sino también de los activistas de su partido, unos 160.000, en una segunda etapa. Así ocurrirá para que se produzca el reemplazo del caído en desgracia, el conservador Boris Johnson, que fue protagonista de tantos desafueros internos y externos.

Sin embargo, esta comparación no funciona bien. En la Gran Bretaña actual es el partido conservador, quien tiene las mayorías, pero que, en todo caso, son ínfimas, comparadas con el electorado total que suma 47 millones. En resumen, la inglesa no es una democracia representativa, sino como lo llamó el Financial Times, “un extraño simulacro de democracia de masas”. Un contrafuerte, claro está, son las elecciones generales que no han desaparecido de tal diseño.

¿A qué viene lo antes dicho?

De una parte, a la necesidad de desmontar la degeneración democrática experimentada por el régimen político establecido en la Constitución de 1991, que se transformó hasta hoy en un régimen para-presidencial, una de cuyas excrecencias activas es el llamado Clan del Golfo, con o sin Otoniel a su cabeza.

Los paramilitares, calificados como Bacrim, u organizaciones multicrimen, probaron ser capaces de hacer paros armados, y de realizar operaciones pistola contra la policía nacional, que se convirtió con la política pública de guerra en otro brazo de las FF.AA., trastocando su papel en lo urbano como lo rural.

Sin embargo, para desmontar la autocracia de hecho, enfundada en el ejercicio de la excepcionalidad más allá de los reglados estados de excepción, como quedó registrado en el bestial episodio de las ejecuciones extrajudiciales, el poder ejecutivo requerirá de mayorías en el Congreso. Hemos visto cómo, después de la posesión del nuevo Congreso y los acuerdos de mayorías, en la viciada elección de Contralor, la tal coalición armada por el Pacto Histórico hizo agua.

Una vez que se produzca la posesión este domingo, al siguiente lunes, los presidentes de Cámara y Senado tendrán la prueba, y sabrá el proyecto del Pacto Histórico qué obstáculos tendrá que vencer. Y por supuesto, la urgencia de desmontar el régimen existente, y darle curso a un proyecto democrático que tiene a los subalternos movilizados como sus efectivos apoyos más allá del ciclo electoral.

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* Miguel Ángel Herrera Zgaib, PhD. es director del Grupo Presidencialismo y participación, profesor Asociado, Ciencia Política, U. Nacional.

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Fuente: Viva la Ciudadanía, Semanario Virtual Edición 789 – Semana del 6 al 12 de agosto de 2022: https://viva.org.co/cajavirtual/svc0789/articulo05.html
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