Por Boaventura de Sousa Santos*
28 de marzo, 2019.- Escribí hace mucho tiempo que cualquier sistema de conocimientos es igualmente un sistema de desconocimientos. Hacia dondequiera que se orienten los objetivos, los instrumentos y las metodologías para conocer una realidad dada, nunca se conoce todo sobre ella y queda igualmente por conocer cualquier otra realidad distinta de la que tuvimos por objetivo conocer.
Por eso, y como bien vio Nicolás de Cusa, cuanto más sabemos, más sabemos que no sabemos. Pero incluso de la realidad que conocemos, el conocimiento que tenemos de ella no es el único existente y puede rivalizar con muchos otros, eventualmente más corrientes o difundidos.
Hacia dondequiera que se orienten los objetivos, los instrumentos y las metodologías para conocer una realidad dada, nunca se conoce todo sobre ella y queda igualmente por conocer cualquier otra realidad distinta de la que tuvimos por objetivo conocer.
Dos ejemplos ayudan. Primer ejemplo: en una escuela diversa en términos etnoculturales, el profesor enseña que la tierra urbana o rural es un bien inmueble que pertenece a su propietario y que este, en general, puede disponer de ella como quiera. Una joven indígena levanta el brazo y comenta al profesor: “Profesor, en mi comunidad la tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la tierra”. Para esta joven, la tierra es la Madre Tierra, fuente de vida, origen de todo lo que somos. Es, por tanto, indisponible.
Una joven indígena levanta el brazo y comenta al profesor: “Profesor, en mi comunidad la tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la tierra”. Para esta joven, la tierra es la Madre Tierra, fuente de vida, origen de todo lo que somos.
Segundo ejemplo: durante un proceso electoral en una determinada circunscripción de una ciudad europea donde es mayoritaria la población romaní (vulgarmente llamada gitana), los colegios electorales identifican individualmente a los electores censados. El día de las elecciones, la comunidad romaní se presenta en bloque en los centros de votación reivindicando que su voto es colectivo porque colectiva fue la deliberación de votar en cierto sentido o a favor de cierto candidato. Para los romaní no hay voluntades políticas individuales autónomas en relación con las del clan o la familia. Estos dos ejemplos muestran que estamos en presencia de dos concepciones de naturaleza (y propiedad), en un caso, y de dos concepciones de democracia, en el otro.
Frente a la diversidad de conocimientos y desconocimientos, hay tres modos de producción de ignorancia.
El primer modo (llamémosle modo 1) reside precisamente en atribuir exclusivamente a un modo de conocimiento el monopolio del conocimiento verdadero y riguroso y despreciar a todos los demás como variantes de ignorancia, sean ellas opiniones subjetivas, supersticiones, atavismos. Este modo de producción de ignorancia sigue siendo el más importante, sobre todo desde que la cultura eurocéntrica (una cierta comprensión de ella) tomó contacto profundo con culturas extraeuropeas, especialmente a partir de la expansión colonial moderna.
A partir del siglo XVII la ciencia moderna se consolidó como poseedora del monopolio del conocimiento riguroso. Todo lo que está más allá o fuera de él es ignorancia. No es este el lugar para volver a un tema que tanto me ha ocupado. Solo diré que el modo 1 produce un tipo de ignorancia: la ignorancia arrogante, la ignorancia de quien no sabe que hay otros modos de conocimiento con otros criterios de rigor y detenta el poder suficiente para imponer su ignorancia como única verdad.
El segundo modo de producción de ignorancia (modo 2) consiste en la producción colectiva de amnesia, de olvido. Este modo de producción ha sido activado con frecuencia en los últimos cincuenta años, sobre todo en países que han pasado por largos períodos de conflicto social violento. Estos conflictos tuvieron causas profundas: gravísima desigualdad socioeconómica, apartheid basado en discriminación etnorracial, cultural, religiosa, concentración de tierra y consecuente lucha por la reforma agraria, reivindicación del derecho a la autodeterminación de territorios ancestrales o con fuerte identidad social y cultural, etcétera. Estos conflictos, que a menudo se traducirían en guerras prolongadas, civiles u otras, produjeron millones de víctimas entre muertos, desaparecidos, exiliados y personas internamente desplazadas.
Además de las partes en conflicto, siempre hubo otros actores internacionales presentes e interesados en el desarrollo del conflicto, y su intervención condujo tanto al agravamiento de este como (menos frecuentemente) a su término. En algunos casos hubo un vencedor y un vencido inequívocos. Este fue el caso del conflicto entre el nazismo y los países democráticos. En la mayoría de los casos tiende a ser cuestionable si hubo o no vencedores y vencidos, sobre todo cuando la parte supuestamente vencida impuso condiciones más o menos drásticas para aceptar el fin del conflicto (véase el caso de la dictadura brasileña que dominó el país entre 1964 y 1985).
En ambos casos, terminado el conflicto, se inicia el posconflicto, un periodo que busca reconstruir el país y consolidar la paz. En este proceso participan con especial énfasis las comisiones de verdad, justicia y reconciliación, muchas veces como componentes de un sistema más amplio que incluye la justicia transicional y la identificación y el apoyo a las víctimas. Por ejemplo, Corea del Sur, Argentina, Guatemala, Sudáfrica, la exYugoslavia, Timor Oriental, Perú, Ruanda, Sierra Leona, Colombia, Chile, Guatemala, Brasil, etc.
En la mayoría de los procesos posconflicto, fuerzas diferentes militaron por diferentes razones para que la verdad no fuese plenamente conocida. Ya sea porque la verdad era demasiado dolorosa, ya sea porque obligaría a un profundo cambio del sistema económico o político (desde la redistribución de la tierra, el reconocimiento de la autonomía territorial y un nuevo sistema jurídico-administrativo y político). Por cualquiera de estas razones, se prefirió la paz (¿paz podrida?) a la justicia; se prefirió la amnesia y el olvido a la memoria, la historia y la dignidad. Se produjo así una ignorancia indolente.
El tercer modo de producción de ignorancia (modo 3) consiste en la producción activa y consciente de ignorancia por vía de la producción masiva de conocimientos de cuya falsedad los productores son plenamente conscientes. El modo 3 produce conocimiento falso para bloquear la emergencia de conocimiento verdadero a partir del cual sería posible superar la ignorancia. Es el dominio de las fake news. Al contrario de los modos 1 y 2, la ignorancia aquí no es un subproducto de la producción. Es la ignorancia malévola. Es el producto principal y su razón de ser.
Los ejemplos desgraciadamente no faltan: la negación del calentamiento global, los inmigrantes y refugiados como agentes del crimen organizado y amenaza a la seguridad de Europa y de Estados Unidos, la distribución de armas a la población civil como el mejor medio para combatir la criminalidad, las políticas de protección social de las clases más vulnerables como forma de comunismo, la conspiración gay para destruir las buenas costumbres, Venezuela y Cuba como amenaza a la seguridad de Estados Unidos, etcétera.
Los tres modos de producción generan tres tipos diferentes de ignorancia, están articulados y tienen consecuencias distintas para las democracias. El modo 1 produce una ignorancia arrogante, abisal, que es simultáneamente radical e invisible en la medida en que el monopolio del conocimiento dominante es generalmente admitido. Las verdades que no caben en la verdad monopólica no existen y tampoco existen las poblaciones que las suscriben. Abre un campo inmenso para la sociología de las ausencias. Fue por eso por lo que el genocidio de los pueblos indígenas y el epistemicidio de sus conocimientos (valga el pleonasmo) anduvieron de la mano.
El modo 2 produce la ignorancia indolente, que se satisface superficialmente y que, por eso, permanece como herida que quema sin verse. Es la ignorancia-frustración que sigue a la verdad-expectativa. Una ignorancia que bloquea una posibilidad y una oportunidad emancipadoras que estuvieron próximas, que eran realistas y que, además, eran merecidas, al menos en la opinión de vastos sectores de la población. Esta ignorancia sugiere una sociología de las emergencias, de la emergencia de una sociedad que se afirma reconciliada consigo misma, con base en la justicia social, histórica, etnocultural, sexual.
El modo 3 crea una ignorancia malévola, corrosiva y, tal como un cáncer, difícilmente controlable, en la medida en que el ignorante es transformado en emprendedor de su propia ignorancia. Las redes sociales tienen un papel crucial en su proliferación. Esta ignorancia está más allá de la ausencia y la emergencia. Esta ignorancia es la prefiguración de la enajenación, el vértigo impensado e impensable del tiempo inmediato.
Los tres modos de producción y las respectivas ignorancias que producen no existen en la sociedad de modo aislado. Se articulan y potencian por vía de las articulaciones que las tornan más eficaces
Los tres modos de producción y las respectivas ignorancias que producen no existen en la sociedad de modo aislado. Se articulan y potencian por vía de las articulaciones que las tornan más eficaces. Así, la ignorancia arrogante producida por el modo 1 (monopolio de la verdad) facilita paradójicamente la proliferación de la arrogancia malévola producida por el modo 3 (falsedad como verdad alternativa). Una sociedad saturada por la fe en el monopolio de la verdad científica se vuelve más vulnerable a cualquier falsedad que se presente como verdad alternativa usando los mismos mecanismos de la fe. A su vez, la ignorancia indolente producida por el modo 2 (amnesia, olvido) desarma a vastos sectores de la población para combatir la ignorancia producida tanto por el modo 1 como por el modo 3. La ignorancia arrogante es una de las principales causas de la ignorancia indolente, es decir, de la facilidad con que se olvida, normaliza y banaliza un pasado de muerte de inocentes, de sufrimiento injusto, de saqueos convertidos en ejercicios de propiedad, de cuerpos de mujeres y de niños abusados como objetos de guerra. Cuando la ignorancia arrogante se complementa con la ignorancia malévola, la ignorancia indolente se hace tan invisible que es prácticamente imposible de erradicar.
Por último, el impacto de estos tres tipos principales de ignorancia en las democracias de nuestro tiempo es convergente, pero diferenciado. Todas contribuyen a producir una democracia de baja intensidad. La ignorancia arrogante hace imposible la democracia intercultural, plurinacional, en la medida en que otros saberes y modos de vida y de deliberación son impedidos de contribuir a la profundización de la democracia. Hace que vastos sectores de la población no se sientan representados por sus representantes y ni siquiera participen en los procesos electorales de raíz liberal. La ignorancia indolente retira de la deliberación democrática decisiones sobre justicia social, histórica, sexual y descolonizadora sin las cuales la práctica democrática es vista por amplias capas de la población como un juego de élites, una disputa interna entre los vencedores de los conflictos históricos. Pero la ignorancia malévola es la más antidemocrática de todas. Sabemos que las deliberaciones democráticas se realizan con base en hechos, percepciones y opiniones. Ahora la ignorancia malévola priva a la democracia de los hechos y, al hacerlo, convierte la buena fe de los que de ella son víctimas en jugadores ingenuos o extras en un juego perverso donde siempre pierden y, más que eso, se autoinfligen la derrota.
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*Boaventura de Sousa Santos es académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Artículo EN DIARIO Público.es. Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
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