Por Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate*
Diagonal, 10 de diciembre, 2016.- Las empresas transnacionales han alcanzado hoy en día un papel protagónico en la sociedad global, participando de manera activa y con una posición de fuerza no solo en los principales espacios de toma de decisiones, sino incluso penetrando en múltiples ámbitos de nuestras vidas cotidianas.
De esta manera, en la actualidad nos resulta bastante habitual el culto político a los mercados y a las grandes corporaciones como premisas de bienestar; el papel preferente que estas juegan respecto al conjunto de la ciudadanía en los debates políticos más estratégicos —incidiendo sobre el conjunto de instituciones públicas locales, estatales, regionales y multilaterales—; o su capacidad de crear cultura —un determinado tipo de cultura— a través del control que ejercen sobre los medios de comunicación y sobre la generación de conocimiento, por poner solo algunos ejemplos.
Pero, además, si analizáramos nuestros contextos más concretos, veríamos cómo las grandes corporaciones están presentes en muchos de los productos que consumimos; en los lugares en los que desarrollamos dicho consumo; en los servicios públicos de nuestro municipio; en la información que recibimos a través de internet, periódicos y televisiones; en las entidades financieras donde guardamos nuestros maltrechos ahorros y adonde acudimos en busca de crédito; o en las actividades culturales y deportivas a las que asistimos.
Así, parafraseando el microrrelato El dinosaurio de Augusto Monterroso, podríamos afirmar que, al despertar, las empresas transnacionales todavía estaban ahí, y por todas partes.
Frente a esta realidad, han sido muchos y muchas las que históricamente han analizado la evolución del capitalismo y nos han advertido de los riesgos de la primacía de las grandes empresas, de la necesidad de frenar su avance. Marx ya destacó en el siglo XIX las tendencias a la concentración y a la centralización del capital como realidades sistémicas, enfatizando la vulnerabilidad y las crecientes desigualdades vinculadas a las mismas.
Más contemporáneo, Salvador Allende nos previno en la Asamblea General de la ONU de 1972, en un famoso y premonitorio discurso del golpe militar que sufriría un año después, del conflicto frontal entre las grandes corporaciones y los estados. El presidente del gobierno de Chile afirmaba que la única patria de las empresas transnacionales es la ganancia, por lo que estas interfieren impunemente en las decisiones soberanas de los gobiernos sin responder a fiscalización por parlamento o institución representativa del interés colectivo alguna.
Por tanto, el vínculo entre grandes empresas, desigualdades y crisis, así como el conflicto entre capital y democracia, no son ni mucho menos elementos nuevos sin base histórica. No obstante, incluso Marx y Allende asistirían hoy atónitos a la intensidad y a la amplitud de formas en las que se materializa el poder de las multinacionales.
Por citar únicamente algunos casos, extremos pero desgraciadamente reales, destacamos los graves impactos generados por empresas petroleras y mineras como Chevron-Texaco, Oxy, BP, Repsol, Glencore o Vale, dentro de una larga, variada y funesta lista de escándalos ambientales, sociales y laborales; la apropiación corporativa de nuestras preferencias, opiniones, acciones e identidades en complicidad con las estructuras estatales, como ha puesto de manifiesto la relación entre las agencias estadounidenses de inteligencia y compañías como Google y Facebook; la existencia y proliferación de ejércitos privados, con empresas como Halliburton y otras, en el marco de nuevas acepciones de lo público y de lo legal; la conformación de archipiélagos territoriales como las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico (ZEDE) en Honduras —también conocidas como ciudades modelo—, donde la institucionalidad política desaparece en favor del control empresarial—; o los múltiples espacios físicos dominados completamente por esas otras grandes corporaciones del narcotráfico, la guerra, etc., como se constata por ejemplo en el control que estas ejercen sobre parte importante del territorio mexicano.
en la actualidad podemos hablar incluso de un poder corporativo que trasciende al concepto habitual de empresa trasnacional como agente que opera fundamentalmente en el ámbito económico
Ni en los más agudos análisis del siglo XIX y XX podrían llegar a preverse cómo y hasta qué punto se despliegan hoy en día las capacidades de las grandes empresas. En este sentido, estas han ido paulatinamente ampliando su poder a lo largo de la historia del capitalismo, pero es justamente durante la fase de globalización neoliberal que han desarrollado exponencialmente un rol protagónico y omnipresente. De hecho, en la actualidad podemos hablar incluso de un poder corporativo que trasciende al concepto habitual de empresa trasnacional como agente que opera fundamentalmente en el ámbito económico. De este modo, el poder corporativo se proyecta más allá de estas, conformando un modelo de gobernanza global que, tomando a las corporaciones como sujeto de referencia, despliega una amplia red de agentes diversos —estados, organismos regionales y multilaterales, actores ilegales, etc.— que colaboran y defienden una misma agenda política que, en última instancia, abandera el sostenimiento de los principios civilizatorios hegemónicos: la reproducción ampliada del capital, el lucro y la maximización de la ganancia. Esta agenda, como ya hemos visto, se caracteriza por su integralidad, pretendiendo así aprehender todas las dimensiones de la vida: económica, cultural, política, jurídica, incluso militar. No hay por tanto lugar, ámbito o entidad al que el poder corporativo no trate de llegar para mantener su posición de privilegio.
El poder corporativo define, impulsa, es principal beneficiario y condición necesaria del modelo de sociedad diseñado en la actual fase de globalización neoliberal,
Con todo ello, podemos afirmar que en la actualidad existe un estrecho vínculo entre el poder corporativo, el modelo hegemónico de sociedad global y el proyecto civilizatorio vigente —la modernidad capitalista—, de tal manera que ninguno de estos tres términos podría entenderse hoy sin los otros dos. El poder corporativo define, impulsa, es principal beneficiario y condición necesaria del modelo de sociedad diseñado en la actual fase de globalización neoliberal, que en última instancia no es sino la actualización histórica de los principios sistémicos y civilizatorios de la modernidad capitalista antes señalados. Bill Gates, Carlos Slim y Amancio Ortega son solo algunos ejemplos de nombres de personas que encarnan al poder corporativo y que se vinculan directamente con la defensa de la agenda hegemónica y de los parámetros básicos del proyecto civilizatorio vigente.
Y son precisamente esos parámetros los que actualmente están en la base de la profunda y grave crisis que atravesamos. La modernidad capitalista no solo se muestra cada vez con mayores dificultades para reproducirse a sí misma, sino que incluso está poniendo en riesgo la sostenibilidad de la vida, como ponen de manifiesto el contexto energético y climático. Ya no hablamos solamente desde un prisma ético o político de la mayor o menor carga de injusticia que se vincula al proyecto civilizatorio vigente. Ponemos también el énfasis en el ataque frontal que este desarrolla contra las condiciones fundamentales de reproducción de la vida en su búsqueda incesante de crecimiento económico y beneficios. Vivimos entonces un momento histórico crítico, en el que las premisas sobre las que se ha desarrollado nuestro modelo global de sociedad están cambiando, y se explicita por tanto la disputa por quién, cómo y hacia dónde nos dirigirá ese cambio.
De esta manera se torna urgente, en este escenario convulso, actuar en defensa de la vida en el planeta y dirigir el cambio desde sujetos y enfoques antagónicos, disputando espacios y trascendiendo los valores, dinámicas y actores protagonistas del proyecto encarnado en el poder corporativo. Proyecto que, pese a la crisis que atraviesa, a sus contradicciones internas y a los ya evidentes impactos perniciosos sobre la humanidad y la naturaleza, atesora todavía una gran fuerza y legitimidad que le permiten seguir posicionando su agenda en el futuro. Precisamente por ello es estratégico que se imaginen, formulen, implementen, multipliquen y analicen iniciativas y propuestas —a partir del acumulado histórico de luchas en este sentido— que nos permitan transitar hacia nuevas formas sostenibles de vida, basadas en el bien común y el poder popular, que enfrenten de manera explícita dicha agenda hegemónica.
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*Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate es autor de “Alternativas al poder corporativo. 20 propuestas para una agenda de transición en disputa con las empresas transnacionales” (Icaria, 2016). Este texto es un extracto de la introducción del libro.
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