Por Emir Sader*
ALAI, 1 de mayo, 2018.- Nunca como ahora, en todo el mundo, tanta gente vive de su trabajo, pero nunca como ahora, en todo el mundo, tanta gente trabaja sin sus derechos garantizados.
Una sociedad cuya riqueza es resultado de lo que hacen diariamente los trabajadores, cada vez les reconoce menos, cada vez garantiza menos sus empleos, sus derechos, sus salarios mínimamente dignos.
Es alrededor de las actividades del trabajo que vive la mayoría aplastante de la gente en todo el mundo. Entre despertar muy temprano, gastar algunas horas en un trasporte muy malo, cumplir una larga e intensa jornada de trabajo, retomar el mismo trasporte de retorno, llegar a la casa y recomponer las energías para reempezar la misma jornada al día siguiente, gira la vida de millones y millones de personas en todo el mundo.
Para la gran mayoría, se vive o se sobrevive para trabajar. No hay tiempo para mucho más. Ni se puede escoger en qué trabajar. Cuando hay trabajo
Porque lo que más caracteriza hoy al mundo del trabajo, en cualquier parte del mundo, en mayores o menores proporciones, es el trabajo informal, el trabajo precario, sin contrato de trabajo, con trabajo intermitente, como define la nueva y cruel legislación del trabajo en Brasil. Es decir, trabajo sin garantía de continuidad, sin vacaciones, ni licencia de salud o maternidad, ni décimo tercero, ni nada de lo que está presente en los contratos formales de trabajo.
La misma identidad del trabajador se va debilitando, en la medida en que la mayoría de ellos tienen varias actividades a la vez, para poder redondear el presupuesto familiar. Varios de ellos cambian de actividad de un mes a otro, se arreglan como pueden, juntando varias pagas en el mismo día.
Las organizaciones de los trabajadores, para que puedan defender sus reivindicaciones, a su vez, también se debilitan, dejando a los trabajadores cada vez más fragilizados frente a la ofensiva en contra de sus derechos elementales. En varios países, reformas aprobadas en los Congresos o en curso, en la práctica cancelan toda base mínima de negociación, dejando que el desempleo presione a los trabajadores a que acepten cualquier tipo de trabajo, por la necesidad elemental de sobrevivencia de él y de su familia.
Uno de las imágenes más tristes de nuestras sociedades es la figura del desempleado, que sale tempranito de su casa, golpeando de puerta en puerta, en la búsqueda de alguna fuente de sobrevivencia. Que en gran parte de los casos recibe una respuesta negativa, esto es, se le dice que ni por el miserable sueldo vital se le puede contratar, que él no vale ni ese sueldo mínimo miserable. Y tantas veces no dice a sus familiares que ha perdido su trabajo, que es un desempleado, deambula buscando trabajo, como si estuviera trabajando, pero llega un momento en que todos se dan cuenta que falta lo elemental en la casa, que el desempleo ha ingresado también en ese hogar.
Y el desempleado no tiene ni a quien alegar. Mientras el derecho a la propiedad está garantizado en las constituciones, aunque se refiera al derecho de una minoría, el derecho al trabajo no tiene ley que lo garantice ni alguien a quien reclamar. Como si el derecho al trabajo no se refiriera a la gran mayoría de la población y el derecho a la propiedad a una ínfima minoría.
Cuando las fuerzas conservadoras toman la ofensiva, quien paga el precio más caro es el trabajador. El ve amenazado su empleo, sus derechos, su salario, su educación, su salud. Este primero de mayo – día del trabajador y no del trabajo, como algunos insisten en decir – encuentra a la gran mayoría de los trabajadores del mundo en situación penosa. Perdiendo derechos y con muchas dificultades para defenderlos.
Sin embargo, la mayoría aplastante de nuestras sociedades, aunque pueda no identificarse como tal, es trabajador, vive de su trabajo. Una actividad que diferencia al hombre de los otros animales, porque solo el hombre trasforma la naturaleza para sobrevivir y, así, se trasforma a sí mismo. Pero en la sociedad capitalista, el trabajador no es dueño de su trabajo, lo arrienda para poder sobrevivir, no tiene poder sobre lo que produce, a qué precio produce, para quien produce, cómo produce y no se reconoce en los productos de su mismo trabajo. Es un trabajador alienado, que aliena su capacidad de trabajo y es alienado por el proceso de producción, que hace con que él sea alienado respecto a lo que el mismo ha producido.
En este año, en particular, la vida del trabajador es tormentosa. Si tiene empleo, no sabe hasta cuándo podrá tenerlo. Si tiene empleo, tantas veces no tiene contrato de trabajo firmado. El empleo ha dejado de ser fuente segura de mantención, de condiciones de vida mínimamente dignas para él y para su familia.
Un día del trabajador que más se parece a una noche por la inseguridad, por la ofensiva retrógrada respecto a los derechos básicos que el trabajador necesita y merece. Que el primero de mayo sea de nuevo un día de fiesta, de celebración, de conquistas garantizadas, de empleo seguro y de salario digno.
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*Emir Sader es sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).
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